López Obrador y la fiesta nacional

La carta dirigida por el presidente de México al rey de España, de la que doy por informados a los lectores, ha generado una muy mayoritaria y airada respuesta por parte de dirigentes políticos, medios de comunicación, historiadores y académicos, de la que también los doy por informados.

No es mi propósito añadir un comentario más ni a la carta del presidente mexicano ni a la respuesta que ha recibido, sino cambiar de tercio y tomar la carta como indicador de un problema distinto que merece, en mi opinión, una reflexión.

Independientemente de que se comparta o no el contenido de la carta, el mero hecho de que haya sido enviada pone de manifiesto que la valoración que se tiene en México del 12 de octubre es o distinta o completamente antagónica con la que supone la declaración oficial de dicha fecha como fiesta nacional. Con carta o sin carta, es más que probable, por no decir prácticamente seguro, que en los demás países hispanoamericanos tampoco existe coincidencia con la valoración que hizo la Ley 18/1987, que estableció en el 12 de octubre el día de la fiesta nacional.

En la Exposición de Motivos el legislador atribuye la singularidad de que en España no se tuviera identificada una fecha indiscutible para la celebración de la fiesta nacional, práctica común en el mundo actual, a la indiscutible complejidad de una nación tan diversa como la española. Esta complejidad se ha traducido en una cierta confusión, al coexistir distintas fechas como fiestas de carácter cívico o exclusivamente oficial. Se hace conveniente, por lo tanto, una nueva regulación para dotar inequívocamente a una única fecha de la adecuada solemnidad.

La proyección imperial de España se convierte en la opción del legislador. Ante la imposibilidad, implícitamente reconocida, de encontrar una fecha en la historia peninsular de general aceptación en todas las “nacionalidades y regiones” como fiesta nacional, se toma la decisión de mirar más allá de las fronteras españolas, aunque en la Exposición de Motivos se dice de las europeas, para encontrar el lugar con el que vincular la fiesta nacional. La opción del 12 de octubre fue una opción por defecto. Refleja la falta de un consenso interno sobre la interpretación de la historia de España. Por eso, la decisión es tan tardía. Hasta 1987 no se aprueba la Ley en la que se establece de manera inequívoca la fiesta nacional. Y para ello,  la España democrática tuvo que recurrir a la “Hispanidad” como vía de escape.

Es obvio que España no tiene por qué consultar con ningún otro país la decisión de declarar como fiesta nacional un determinado día. Pero no lo es menos, que la declaración del 12 de octubre como fiesta nacional no debería haberse producido haciendo abstracción de la interpretación que de ese fecha se hace en los países de habla hispana.

El 12 de octubre no es una fecha de la historia española exclusivamente, sino una fecha de la historia de todos los países hispanoamericanos. No solo de los países hispanoamericanos, pero, sobre todo, de ellos. Sin existir una coincidencia razonable en la valoración de esa fecha, ningún país, y mucho menos el que protagonizó la ocupación imperial del territorio de los que se acabarían convirtiendo en Estados independientes en el siglo XIX, debería declarar dicha fecha como fiesta nacional.

No se si tiene mucho sentido pedir perdón por la presencia de España en el continente americano durante varios siglos. Lo que sí tendría sentido es que España se replanteara la definición del día de su fiesta nacional. Me temo que, de no hacerlo, nos vamos a encontrar con conflictos periódicamente con países con los que deberíamos evitarlos. 

La carta del presidente de México al rey apunta en esa dirección. Se debería aprovechar la ocasión para evitar enfrentamientos entre interpretaciones históricas en las que España no tiene nada que ganar y sí mucho que perder.