Un gobierno de izquierdas con mayoría parlamentaria es hoy por hoy una ilusión que pocos creen que pueda convertirse en realidad. Demasiados obstáculos, algunos posiblemente insalvables, ciegan y van a seguir cegando esa perspectiva. Pero reflexionar sobre esa hipótesis, por muy improbable que parezca, puede ayudar no sólo a entender el estado actual de la política española, sino también a vislumbrar una salida, únicamente teórica si se quiere, al marasmo actual en que ésta se encuentra.
Todo indica que el primer paso en ese camino está a punto de darse. Que Podemos e Izquierda Unida van a concurrir juntos a las próximas elecciones y que ese entendimiento puede propiciar un buen resultado electoral al bloque resultante del mismo: más escaños que la suma de los que lograron ambos partidos el 20-D y puede que también más votos. Una nueva izquierda, hija del terremoto político que este país ha sufrido en los últimos años, entraría así en el nuevo Parlamento con una fuerza que, más allá del signo del futuro Gobierno, condicionaría su andadura e influiría en sus decisiones. Pongamos que obtenga 85 escaños. Serían demasiados como para que los demás partidos pudieran marginarla aunque se coaligaran para intentarlo.
Desde esa perspectiva, y desde unas cuantas más, el programa electoral de Podemos-IU adquiere una importancia seguramente mayor del que tenían los de las de las dos fuerzas cuando concurrieron por separado. O, cuando menos, los responsables de redactarlo deberían verlo así. Porque su contenido no debería tener únicamente una finalidad movilizadora y propagandística, sino que también debería ser una guía para la acción política en unas condiciones en las que la nueva coalición podría ser protagonista en momentos cruciales.
Uno de ellos llegará justo después de las elecciones. Pablo Iglesias y Alberto Garzón han afirmado que quieren llegar a entenderse con el PSOE. Eso, al menos en principio, no es imposible. ¿Por qué no deberían ponerse de acuerdo si lo han hecho para formar gobiernos regionales y autonómicos? Obviamente porque el desafío es de mucho mayor calado y afecta a intereses mucho más conspicuos. Entre ellos, el futuro de unos y otros partidos. Pero en política, como en otros campos de la actividad humana, lo importante es trabajar para conseguir lo que uno quiere, sin que el temor de que vaya a valer para poco paralice la acción.
El programa electoral de Podemos-IU tiene que proponer medidas que cambien de verdad la pésima situación institucional y socioeconómica que existe hoy en nuestro país. Pero, sin olvidar la dimensión ideológica de toda propuesta, esas medidas tienen que ser factibles en la medida de lo posible. De una u otra manera, a corto o a medio plazo. Y han de tener en cuenta el contexto, nacional e internacional, en el que se proponen. Aunque el proceso de lo uno a lo otro haya transcurrido a una velocidad de vértigo, ha pasado el tiempo en el que la agitación ha sido el principal protagonista y, aun manteniendo muy firme el pulso en ese terreno, ahora se está en el de la concreción en acciones políticas viables.
Un programa pensado en esa clave, por muy ambiciosos que sean algunos de sus puntos, que tienen que serlo, es una condición sine qua non para abordar una negociación con el PSOE que tenga por objetivo llegar a un acuerdo y que no sea sólo una nueva ocasión para demostrar las limitaciones y contradicciones de los socialistas.
La situación en que se encuentran Pedro Sánchez y su partido no permite ser muy optimista respecto de las posibilidades de un entendimiento. Más allá de lo que dicen en público sus dirigentes, en estos momentos la sensación predominante en sus filas es algo muy parecido a la angustia existencial. El surgimiento a su izquierda de una fuerza que le ha quitado cerca de un 30% de sus votos y que casi ha empatado con ellos ha producido una convulsión que no se supera fácilmente y ha generado en muchos cuadros un miedo al vacío que no es el mejor consejero para decidir fríamente qué hacer y qué le conviene más a su partido.
Los intereses contrapuestos entre quienes siguen tocando poder, institucional o social, y quienes aún han de construir su futuro personal hace muy difícil un debate eficaz y productivo. El PSOE aún no ha asimilado plenamente que el bipartidismo se ha acabado, que las lógicas de antes ya no valen y que hay que colocarse de una nueva manera en el escenario político.
Pero sigue contando con la expectativa fundada de obtener cinco millones o más de votos el 26-J. La tentación de ponerlos al servicio de una operación continuista mediante una coalición con el PP es grande, las presiones que sufre el partido para dar ese paso son enormes y la tentación de hacerlo aunque sólo sea para salir del paso no es pequeña. Pero cabe también sospechar, y hay algún indicio de ello, que la hipótesis contraria, la de un pacto de izquierdas, también está empezando a ser contemplada por algún dirigente socialista.
Si miran al exterior, comprobarán que las grandes coaliciones están resultando nefastas para los partidos socialdemócratas. Aparte de lo que les ocurrió en Grecia, está ahora el ejemplo de Austria, en donde el SPD se acaba de convertir en una fuerza prácticamente marginal tras su pacto de gobierno con el centro, y también el de Alemania, en donde los socialdemócratas no dejan de hundirse en los sondeos y algún periódico ya empieza a hablar de riesgo de pasokización.
¿Cuál sería la suerte de un PSOE que gobernara con el PP? ¿Qué terreno de maniobra, para hacer cambios o para tener algún protagonismo político, concedería la derecha a unos socialistas que, además, estarían en posición subordinada por haber obtenido menos votos? Aceptar esa opción sería poco menos que un suicidio político. La opuesta, pactar un gobierno de izquierdas, tendría mucho menos riesgo por muy espantosa que hoy parezca esa vía a buena parte de los dirigentes socialistas.
Es aún prematuro hablar de posibilidades de que ocurra una u otra cosa. Falta, entre otros, un ingrediente tan decisivo como el resultado de las elecciones de junio que el último sondeo del CIS no anticipa porque desde que se llevó a cabo su trabajo de campo han ocurrido hechos que pueden haber modificado los datos de partida. Falta también la campaña y lo que se diga en ella. Pero ya se puede afirmar que la posibilidad de un pacto entre Podemos-IU y el PSOE no es irreal. La posición que los socialistas adopten decidirá en su momento al respecto. Pero la otra parte también tiene tareas importantes y pendientes para hacerla viable.