Mastretta y el cóctel del siglo XXI

En la presentación de su libro ¿Quiénes mandan de verdad en España? (eldiario.es libros, 2013), el periodista Carlos Elordi, ante una pregunta de Ignacio Escolar sobre la perspectiva a medio plazo de la actual crisis, se mostró cauto o, más aún, resignado frente a la adaptación sin sobresaltos de la sociedad a los cambios estructurales, el mantenimiento del bipartidismo y la permanencia de la monarquía ante la ausencia de una base republicana con sustento. Si bien sorprende esta opinión dada la carga de su libro, también es verdad que el mismo contiene un análisis del poder real y no del modo en que ese poder es interpretado por el cuerpo social.

Se diría, a simple vista, que la erosión de los dos grandes partidos redunda en beneficio de las formaciones minoritarias y el resto se diluye en la abstención. Tratando de enfocarlo desde otro ángulo, lo pertinente sería la búsqueda del síntoma. Es decir, descubrir qué es lo que emerge o cómo se cataliza aquello que sociológicamente se denomina cambio de paradigma y que, bajando a tierra, podemos llamar, sin más, voladura controlada del sistema. Modificar entre los dos partidos, de un día para otro, la Constitución para garantizar la limitación del déficit, sustituir la burbuja del ladrillo por la de la deuda, es decir, dejar de levantar paredes para acumular montañas de intereses. Mientras tanto, la deuda crece y en algún momento ocurrirá, tal como les sucede a quienes desahucian, que se tocará un techo o se morderá el suelo, como prefieran. Ese día, los acreedores dejarán de recomendar con eufemismos los recortes para gestionar el default o el impago con exigencias radicales. Como decía el filósofo, todo lo sólido se desvanece en el aire o para contemporizar con Zigmunt Bauman: todos a chapotear en el charco de la nada. He aquí la voladura controlada, un modelo de beneficios sin producción como vaticina Paul Krugman, que se supone que podrán gestionar los dos partidos y la monarquía. Pero atención: hay cierto ruido de fondo.

La semana pasada, en el Café Central de Madrid, dio una serie de conciertos Nacho Mastretta con su grupo. En el ámbito reducido y acogedor del Central, los músicos desplegaron su repertorio ecléctico, lleno de cruces y citas musicales sin ningún ahorro. La luz tenue y la decoración modernista del café acogía al grupo en una ceremonia cercana al cabaret cuando se confundían sonidos con ecos de Kurt Weill, de Nino Rotta o los vientos zíngaros de Kusturika. El entramado no le quita mérito a Mastretta, al contrario, saca todo su genio al ensamblar con gesto propio ese caleidoscopio musical. El pulso inquieto del concierto nos llevaba de la excitación de un swing a través del clarinete de Mastretta a la melancolía urbana de Piazzolla, que se diluía inmediatamente en un punteo del altiplano para dar paso, otra vez, a la banda que subía por todo lo alto obligándonos a poner de pie en un arrebato de alegría.

Hubo un momento, unos breves instantes, en los que una melodía con cierto aroma oriental se dejó escuchar, y el eje giró en torno a un instrumento, ejecutado por Diego Galaz, compuesto por un serrucho y el arco de un violín. Pensé en Les Luthiers y sus raros artilugios pero vino a mi mente, de inmediato, una imagen de la película Cabaret de Bob Fosse en la que es ejecutado el mismo ingenio. Recordé, también, al hilo del concierto, el cabaret de El huevo de la serpiente de Ingmar Bergman. Las dos películas reconstruyen en Alemania la atmósfera que se respiraba poco antes que comenzara la gran guerra. Y aquella noche, en el concierto de Mastretta no había, obviamente, un aire similar, como no existe un escenario prebélico ni está programado un exterminio –al menos físico–. Pero sí, hay un ruido de fondo, una banda sonora que, como hace Mastretta, escribe con todos los fragmentos posibles un relato diferente.

El 15-M se construye con retazos sociales del mismo modo que surge esta música. Como en otros espacios públicos, en Túnez, El Cairo o ahora mismo en San Pablo, la marea se conforma con distintos propósitos y nichos sociales. En la Puerta del Sol confluyeron todos los estratos sociales y generacionales. Y poco a poco van surgiendo nuevos grupos que se acercan y se suman, organizaciones como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. No hace falta la integración de hecho; basta con la convivencia en el tiempo y el espacio de la plaza pública, de la esfera pública, para que suene la melodía del conjunto y conjure el miedo que paraliza. Al fin y al cabo, puede que Carlos Elordi se refiriese en el fondo a esto: al miedo que implica un cambio.

Un personaje de El huevo de la serpiente cuenta que, al ir a visitar a su madre, en la estación del tren de Berlín ya no había horarios. Se pregunta: “¿Es posible imaginar Alemania sin horarios?” y concluye “ya nada funciona bien a excepción del miedo”.

Escuchemos el ruido de fondo, entonces, que como la música de Mastretta nos recuerda que aún se puede mezclar e intentar nuevas formas, incluso recurriendo a la prueba y al error, ¿por qué no? A ver cómo suena.