La izquierda se despereza

22 de abril de 2021 21:57 h

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Cambio de tercio. La izquierda se despereza. No tanto por el CIS de Tezanos que proyecta una posible victoria sobre la suma de PP y Vox como por los seguimientos diarios que manejan los propios candidatos. El debate electoral también ha insuflado ánimo en un hasta ahora desmovilizado bloque, que parecía dar la derrota por descontada cada vez que se publicaba una encuesta. Siempre tuvo la izquierda española algo de ciclotímica. Lo mismo está arriba que abajo en su estado de ánimo. De la euforia pasa a la depresión sin apenas tránsito de tal modo que hoy se adormila y mañana se activa.

A punto de cruzar el ecuador de la campaña, se rearma y llama a movilizar a los propios, que es lo que en el PSOE y en Unidas Podemos siempre defendieron al margen de la “factoría Redondo”, empeñada inútilmente en la búsqueda del voto entre los escombros de un Ciudadanos a punto de la extinción cuyos electores se pasaron hace tiempo al PP y a Vox.

En la noche del miércoles, los 2.468.000 madrileños que contactaron en algún momento con el debate, que sumó un 36,3% de cuota en la región, pudieron ver a una izquierda sincronizada y capaz de arrinconar a una Ayuso que demostró que se desenvuelve mejor en el tardeo madrileño entre tapas y cañas que en un plató de televisión para medirse con sus rivales. A la presidenta le faltó seguridad y conocimiento sobre las materias y le sobró chulería además de algún que otro gesto con la mirada perdida mientras el votante progresista se fue a la cama con la invitación de Gabilondo a Iglesias y a Mónica García para ganar juntos las elecciones. Los tres en una inusual unidad estratégica sin pisarse la manguera ni permitir que asomara ni una sola de las diferencias lógicas entre tres formaciones distintas. 

Gabilondo, a quien la derecha -y un sector de la izquierda- ha intentado sacar de la escena para meter a Sánchez en la brega, se ha plantado ante los gurús monclovitas y, lejos de seguir a pies juntillas la estrategia y los argumentarios, ha parado en seco el goteo de posibles consejeros con los que el “redondismo” pretendía regar la campaña. También ha modificado de arriba a abajo la carta que le dieron a firmar para que enviara a los electores pidiendo el voto. El PSOE, por su parte, se ha puesto manos a la obra y ha agendado una lluvia de actos hasta final de campaña por los municipios del sur con el propósito de movilizar al electorado progresista.

La candidata de Más Madrid no ha tenido que virar ningún rumbo porque con el que arrancó ha entrado como un tiro en las encuestas y ha crecido en conocimiento, que es con el déficit que partía respecto a sus colegas de bloque. Iglesias, por su parte, ha conseguido con el debate volver a su registro más pausado, que es con el que puso en evidencia el desconocimiento de Ayuso en asuntos capitales para quien ha de gestionar una pandemia, además de sacarla de quicio hasta arrastrarla al barro, la descalificación y el insulto.

Nada como la sinergia para dar sensación de equipo e intentar romper el pronóstico de una derecha confiada en que la suma de PP y Vox les permitirá seguir en el Gobierno. Que las elecciones las carga el diablo no es nuevo y tampoco que la historia está llena de decepciones entre quienes partían como favoritos. Ahí tienen el caso de Susana Díaz en Andalucía y cómo otro serio, soso y formal, como Gabilondo, le levantaba el gobierno de San Telmo. Lo sorprendente, dada su habitual tendencia al cainismo, es que la izquierda transmita coordinación, emita señales de equipo y esté de acuerdo en que la campaña madrileña empieza ahora, que hay partido y que la noche del 4M a Ayuso se le puede borrar la sonrisa que Iglesias le rogó que no mostrara mientras él hablaba de muertos en la pandemia, del drama de las residencias y de la falta de ayudas directas al sector hostelero.

Si se trata o no de un espejismo fruto del subidón del debate, sólo se sabrá en el momento en el que se abran las urnas. Hasta entonces, cada cual es libre de hacer sus propias cuentas.