Neutralizar los insultos con figuras literarias
—¡Pero escuchen de una vez! ¿No ven que vamos en picado hacia un nuevo romanticismo?
La sala quedó muda y las palabras quedaron ondeando en el aire, como esa lluvia inglesa, tan molesta, que no sabes ni por dónde te viene.
—Explique eso, por favor —pidieron desde la otra punta de la mesa.
—Acuérdense del romanticismo. ¡Qué exaltación de los sentimientos! ¡Oooh! Todo se vivía y se medía en función del impacto emocional y sentimental que producía. Tanta importancia daban al estado de ánimo que en vez de relativizar muchas emociones para librarse de ellas, las convertían, con cierto regusto, en las grandes protagonistas de la vida. “¡Oh, mi dolor!, ¡Oh, mi pesar!”. Fue una época de efervescencia de la tristeza, el mal de amores y el “me has herido”. ¿Recuerdan?
—Sí.
—Fue un momento de exaltación del yo. ¡Del individualismo! ¡De lo que yo siento, lo que yo sufro, lo que yo soy! ¡Mi individualidad, por encima del bien y del mal!
—¿Algo así como lo que el neoliberalismo convirtió después en “marca personal'' y lo que las redes sociales convirtieron en delirio de susceptibilidad?
—Algo así. Por eso lo que quiero advertir hoy es que si seguimos dando protagonismo a lo que nos duele, nos ofende, ¡y enalteciendo ese malestar por lo que hacen los demás!, vamos a acabar muy mal.
—Pues… podría ser.
—Por eso mi propuesta es desviar el foco de atención del “¡Ay, tú, qué daño me haces!” al “¡Di lo que te salga del forro, porque yo no te oigo!”. Propongo implantar en la “Gran Narrativa de Masas”, desde hoy mismo, una nueva estrategia que consiste en convertir emociones innecesarias en figuras literarias.
—¿Puede explicar eso con un ejemplo?
—Sí, aquí tiene el documento con todos los detalles.
Y les pasó un cuadernito donde todo estaba escrito. Empezaba así:
El Departamento de Narrativa le propone una técnica para neutralizar las ofensas. Al momento que escuche un ataque, ignore su significado y su intención maligna, y sométalo a un análisis lingüístico. El resultado es el mismo que desactivar una bomba, y pronto se convertirá en un artificiero sin igual.
Exponemos aquí algunas balas, proyectiles, espoletas y estopines que puede encontrar en su faena.
Alegoría: Esta figura literaria consiste en dar una imagen a una idea para que pueda entenderse mejor. Una alegoría muy conocida es representar el concepto de justicia con una balanza y otra muy popular es dibujar la muerte como un esqueleto con una guadaña. Esto llevado a nuestra campaña de no entrar al trapo para evitar un mundo neorromántico sería algo así: Si alguien pretende faltarle diciéndole ¡Eres una vaca-morsa!, efectúe de inmediato un análisis lingüístico, respóndale muy calmada: “Eso es un intento de hacer una alegoría”, y el agravio quedará neutralizado.
Alusión: Es la expresión de una idea de forma velada. En vez de decirla de forma explícita, se recurre a personajes, objetos o referencias que representan esa idea. Póngase usted en esta situación. Alguien le dice: Eres el más cerdo de la casa. Usted escanea mentalmente la frase y dice en voz alta su conclusión: “Esta frase cita al cerdo y al cerdo le atribuimos ser sucio y guarro. Estamos, claramente, ante la figura retórica de la alusión”.
Asíndeton: Es una oración que no incluye ninguna conjunción para unir las palabras o los elementos de la frase. Imagine que alguien le dice: Idiota, estúpido, animal, qué manera tan grosera de ser tan inútil. A lo que usted puede responderle: “Observamos al principio una especie de retahíla, después la frase se hace más compleja y vemos que acaba sin utilizar ni una sola y ni un mísero ni. Estamos, sin remedio, ante un asíndeton (o asindetón, con la sílaba tónica en el ton, como el charlestón, que es más juguetón).
Enumeración: Esta figura retórica es de las más fáciles. Consiste en hacer una lista de cosas que tienen relación entre sí. Es posible que alguna vez usted se vea en una de estas: Eres una despreocupada, una dejada, una inconsciente, una loca, una juergas, una sinvergüenza, una imprudente. Muy bien. Para empezar, puede contar el número de insultos proferidos de una sola vez (este ejercicio le ayudará también a practicar la retranca y la aritmética), y a continuación pasará al análisis literario y le dirá al agresor que acaba de soltar una enumeración.
Hipérbole: Es una exageración desorbitada para llamar la atención. La recomendación del Departamento de Narrativa es que si alguien le dice: ¡Eres un inútil y no has hecho ni una sola cosa buena en tu vida!, usted, en vez de sentirse herido, pare la bala con este análisis lingüístico: “Eso es una hipérbole”. Y si aún le quedan ganas de contestar a su ofensor, puede soltarle este pareado: “Bien empleada esta figura literaria”.
Metáfora: ¡Tan común, tan útil, tan bella! Es un tropo que consiste en dar a las palabras un sentido distinto al suyo para crear nuevas imágenes y amplificar significados. No se extrañe usted si un día escucha a una madre, frita ya de su hijo, decirle: ¡Eres un tirano de mantequilla! El Departamento de Narrativa aquí no da consejos al niño para que sean ellos solitos quienes desarrollen su creatividad.
Pleonasmo: Esta figura literaria consiste en decir lo mismo de varias formas distintas para enfatizar un mensaje. Alguien podría decirle: Tú te vas a disculpar, de tu parte, y me vas a pedir perdón. ¡Ha quedado clarísimo! En este caso le recomendamos que acompañe su respuesta de gestos que escenifiquen lo viscosa y pegajosa que es la palabra pleonasmo. Mueva la mandíbula como si se le hubiera pegado un chicle a los empastes y mueva las manos como si jugara con un blandiblú.
Pregunta retórica: Es una pregunta que no busca una respuesta. Lo que pretende es provocar una sacudida y llamar la atención. Imagine que alguien le dice: ¿Pero cómo puedes ser tan ceporro? Usted, como buen artificiero y diestro de la retórica, no contestará. Pero es que, además, no se enfadará. Ni le importará. Seguirá a lo suyo, porque estará muy ocupado en disfrutar de la vida mientras otros se la pasan entre berrinches y sensibilidad de porcelana.
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