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De nuevo asoma la patita el Leviatán de la banca sistémica

Varios paneles del Ibex 35, en el Palacio de la Bolsa.

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Estos días las bolsas de medio mundo se encuentran un poco revueltas, con caídas significativas en los índices más importantes del planeta. Numerosos titulares atribuyeron esta corrección al debilitamiento de la economía china. De nuevo los árboles no nos dejan ver el bosque, y un relato incompleto se esparce sobre el porqué se está produciendo un determinado fenómeno, en este caso el comportamiento de los mercados financieros. El desencadenante real fue un titular en la CNBC: “Fitch advierte que podría verse obligado a rebajar la calificación de docenas de bancos, incluido JPMorgan Chase”. Otra vez asoma la patita ese Leviatán llamado banca sistémica. Las autoridades políticas y monetarias facilitaron, favorecieron e incluso incitaron a una política perversa. Nos referimos a ese proceso de una mayor concentración bancaria en beneficio de los grandes campeones nacionales.

La advertencia de Fitch incluía a JPMorgan Chase, que no solo es el banco más grande en Estados Unidos en términos de activos y depósitos. Además, es el mayor banco en términos de exposición a derivados. Según el Informe trimestral sobre las actividades bancarias de negociación y derivados del regulador federal de bancos nacionales (aquellos que operan a través de las fronteras estatales), hasta el 31 de marzo de 2023 JPMorgan Chase Bank tenía activos por 3,2 billones de dólares y una exposición a derivados de más de 59 billones de dólares de nocional (cuantía nominal). Dicho informe también hacía la siguiente afirmación en cierta medida alarmante: “Un pequeño grupo de grandes instituciones financieras sigue dominando el comercio y la actividad de derivados en el sistema bancario comercial de Estados Unidos. Durante el primer trimestre de 2023, cuatro grandes bancos comerciales representaron el 89% del total de montos nominales de la industria bancaria y el 67% del riesgo crediticio neto actual de la industria”. Y ahora Fitch nos obsequia con un mensaje al mercado de que podría tener que rebajar la calificación de esos cuatro grandes bancos.

Los cuatro bancos comerciales a los que se refiere el regulador federal son JPMorgan Chase, Goldman Sachs Bank USA, Citibank de Citigroup y Bank of America. Pero si observamos el desglose de la exposición a derivados a nivel de la sociedad tenedora de bancos según dicho informe, surge un quinto banco: Morgan Stanley, que de alguna manera logra mantenerse fuera del radar en cuanto a sus derivados, hasta que las cosas estallen. Estas cinco entidades bancarias tienen 238 billones de dólares del total de 285 billones de dólares en derivados poseídos por los 25 principales bancos con exposición a los mismos. Dicho de otra manera, el 84% del riesgo de que los derivados exploten, como lo hicieron en 2008, se concentra en solo cinco bancos, de los 4096 bancos comerciales asegurados federalmente en Estados Unidos.

Pero la opacidad, tal como siempre denuncia la profesora de Stanford Anat Admati, referencia clave para poder entender las dinámicas y el peligro del sistema bancario global, ha ido lamentablemente en aumento, en parte por la desidia del regulador y de las autoridades monetarias y económicas. Veamos un ejemplo. En 2010, cuando se aprobó la legislación de reforma financiera Dodd-Frank, se suponía que los bancos debían hacer dos cosas importantes con su exposición peligrosa a los derivados. Se les exigía “reubicar” los derivados en otra unidad de la sociedad tenedora de bancos, que no fuera el banco asegurado federalmente, para que esta unidad pudiera ser liquidada si los derivados la hicieran explotar. Pero, cosas de las puertas giratorias, Citigroup logró que esta reforma de Dodd-Frank fuera revocada en 2014. Dodd-Frank también se promocionó como una forma de obligar a los mega bancos a que los derivados se liquidaran y compensaran centralmente en cámaras de compensación de mercados organizados, para brindar estabilidad y transparencia a este peligroso mercado. En cambio, el último informe del regulador señala que “En el primer trimestre de 2023, el 40,5% de las tenencias de derivados de los bancos se liquidaron en mercados organizados...”. Ello significa que el 59,5% de los derivados siguen siendo un agujero negro opaco, que se compensan en mercados no organizados, conocidos como derivados OTC (over-the-counter).

El origen de todo, la derogación de la Glass-Steagall

El pecado original que nos ha llevado al actual callejón sin salida fue la derogación de la Ley Glass-Steagall. La regulación es una forma de intervencionismo que representa un impuesto directo o indirecto sobre la economía. Pero, en muchísimos casos la regulación bien vale su coste, ya que proporciona beneficios que compensan el impuesto económico y la carga impuesta a los demás. La Ley Glass-Steagall de 1933 fue un ejemplo de ello. Aunque la ley limitaba las líneas de negocio en las que podían participar los bancos, protegía a éstos y, lo que es más importante, a la población de la depresión económica. Muchos factores han pesado sobre la economía en los últimos años y, en mi modesta opinión, la derogación de Glass-Steagall es uno de ellos. Su derogación en 1999 supone un claro punto de inflexión en la historia de las instituciones financieras y las actividades que esta regulación limitaba antaño.

La Ley Glass-Steagall de 1933 se promulgó para combatir las actividades bancarias extralimitadas que provocaron inestabilidades financieras y alimentaron la Gran Depresión. El principal objetivo de la ley era evitar otro colapso bancario como el que en aquel momento estaba paralizando a los bancos y dejando a los depositantes sin un céntimo. Para ello, se separaban las actividades bancarias tradicionales comerciales de las de inversión. Desde 1933 hasta su derogación en 1999, se prohibió a los bancos que captaban depósitos negociar y suscribir valores no gubernamentales y sin grado de inversión. La Glass-Steagall impidió que se produjera una crisis de la magnitud de la Gran Depresión.

Pero bajo la administración Clinton, con el partido demócrata, en 1999, el Congreso aprobó la Ley Gramm-Leach-Bliley (también conocida cómicamente como Ley de Modernización de los Servicios Financieros de 1999), que derogó Glass-Steagall. La derogación, tras una actividad lobista del sector financiero, puertas giratorias mediante, fue promovida al público como un medio para liberar la capacidad de los banqueros de proporcionar más capital y liquidez para estimular la actividad económica. Menos de diez años después de la firma de la Ley Gramm-Leach-Bliley, las instituciones financieras sufrieron una implosión sin precedentes desde la Gran Depresión. Sin el salvavidas de los rescates masivos financiados por los contribuyentes, la política monetaria sin precedentes y los cuestionables cambios en las normas contables, la carnicería financiera de la crisis de 2008 podría haber igualado o incluso superado la de la Gran Depresión. Si a ello unimos las distintas leyes de desregulación de los mercados derivados, ¿qué podía salir mal? Sin duda alguna ni el Diablo Cojuelo lo podría haber diseñado mejor.

El problema de fondo es que el sistema bancario no es un mero intermediario, y su fragilidad importa y se irradia a la economía de manera exponencial. Por eso, hoy más que nunca, es necesario tanto una reducción de la concentración bancaria -exactamente lo contrario a lo que se está haciendo-, como obligar a los bancos a retener el riesgo. Ello reorientaría a que éstos volvieran de nuevo a la actividad bancaria tradicional. Sí. Lo sé, ello sería mucho menos rentable. Pero el objetivo fundamental del sistema bancario no es su rentabilidad, sino su estabilidad.

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