Marine Le Pen: la pesadilla francesa
Pierre Poujade, el líder del movimiento para la defensa de los artesanos y los comerciantes (UDCA) en 1956, dijo de Jean Marie Le Pen: “Es la bandera francesa en el cajón”. Medio siglo más tarde, y después de que su hija le haya relevado al frente de la empresa familiar, la definición sigue siendo válida. El Frente Nacional recicla treinta años después las frustraciones en votos. Relfeja los miedos. Es una “franquicia”, una marca que fija bajo una etiqueta común –la bandera nacional– electorados volátiles, causas perdidas: desde las más antiguas, como el compromiso con las guerras coloniales y el anticomunismo, a las más nuevas, como la lucha contra las elites globalizadas; lo más pasado de moda hasta y lo más moderno inspiran el storytelling del nuevo look del FN. De Maurras a la Argelia francesa, del fascismo de entreguerras al viejo poso petainista, del neoliberalismo de Reagan al soberanismo tanto de izquierda como de derecha. El FN es el partido de la protección nacional que promete tanto “el regreso a casa” del franco como la movilización patriótica contra los invasores, tanto los inmigrantes, como bienes o el capital ... ¡Todo lo que se mueve!
La longevidad del Frente Nacional no se puede explicar de otra manera. El Frente Nacional es el mal sueño de la sociedad francesa traumatizada por la debacle de 1940. Es la mala conciencia del petainismo y el colaboracionismo. Es la “vergüenza” de la tortura en Argelia y lo que la ha sobrevivido. Es el miembro fantasma del imperio destrozado por las guerras de independencia. Estas son las claves de un fenómeno político que tiene sus raíces en el inconsciente colectivo. Porque al igual que el inconsciente, el lepenismo se estructura en un discurso.
Marine Le Pen ha entendido que el control del debate político pasa hoy en día por las palabras, las imágenes y las metáforas utilizadas. Mientras evita cualquier referencia al Holocausto, no duda en comparar las oraciones musulmanas en las calles con un ejército de ocupación, lo cual despierta recuerdos de la ocupación alemana y también el imaginario de las Cruzadas, blandiendo la amenaza de un “nuevo califato” en el país. No tiene nada que envidiar a su padre en el juego de odiosas palabras, y califica sus oponentes con las siglas “ROM” (Réunion des Organisations Mondialistes, conjunto de organizaciones globalizadoras).
Marine Le Pen entiende instintivamente los códigos de las mezclas ideológicas. De Chevènement a la nueva derecha sólo hay un pequeño paso para Marine Le Pen, que no limita sus préstamos a la derecha nacional, y no vacila en citar a Karl Marx y Bertolt Brecht, Victor Schoelcher, George Orwell, Serge Halimi o el mismo Manifiesto de economistas aterrados.
Su manual es un goteo de novelistas célebres como Bret Easton Ellis y Michel Houellebecq: consiste en citar indistintamente nombres de personajes públicos o marcas. Es una retahíla de autores, de guiños a una audiencia que pretende sedurir: G. Lipovetsky , E. Todd, Gauchet, S. Halimi, Franklin D. Roosevelt, P. Rosenvallon, Karl Marx, George Orwell, Jean-Claude Michéa e incluso ... J.-L. Mélenchon se lleva la peor parte de esta operación de néobranding.
Marine Le Pen puede con todo en esta caza furtiva en terrenos de la izquierda y la derecha, tomando de la izquierda la lucha contra laglobalización neoliberal y de la derecha neoliberal su denuncia de los derechos de los inmigrantes, de gitanos sin papeles y de los defraudadores del Estado de bienestar. Enemigos, sólo conoce dos: los inmigrantes y los banqueros. Los primeros han de temerlo todo de ella. Los banqueros, ya veremos...
El Frente Nacional es un partido “líquido”, por utilizar el paradigma de Zygmunt Bauman; un partido camaleón, capaz de adaptarse a todas las frustraciones y de captar todas las pulsiones dentro de una lógica de marketing. Las adhesiones políticas ya no están en las ideologías y creencias, sino en el deseo y las atenciones.
Marine Le Pen ha inclinado la ideología de la “revolución nacional” en la era del marketing político. Esta estrategia de marca consiste en la combinación de las raíces del padre y el neobranding de la hija. La primera tiene un fuerte poder de diferenciación frente a otras marcas devaluadas (UMP y PS) a costa de una demonización deseada y alimentada por las provocaciones paternas. La segunda es la de imponer una marca joven, amable, con una mirada inconformista, identificado a la hija, nuevo icono moderno, que encarna a la vez el conservadurismo y el cambio, la religión y el secularismo, el orden y la transgresión...
“Yo soy la generación Disney”, confesó un día el padre. Su hija es de la generación de Madonna, su único rival en el tablero de ajedrez de la fama. Ella quiere ser una diva, un icono, y ser recibida como una estrella del rock en las reuniones. Marine Le Pen es un objeto baudrillardiano e incluso warholiano: Le Pen II como Mao II, en el cuadro Andy Warhol.
Marine Le Pen se envuelve en la bandera francesa, con frustraciones que resucita y actualiza. Esta es probablemente la clave de su éxito abrumador.
Si se le quiere combatir, los viejos códigos de la lucha antifascista no son suficientes. Tiene que haber otro paradigma político con el apoyo de un amplio movimiento social. Y su lema: ¡Cambiemos el imaginario!