Luxury Comunism, alta costura política

Lo que se conoce como Fully Automated Luxury Communism plantea una sociedad donde las máquinas hagan la mayor parte del trabajo y los ciudadanos no tengan que trabajar más de diez, doce horas a la semana. Con una renta básica y la vivienda, la educación y la sanidad garantizadas, el tiempo libre podrá emplearse en ocio o formación personal.

¿Una utopía? ¿Un disparate? Quizás. Pero al menos se enfrenta el problema de la falta de empleo y el aumento de la desigualdad en nuestras sociedades, y se intenta una respuesta creativa. Y es que tal vez, del mismo modo que los trajes de alta costura no están pensados para llevar por la calle, se trata de proponer ideas, de apuntar tendencias; la conversión de la idea en algo “ponible”, el prêt-à-porter, llegará más tarde. Puede que llevado a la práctica no haya Rolex para todos, pero siempre nos quedará el “diseño democrático” de IKEA.

Lo cierto es que si cada vez se fabrican más y mejores productos pero cada vez hay menos gente con capacidad para comprarlos eso es un problema. Los ejecutivos de las empresas de lujo no son ajenos a esta cuestión, saben que no resulta agradable conducir un Lamborghini a lo largo de una calle llena de gente pidiendo limosna y que ciertos clientes quizás opten por un coche menos ostentoso. Por su propio interés el capitalismo atiende a esta situación y esa es la razón, supongo, por lo que nos encontramos con que la renta básica en lugar de discutirse en los parlamentos, se explore en Silicon Valley.

El joven millonario Sam Altman, presidente de Y Combinator, empresa tecnológica que ha propiciado el desarrollo de exitosas startups, anunció en su blog un plan de prueba para la implantación de la renta básica. Durante cinco años proveerá a un grupo de habitantes de Oakland de un sueldo mínimo. El objetivo, dice, es saber qué ocurre con las personas cuando tienen cubiertas sus necesidades. Ver si el tiempo libre y la seguridad provocan más creatividad, más innovación, o por el contrario la gente se sentará en el sofá frente a un videojuego. En definitiva, ¿aportaría más esta gente a la sociedad de lo que recibiría de ella?

Sam Altman participó este año en la reunión del club Bilderberg celebrada en Dresde. Y es que tal vez haya aspectos de la renta básica que puedan interesar a esa élite económica, por ejemplo su poder desactivador de las protestas sociales. Si los ciudadanos no están en la miseria, si se les da un mínimo de seguridad, ¿no podrán quejarse? No lo sé. Lo que sé es que Altman se refiere a la necesidad de hacer algo aunque resulte uncomfortable.

En cualquier caso es necesario dilucidar nuevas vías para explorar otras maneras de organización social. Porque si hay algo cierto es que el trabajo escasea y la desigualdad es cada vez mayor. Por tanto, repartir el trabajo, adoptar un nuevo concepto de tiempo libre, el decrecimiento, la renta básica universal..., hasta el luxury comunism, sí, todo me parece digno de ser tenido en cuenta.

Poniendo el foco en nuestro país, aquí nuestros “emprendedores” millonarios parece que están abotargados esperando que no cambie nada. Tanto el Partido Popular como el PSOE son dinosaurios. El único referéndum que tenemos es para preguntar si se alarga la Feria de abril. Los profesionales del sector público cada vez trabajan más y están peor pagados y en precario, la investigación está bajo mínimos, la inversión en innovación y desarrollo a cero. A juzgar por los debates y la gran mayoría de la prensa estamos inmersos en un sopor patrio cuando el mundo hierve de ideas. A 278 días desde la disolución de las cortes, la vida es eso que pasa mientras seguimos esperando gobierno. El presidente en funciones y candidato más votado, Mariano Rajoy, es alguien completamente inepto para dar ni el mínimo paso en ninguna dirección que no sea la adoptada por la inercia de los años pasados, ya lo ha dicho: “No eshtamosh para eshperimentosh”.

No, desgraciadamente, seguimos en el que inventen ellos. Dejando pasar el tiempo y pretendiendo que todo irá mejor por arte de magia. Cuando nos queramos dar cuenta igual miramos alrededor y el mundo es otro. Y nos pasan los turistas al lado a mil por hora dejándonos con la boca abierta y la bandeja en la mano, agotados tras catorce horas ininterrumpidas de servir en el chiringuito de playa.