¿Quién morirá en esa colina?

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Incluso si supiera que mañana el mundo se haría añicos, aún plantaría mi manzano

Histriónicos enloquecidos es un magnífico nombre para un grupo de punk; desearía que no fuera adecuado para describir la situación política de mi país. No ha habido ningún golpe de Estado real. Cuando se producen golpes de Estado uno no está tan tranquilo tomando el desayuno mientras lee columnas de opinión. Los que lo hemos vivido lo sabemos. Los tropos, para la poesía. No usemos los nombres en vano.

La existencia de un control previo constitucional de las iniciativas legislativas no es a priori antidemocrático. En España ese control previo de anticonstitucionalidad existió desde 1979 hasta 1985, momento en el que Felipe González con su mayoría absoluta lo quitó y, cierto es, el PP nunca volvió a instaurarlo. Más tarde, en 2014, PP y PSOE manifestaron estar de acuerdo en volver a introducirlo para las leyes referidas a estatutos autonómicos. En Francia, existe. En resumen, que es un control perfectamente democrático, no es en sí un asesino de la voluntad popular.

Lo que intenta ahora el PP es su reintroducción artera mediante un subterfugio, la petición de unas medidas cautelarísimas, que se basan en la ya declarada inconstitucionalidad de la forma elegida por la mayoría progresista para realizar la reforma de la elección de los propios magistrados del TC. Esto es algo que el propio Constitucional va a analizar -esta semana o más tarde- y que va a tumbar -esta semana o más tarde- porque en realidad ya hay doctrina: como lo han hecho no se puede hacer.

La batalla en esta última colina consiste en ver si las derechas se salen con la suya en su bloqueo institucional o si las izquierdas consiguen desbloquearlo a corto plazo mediante esta jugada discutible y luego pierden, por las consecuencias que traerá en el futuro. En la toma de esa colina, el bloque progresista ha optado por la osadía, pero puede estar desatando procesos que le exploten en la cara precisamente cuando peor le venga. Es poco útil.

Dos trenes avanzan en dirección contraria por la misma vía. La vía es la de la maximización del inmediato interés electoral y puede poner al borde del precipicio al sistema pero no a ellos mismos. Allá van lanzados. El tren del PP lleva años despendolado, incumple las normas porque para él no tiene coste, no lo ha tenido y ahora, a un año de las generales, no sólo no tiene ningún incentivo para bajar la presión de su caldera, sino que le interesa aumentarla. El maquinista tiene las manos atadas y lo sabemos, lo hemos visto cuando le obligaron a la vista de todos a romper su propio pacto. Feijóo no tiene margen de maniobra, no puede moverse o le arrollarán. Así que allí van, esperando que el trabajo sucio se lo hagan sus peones en el TC y en el CGPJ, sin ningún castigo electoral posible y con la esperanza de ganar las elecciones y sólo entonces renovar los órganos a su manera. Esto indigna y revuelve las tripas, pero es la pura descripción de la realidad.

En dirección contraria, el tren pilotado por el Gobierno ha tomado una serie de medidas para coger toda la velocidad de crucero e intentar descarrilar este artero plan de las derechas. Mas allá de las consideraciones morales -que hice en El Estropicio-, las consecuencias prácticas de este camino directo al choque tampoco parecen aseguradas. Hacer planes a varias jugadas vista, en un terreno como este, no garantiza el éxito. Así que puede que en el choque frontal haya más riesgo para la mayoría que sustenta al Gobierno que para los kamikazes confesos del PP.

El Constitucional puede desmontar la fórmula de tramitación elegida para reformar las cuestiones referidas al nombramiento de magistrados del propio TC. Lo va a hacer o mediante las cautelarísimas esta semana, suspendiendo la votación del Senado, o bien más tarde cuando analice el fondo del asunto. Las enmiendas saltarán por los aires en un momento u otro. Si se produce a posteriori y los magistrados del TC ya están nombrados con el nuevo sistema, la siguiente batalla de la derecha será la de la anulación de esos nombramientos. Esa batalla se dará. ¿Cuándo? ¿En qué momento del proceso electoral? Es el mismo efecto que tendrá la reforma del delito de malversación. ¿Cuándo saltarán las revisiones de condenas de corruptos del PP? ¿Cuándo conoceremos que en la Kitchen o en Lezo se van a ir de rositas uno u otro como efecto de la reforma? Es ingenuo pensar que ninguno de esos coletazos afectará al proceso electoral.

El PSOE, lo quiera o no, se ha puesto en manos del Tribunal Constitucional. Si dan las cautelarísimas, tendrían que ir a un procedimiento legislativo ordinario y no llegarían a tiempo. Si no, se lo tumbarán en fondo y habrá una batalla por la anulación de los nombramientos, y aunque en el Gobierno crean que no se atreverían, no tienen ninguna seguridad. Están en manos de un órgano en el que quedan pocos buenos juristas, sabios e independientes, por culpa sobre todo del PP, pero sin que podamos exculpar a estas alturas a otros partidos. ¿Esto tiene solución? Parece que no, que vamos al choque de trenes total. Ninguno de ellos puede aseverar qué bajas y qué daños se producirán tras el impacto. Lo que es harto improbable es que sus consecuencias se disipen rápidamente para, como se pretende, dejar despejado el horizonte electoral. Pasaremos meses delicados con estas reformas rondando.

El sistema inmunitario democrático está muy bajo desde hace dos décadas. No existe en el mundo ningún diseño de sistema que pueda funcionar sin lealtad institucional. El español lo ha hecho muchos años porque los actores así lo comprendieron, pero es evidente que los actores actuales no están por la labor. Aquí es donde debería entrar en juego el último gran control democrático, el que haría que los votantes no respaldaran al que ha sido desleal. No sucederá. Por contra, aplaudirán con sus papeletas este comportamiento, por convicción o porque no tengan una alternativa que les resulte aceptable. Por eso el PP no tiene incentivos para detener su locomotora o cambiar de carril; por eso el PSOE ha pensado que acelerar el encontronazo es la única vía.

Al final, ya ven, éramos nosotros los que luchábamos en la colina, la verdadera carne de cañón.