Las mujeres son un problema para el machismo

La semana acaba revuelta con la información que atribuía al presidente de la CEOE, Juan Rosell, unas declaraciones controvertidas. La mujer es “un problema” para que haya trabajo para todos, dijo según el diario Levante que, ante la rectificación de la patronal empresarial, ha borrado completa la información. Parecía una noticia de otro siglo. Lo peor es que se corresponde con el machismo en alza que encuentra abono en cualquier manifestación de este sesgo.  

En realidad sería sencillo para mentes poco evolucionadas. La mujer se queda en casa –no hace falta siquiera que con la pata atada a la silla y ni mucho menos quebrada para no hacer gasto a la Sanidad Pública– y ya se ocupará el varón de traer al hogar el sustento para la familia. Cada uno a lo suyo. A llorar por ejemplo. La mujer, naturalmente, y Pedro Sánchez. El Correo de Sevilla nos sorprendía estos días editorializando con la idea de que Sánchez no supo defender su cargo en el PSOE como haría un hombre. Aunque también ha suavizado el titular en el archivo, sí lo publicó. Entendámonos, a las mujeres cuando nos arrebatan algo, lloramos, como le afeó la madre del Rey Boabdil a su hijo en el siglo XV, al perder Granada. Los hombres en cambio, defienden sus posesiones sin derramar una lágrima. Y así se escribe la historia.    

Parecía que la consideración de la mujer estaba cambiando algo pero el machismo, como virus resistente, demuestra que nunca se fue y ahora, en tiempos de involución general, reverdece con furia. Sin el menor pudor en manifestarse desde organizaciones decisivas y desde medios de comunicación. Arranca ya en la adolescencia, con esos críos empeñados en controlar el móvil de sus novias y marcarles cómo han de vestirse, muertos de celos, inseguridad e ignorancia. Y con esas chicas que lo aceptan como “prueba de amor”, sin relacionar que es síntoma de maltrato y adónde conduce esa renuncia.

Sin contar lo volubles que los hombres o el mercado son con el modelo estético. A las mujeres de los años 50' no las miraban siquiera si estaban delgadas. Los anuncios aconsejaban engordar para gustarles.

Los pasos atrás son tan difíciles de revertir como los que se dieron para avanzar. Si no más porque el machista nato ya conoce la estrategia. Cada cesión implica retrocesos generales que afectan a la consideración social de la mujer, a su trabajo, a su salud incluso, a su vida familiar de pareja o no, a su proyección, a su futuro.

En los años 70, los de encauzar las vías posibles de exigir derechos, se produjo en España la mayor revolución del siglo XX: la de la mujer. Fue tarea dura donde las haya. Los Parlamentos de la democracia poblados de hombres, apenas contaban con media docena de mujeres de muestra. Ellos hacían las leyes. Y se avanzó a pesar de todo.

Y es curioso cómo surgieron publicaciones de consumo orientadas a captar ese mercado emergente. Aunque fuera para cobrar menos por el mismo trabajo. A desarrollar, sin embargo, en el ámbito de “la familia” por lo general. Conservo varias joyas al respecto. Tus reparaciones caseras, de 1976, dentro de la colección 'La mujer y su vida' del Círculo de lectores, daba instrucciones hasta de cómo optimizar el uso de electrodomésticos para quitar trabajo o prescindir “de la criada”. Algo liberador, venía a ser.

El objetivo del libro, muy laudable, era enseñar a las mujeres las pequeñas reparaciones caseras. Y no tenía reparo en resaltar, por ejemplo: “Todo funciona de una manera lógica: por tanto, estudia y analiza el trabajo antes de emprenderlo”. Seguramente las mujeres que llevaban y sustentaban desde sus hogares a cualquier otra actividad lo hacían por pura “intuición femenina” y con el duro esfuerzo propio de quien no tiene conocimientos: el ensayo y error.

Con espíritu constructivo, sin duda, no podía sustraerse del machismo vigente, aconsejando para arreglar una cisterna: “Destaparla, examinar las piezas y observar qué sucede”. Por lo visto había gente, mujeres desde luego, que pretendían solucionar el problema usando sus ojos como los Rayos X de Superman.

Una gran ayuda, por tanto, para aquellas mujeres decididas a no tener que casarse solo para disponer de un hombre que arregle las averías. A veces, esta solución resulta muy gravosa, sin contar con que tampoco todos los hombres nacen con habilidades en fontanería, electricidad, pintura o albañilería. Y, menos, al mismo tiempo. Y de cualquier forma, es mil veces preferible amar olvidando que se ha fundido una bombilla.

Los ejemplos de esta larga y tortuosa travesía son múltiples. Con dolos mucho mayores que cuelan precisamente porque primero entran sin dificultad las pequeñas cosas, como estas de la cisterna, allanando el camino. En realidad, van de avanzadilla para formar un arquetipo de mujer.

Resulta descorazonador ese andar y desandar el mismo camino que las mujeres hicimos entonces, cuando se levantaron, o levantamos, tantos yugos que habían atenazado a nuestras madres y abuelas. La batalla por la igualdad, por la dignidad, por la libertad sobre todo. Escalones que parecían ya conquistados vuelven a resquebrajarse forzando a echar el pie atrás. Las victorias de la mujer resultan decisivas para el conjunto de la sociedad, la desigualdad se erige como una de las peores lacras por cómo favorece el camino de unos y lastra el de otras. Las sociedades civilizadas aprovechan las capacidades de todos.

El problema para que haya trabajo, para defender los derechos o llorar por lo que sea, no somos las mujeres. El problema que impide a un país avanzar en cualquier terreno son las cabezas atrofiadas por atasco de prejuicios e inteligencia real.