Hay un intenso contraste entre esas tiendas abarrotadas de viandas y luces con villancicos a toda potencia y el temor al germen del momento que vivimos. Entre las “ganas de navidad” que aseguran se han redoblado y las de huir a una isla apátrida. Entre la noche de paz y los días de guerra con ese horizonte que dibuja la prolongación de las hostilidades.
Está la guerra sobre Ucrania, desde luego. La que mantiene la riqueza avara contra la pobreza porque es eterna. Y la de aquí, la que desatan las derechas españolas cada vez que los progresistas ganan las elecciones. Enseguida se hartan, impacientes. Y avivan la tensión si no ven claro que vayan a ganar las próximas elecciones, como parece estar ocurriendo a tenor de la virulencia de su acometida actual.
El PP lleva ya tres años sin amarrar asuntos de gobierno nacional e internacional y los locales se resienten –algo- de las directivas generales. A los medios a su servicio no los pierden. Al poder judicial tampoco. Porque a cualquiera que se le diga en el ancho mundo que se puede mantener tribunales y al Poder Judicial caducados por más de cuatro años, rebelarse a la brava y que encima quieran tener razón, y que muchos se la den, no lo creerían. Salvo si llevan las orejeras de la derecha patria. Pero es que están evidenciando con su actitud lo mucho que se juegan. Cuando se opera tan sucio como se ve en ese sarpullido de corrupciones, contar con aliados en los procesos es primordial. Estos días les han archivado la Caja B del partido y les han dejado en semilibertad a su tesorero Luis Bárcenas, tras cumplir solo 6 años de los 29 a los que fue condenado. Además, el TC ha secundado sus deseos para boicotear a ambas cámaras del Parlamento.
La nochecita mala que aguarda las cenas navideñas en algunos hogares afectados de eso que llaman “polarización” es de temblar, con seguridad se harán fuertes los cuñados en sus diversas versiones. Precisamente cuando más ganas tiene la tradición de tener ganas de tradición navideña.
Lo peor es que esta vez las derechas se han pasado mucho de la raya. Cuando se encabritan son temibles. Las personas mayores lo sabemos bien. Por eso nos miramos en las cajas del supermercado, por ejemplo, cuando nos desean Feliz Navidad. Una señora ha respondido delante de mí: ¡ay, con lo que viene“.
Sabemos lo que viene, lo que está; no aún el grado que alcanzará. Empiezan con la crispación. Es un clásico. Llenan la convivencia de insultos, mentiras, propagan el malestar, mientras se frotan las manos, aunque sea con esa molestia de no poder meterlas hasta el codo en los asuntos que ellos creen les corresponden por derecho natural.
La crispación es un arma de élite para derruir la moral de la sociedad. De ahí su acreditado éxito. De ahí que se acuñara el dicho aquél de que, en España “a los bienios progresistas le siguen décadas ominosas”. Nivel medio siglo con propina cuando se saltan todos los derechos, se cargan al gobierno legítimo y se atizan una interminable dictadura con largas resacas.
Es de temer. Y con motivo. Un excelente artículo de Ángel Munarriz en Infolibre analizaba en profundidad, con datos, la influencia de la crispación en las elecciones. “El embrutecimiento del debate empeora una atmósfera de creciente descontento con las instituciones democráticas”, destacaba. Y así quien más se beneficia es quien ataca al Gobierno. Salvo, por supuesto, que ese Gobierno sea el de Ayuso en Madrid, añado, porque tiene a la inmensa mayoría de los medios en continuo lavado y promoción. En otro caso insólito por su cuenta de resultados plagada de flagrantes iniquidades. Pero en líneas generales a los alborotadores les funciona la maniobra. Expanden ganas de cambio.
Se benefician, pues, Vox y el PP de un Feijóo en pleno desenfreno. A sus mayores adeptos logran taparles la gestión del Gobierno, que en algunos aspectos está siendo tan eficaz como para que la destaque hasta el Banco de España, que igual se ha tenido que poner una pinza en la nariz para dar los datos reales. Los expertos advierten que los votantes de derechas sienten más rechazo por el adversario que por los fallos de su partido, lo que les protege mejor de la abstención. Y el hastío por el “todos son iguales” los decanta por el suyo. De ahí que ya se deduzca que la reforma del Código Penal pasa factura al PSOE que se deja más de dos puntos en el barómetro del CIS, sin valorar la inmensa manipulación mediática desplegada. Y aun así no tienen expedito el camino y lo saben. Por eso tratarán de seguir crispando a la sociedad hasta que se convoquen elecciones, exprimiendo los nervios de la ciudadanía. Y “llegar hasta donde haga falta”, como amenazó el presidente del PP y parece se dispone a cumplir.
No estamos en un momento de crispación solo. Ocurren cosas muy graves: el atrincheramiento de los conservadores del Tribunal Constitucional, el haber amordazado al Parlamento, Feijóo aferrado al bloqueo y movilizando a la derecha judicial y policial contra el gobierno, llamándolos él a Génova, se dice pronto. Y numerosos medios sembrando confusión o no dando la información precisa.
Con hechos tan inquietantes, estamos aún en espera de noticias de Europa, serias, sin ambages. Y del jefe del Estado, a quien compete la salvaguarda de las instituciones, aunque dudosamente se pronunciará en su mensaje navideño. Es lo que hay.
Y esta noche es nochebuena y mañana navidad. Con este ambiente. Marcando celebraciones ficticias, con determinadas alegrías forzadas. Aunque no las verdaderamente inspiradoras que sirven para cualquier día del año. Porque algunos estamos hartos hasta más allá de los confines siderales del hartazgo de vivir toda la vida bajo la presión y las marrullerías de quienes se adueñan por la brava de un país y sus gentes. De su impunidad. Frente a sus fechorías, mano firme y dura. Y frente a la crispación nuestras celebraciones: por estar vivos, por tener la conciencia limpia, por ser coherentes aunque lo hagan pagar. Valores que se dan en personas decentes y valientes de cualquier ideología. La superioridad moral de la razón.
Y así mantener la antorcha por los seres queridos que nos faltan, sobre la inquietud por la salud de los enfermos a quienes queremos, por los que sufren ahora mismo el rigor de las injusticias. Por quienes, desde las Instituciones, cumplen con su obligación. Por los periodistas y medios que sí informan. Por los ciudadanos que ejercen de tales orgullosos de serlo. Por los que vienen detrás con ganas de hacer. Y por seguir siendo libres y amando la vida. Por encontrarnos otra vez dentro de un año habiendo disipado nubarrones y puesto la Pica en el Flandes de la verdadera democracia. Siquiera algo más cerca de donde está, no más lejos como va.