Mongolia y los mojones
Las manos limpias son todo lo contrario de las manos sucias. Lo dijo Sartre en una obra de teatro. Porque las manos limpias nunca son inocentes, sino culpables de no tocar lo que más ensucia y que se llama compromiso. Un sindicato que se llama Manos Limpias no hurga en la realidad, prefiere imponerla. Alguien que, por ejemplo, coge (ya ves, Darío, que digo palabrotas) un ejemplar de Mongolia con sus manos limpias de polvo y paja, y se encuentra con un mojón en la portada, se va corriendo (no hay doble significado) con los brazos extendidos de cabeza al grifo. De manos al grifo, a pesar de que seguimos en plena sequía. Y no se le ha ocurrido pensar que, si no fuera por los mojones, no sabríamos dónde empiezan y acaban los pueblos, ni por qué parte del camino vamos.
España es un país de mojones, desde tiempos de los romanos. Los mojones constituyen nuestros hitos más frecuentes. Lo que pasa es que, cuando se hace alarde de manos limpias, se prefiere la policía a la polisemia. No hay autopista, ni autovía (ni gratuita, ni de pago), que no haya quedado señalada, aunque, para disimular, se diga señalizada. A veces se cree que tener las manos sucias es algo que pasa cuando te dedicas a poner mojones, pero las manos se manchan de trabajo, de vida, de militancia. Durante la pandemia, aprendimos que las manos limpias abandonaron a su suerte en las residencias a quienes tenían las manos sucias de años, de tiempo. Eso no les ofendió. La culpa era de los viejos por tener la manos sucias. Lo que ofende es como Hamlet, muy interpretable.
De nuevo se ha ofendido el sindicato ultra Manos Limpias (un sindicato sin sindicalistas) por los dibujos y textos de Mongolia, la revista de humor satírico, y ha llevado a los tribunales a dos de sus editores, el periodista Pere Rusiñol (especializado en Jaume Roures, como Antonio Piñero es experto en Jesucristo) y el dibujante Darío Adanti (que ahora se ha dejado barba, pero el bigote solo de antes le quedaba mejor).
Un juez de Barcelona ha aceptado la denuncia, y ha imputado a la revista y a los dos citados profesionales, ya que considera que el número contra el cual se ha querellado el higiénico sindicato es susceptible de contener burlas, escarnio, cuchufletas, pitorreo, cachondeo, coña o, cuando menos, recochineo, que atentan contra la religión católica (vamos, la verdadera). Resulta que las caricaturas han herido el sentimiento de los denunciantes. Todavía no se ha pronunciado al respecto el papa Francisco. Pero una cosa son los mojones, y otra, el camino.
El número en cuestión es el de diciembre de 2022, y lleva en la portada, a toda plana, un pertinente (dadas las fechas) portal de Belén, en cuya cuna los humoristas dibujaron la caca que ríe (por decirlo de un modo ex quesito). Ya lo advirtió Heráclito un día que se subió a las Golondrinas en el puerto de Barcelona, todo fluye, y por eso la libertad de expresión jamás permanece. En España, duran más los mojones que la libertad de expresión. Por ejemplo, en 1982, año del Naranjito y del Mundial, también por unir, mediante una expresión muy popular, que aún sigue vigente, los campos semánticos de los menesteres mayores y lo divino, fue condenado a la cárcel el Cabrero, el flamenco que iba vestido como el Virginiano, cantaor de fandangos republicanos y que, vía Alberto Cortez, se marcaría por bulerías un soneto de Borges.
Se les reprocha a todos los humoristas que se burlan de la religión católica que no lo hagan de la musulmana, ni del judaísmo. Esto es muy insolidario por parte de quienes argumentan así, pues están manifestando que en realidad no es la sensibilidad religiosa por sí misma lo que se ha vejado, sino una determinada pertenencia, el formar parte de un grupo, un clan, una secta. Un humorista se ríe de la intolerancia allí donde la ve, y cuando la intransigencia de alguien es detectada y señalada, resulta patético poner por delante la intransigencia de los otros para salvar la propia.
El problema de fondo de quienes se sienten ofendidos por la impía portada de la revista Mongolia es que no les gustan las películas de Ray Milland. En esto, tiene mucha culpa Televisión Española, una cadena de partido, que algunos intentan desmaquillar con crema de belleza Pons (el cual fue cocinero socialista antes que un fraile popular). En tiempos de La Bola de Cristal, y ya mucho antes, se daban buenas películas en la cadena pública hasta los sábados por la mañana. El hombre con rayos X en los ojos la pusieron varias veces. Al final de este peliculón de serie B, el predicador vocifera, ante un Ray Milland que se retuerce, una cita del Evangelio de Mateo, y que, en el doblaje de la cinta, venía a decir: “Si lo que ven tus ojos te escandaliza, ¡arráncatelos!” (la frase procede de una traducción protestante de las Escrituras). Jesús lo dice para el adulterio, pero también sirve para la ira y para la soberbia, que son dos pecados capitales, como sabe todo el mundo que vio Seven (ya no hay películas como las de antes).
No se trata de escándalo, ni de sentimientos, sino de imposición, de persecución, de impedir la libertad de prensa, el ejercicio de la creación, se trata de victimizarse para que nadie pueda disentir. Así actúan todos los integristas, independientemente de su religión (pues todos utilizan la palabra religión para ocultar su fanatismo). No tienen las manos limpias, sino manchadas de siglos de intolerancia, de hostigamiento. Lo escatológico forma parte del humor en todo Occidente y, en nuestro folclore, lo escatológico llega hasta la celebración de la Navidad mediante la figura catalana del caganer. También en esos días y, especialmente en la noche Reyes, se regala a los niños dulces en forma de mierda. Desde Gargantúa y Pantagruel (cuyas andanzas escribió Rabelais, un monje franciscano), estas cosas siempre han formado parte de nuestra cultura. Pero los intolerantes adoran la cerrilidad (su dios verdadero) y persiguen la cultura.
9