¿Quién está detrás del odio en redes sociales? ¿Será un compañero de trabajo uno de esos trols con pseudónimo bajo el que llama Charos a las mujeres o le desea la muerte a personas que no piensan como él? ¿Cuántas personas tienen una cuenta oficial y otra falsa que solo utilizan para verter bilis antes de acostarse o en sus ratos libres? ¿Qué clase de relaciones mantienen en la vida real? El cineasta noruego Kyrre Lien se pasó tres años viajando por todo el mundo para reunirse con algunos de los usuarios más extremos. El resultado de su investigación se llamó ‘The Internet Warriors’, un proyecto articulado en vídeo, web y libro fotográfico, que podéis consultar online. Contaba Lien en varias entrevistas que muchos de los grandes troles del submundo de las redes parecían personas normales, signifique lo que signifique el adjetivo “normal” a estas alturas. Pongamos que tenían familias y una vida más o menos funcional, pero los comentarios que escribían en el espacio público eran del todo aborrecibles. Había una fuerte desconexión entre su apariencia y lo que escribían en la red.
A menudo me pregunto quienes serán los ‘internet warriors’ españoles, esa armada invencible de pacotilla atrincherada bajo la comodidad de perfiles anónimos, vociferando no solo brutalidades replicadas por Homo sapiens de la misma calaña, sino por bots pertinentemente pagados. Twitter está estos días lleno de esos perfiles cobardes verificados a golpe de VISA, convertida la marca azul ya casi en sinónimo de mezquindad.
Quién será toda esa mala gente, me pregunté especialmente el pasado viernes tras el fallecimiento de la actriz Itziar Castro. Carla Antonelli recopiló en su perfil de Instagram algunos de los mensajes nauseabundos que escribieron una vez conocida la muerte de la actriz, ni siquiera las causas de la misma. Replico aquí alguno de ellos, aunque me duele hasta escribirlos, para que seáis conscientes del alcance de la bazofia: “En fin, te llegó el karma y yo que me alegro. Eso te pasa por zampabollos”, “Bastante has durado”, “Te ha explotado el corazón de la rabia e impotencia. Bueno, y de inflarte a torreznos”, “Esperemos que la caja de pino sea grande”.
De todas las formas de acoso cibernético la de insultar a un gordo, preferiblemente una gorda porque el peso siempre molesta más en las mujeres, resulta la cosa más fácil del mundo. Es tan facilona que ni siquiera requiere de un desarrollo neuronal completo. Puedes incluso tirar de motes o gracietas de parvulario, de esas que se usaban en el patio del colegio los matoncillos de diez años para amedrentar a quien no podía defenderse. No hay ideas o ángulos nuevos: una gorda lo está porque come torreznos, no hace ejercicio, es una vaga zampabollos. Enhorabuena, Shakespeare del insulto, tuyo es el verdadero don del ingenio.
También está el perfil hipócrita, el que camufla los insultos a la gordura amparándose en una supuesta preocupación por la salud. En realidad, a esos trols solo le preocupa la salud ajena y la promoción de estilos de vida saludables cuando hay un poco de grasa de más o un canon que se sale de su molde. Y, por supuesto, no les preocupa en absoluto la salud mental de las personas a las que se dirigen. Saben que la gordofobia en redes no provoca delgadez, solo vergüenza y odio. Pero no importa porque recibirán el aplauso de sus cofrades de caverna.
Si acosar a alguien por su físico ya es miserable, hacerlo después de la muerte de una persona con obesidad supera cualquier límite de indecencia. Internet nunca fue una herramienta sutil. Siempre recompensó los trazos gruesos sobre los tenues. Siempre recompensó la indignación forzada. Pero es que ahora mismo algunas redes sociales, Twitter principalmente, parecen recompensar el ser mala gente. Peor aún, mala gente orgullosa de serlo.