Contra los menonitas de la política

Hoy estuve en 2012. Quiero decir que estuve en un juicio por cosas que ocurrieron ese año, pero en realidad estuve en 2012, lo juro, bueno, lo prometo. Y no estoy segura de haber vuelto. Acompañé a los Juzgados a unos amigos acusados de atentar contra una sucursal bancaria con pegatinas (sic) y por empujar a un policía de paisano durante un piquete en plena huelga general. De repente, otra vez estaba inmersa en ese gélido marzo de la durísima reforma laboral impuesta por el PP de Rajoy. No hacía ni un año que había estallado el 15M. De hecho, esos chicos que estaban hoy en el banquillo y sus testigos, eran los mismos que habían acampado en Sol pensando que así iban a cambiar algo. Se acababa de despedir el PSOE de Zapatero gracias a unas elecciones anticipadas. La calle hervía.

Allí, escuchando a una fiscal que defendía a la Policía y a unos jóvenes que defendían su derecho a la protesta, volví a 2012, cuando el bipartidismo aún vivía y coleaba, la derecha y eso que se decía la izquierda, se turnaban para destrozar el país. Precisamente en 2012 le tocaba a los azules que, genuflexos ante los mercados financieros, anunciaban represalias para aplastar a tanto indignado. Su arma letal era amenzar los derechos laborales. No es exactamente un déjà vu lo que me pasó, no es un sentimiento de esto ya lo viví pero en realidad no, es la sensación de que esto ya lo viví y en realidad sí, pero tampoco es un recuerdo. Lo más esotérico de este momento fue que al salir de los Juzgados y escuchar las noticias de lo que venía ocurriendo en el Congreso con el debate para desbloquear la investidura, me di cuenta de que no había salido a 2019. Supe entonces que alguien había parado la máquina del tiempo, sí, alguien que quería que pensáramos que seguíamos en 2012, o peor, antes de mayo de 2011.

Ahí está otra vez el PSOE, en su turno después del PP, fantaseando con el poder absoluto de antaño, queriendo gobernar pero sin resolver lo que un gran sector de la población lleva años demandando, sin ofrecer salida a la crisis que dejó un grito: “Que no, que no nos representan”. No hicieron nada a continuación, ni limitaron los alquileres, ni bajaron el precio de la luz, ni subieron los impuestos a la banca y a las empresas, ni dejaron de quitarles las casas a la gente, ni de perseguir migrantes y hoy tampoco piensan hacerlo.

Los del PSOE son los menonitas de la política española, cada vez se parecen más a esa comunidad que vive detenida en el tiempo. Así como los menonitas optaron por vivir sin electricidad, sin, gas, sin móviles, los del PSOE han decidido que en España nunca ocurrió el 15M, el bipartidismo nunca se fue y por eso creen que pueden gobernar solos sin votos suficientes. En el fondo son los mayores defensores del sistema que con sus banderas rojas dicen querer transformar. Al pedazo de madera del barco al que se aferra el PSOE es a un sistema que ellos inventaron en 1978, que cojea y al que ya se le caen los pelos y los dientes, y sin embargo quieren que siga el paripé. Sánchez y los suyos quieren anclarse a un pasado de supremacía. Aunque la gente se lo gritara en 2011 y se lo volviera a decir en 2019 en las urnas, para el PSOE el bipartidismo no estaba muerto, andaba de parranda. Solo a ellos les conviene este escenario sin gobierno, solo a ellos les conviene que la gente piense que con ellos estábamos mejor, que con el bipartidismo no había inestabilidad, que cuando el PSOE o el PP ganaban solos, ganaba España. Por eso quieren nuevas elecciones, por eso reinventan la inestabilidad, por eso le advierten a la gente que esta vez vote bien. El sistema regenerándose, superviviendo, perpetuándose.

Quizá se vence a algunos gobiernos y a algunos políticos, pero no al sistema, quizás. Pero cuando salía de los Juzgados, junto a esos jóvenes ya no tan jóvenes que habían peleado en 2011, que habían salido en piquete en 2012, que hoy siguen parando desahucios, masticando la incertidumbre de si serían condenados o no en los próximos días, estuve segura de que no avanzábamos pero de que avanzaríamos. Ninguna condena es peor que la condena al silencio. Y esa no la dictarán ellos.