Pagar o no pagar
A las dos y media del 25 de marzo de 1983 fue secuestrado por un comando de ETA, en el garaje de su casa en Madrid, el empresario Diego Prado y Colón de Carvajal, hermano de Manuel de Prado, quien era administrador privado del entonces rey Juan Carlos I.
ETA pidió dinero por su rescate. Ahora nos enteramos por las notas de Emilio Alonso Manglano, ex director del CESID, que el dinero del rescate, 600 millones de pesetas, salió de la Casa Real. “El jefe de la unidad de Terrorismo del CESID informó a Manglano de que los 600 millones de pesetas salieron de la Casa del Rey”, leemos en ABC. “Lo puso Zarzuela”, titulaba este jueves el diario monárquico.
Si los hechos fueron así, y no parece que haya duda ya que la fuente siempre ha sido valedora de la monarquía, la noticia dice mucho sobre la hipocresía en la que se basa el sistema político.
El secuestro de Prado y Colón de Carvajal fue uno más de los que protagonizó ETA para conseguir dinero. La mayoría de los extorsionados, y también de los secuestrados, fueron empresarios vascos que tenían que enfrentarse al tremendo dilema de pagar o no pagar. En aquellos tiempos, conocidos dirigentes políticos lanzaban sonoros exabruptos contra los empresarios que cedían al chantaje. Pero el empresario, su familia, se encontraban en la soledad del hogar con ese dilema, pagar y aquí paz y después gloria, o no pagar y vivir en constante zozobra.
En la soledad de su oficina en la empresa que dirige, abre una carta dirigida a él con nombre y apellidos. Observa el anagrama de ETA, lo que le produce una ambigua sensación de repugnancia y temor. Al fin, lo tantas veces temido, ha llegado. Le piden dinero, mucho dinero, en nombre de la “lucha del pueblo vasco” y como representante de “la oligarquía vasca”.
En esa soledad, trata de reflexionar sobre los pasos a dar. ¿Debe comentarlo en la familia, o es mejor actuar en solitario sin que nadie más se entere?¿Tiene que pagar, sabiendo a qué se va a dedicar ese dinero? Por un instante en su cerebro se cuela otra posibilidad. Dejarlo todo. Salir de Euskadi con la empresa y la familia, buscar un lugar donde establecerse y recomponer la industria. En algún territorio fuera del vasco, le acogerán con alegría y apoyo firme. Su industria es pujante, y tendrá las puertas abiertas en cualquier lugar.
Ese sentimiento de soledad frente a la extorsión fue habitual en muchos empresarios vascos. Como Prado y Colón de Carvajal, pagaron. Algunos salieron con su industria para no volver. Otros se rebelaron: “Me rebela la idea de tener que pagar para salvar la vida, de ceder al miedo absoluto de morir. No soy un héroe, no quiero serlo. Pero algo hay en mi conciencia, en mi manera de ser, que prefiero cualquier cosa que ceder a un chantaje, que está destruyendo mi tierra, a mi pueblo y a mi gente”. Era Juan Alcorta, presidente de Koipe. Siguió yendo a ver los partidos de la Real Sociedad, aunque sabía que era un objetivo de ETA. Era muy difícil ser héroe, porque agazapado en la oscuridad el comando ejecutor esperaba su oportunidad.
ETA asesinó a cerca de una cincuentena de empresarios y secuestró a otros tantos, es decir, las amenazas, las cartas del miedo, sustentaban su valor en un trasfondo real de secuestros y asesinatos.
El primer empresario asesinado fue Ángel Berazadi, director de la empresa guipuzcoana Sigma, en abril de 1976. Fue secuestrado por un comando de ETA Político Militar que pidió un rescate, pero el pago se complicó. El ministro de la Gobernación, Manuel Fraga Iribarne, mano derecha del que era en ese momento presidente del Gobierno, Arias Navarro, llegó a ordenar a Hacienda que controlara el movimiento del dinero de la familia Berazadi con la intención de impedir el pago del rescate. ETA envió a la prensa una fotografía espeluznante. En ella se veía a Berazadi, aparentemente tranquilo, encañonado por una pistola. Días después su cuerpo apareció en la cuneta de una carretera.
A comienzos del mes de agosto de 2000 me encontré casualmente cerca de la sede de la patronal guipuzcoana Adegi, con José María Korta, su presidente. Iba sin escolta de ningún tipo porque era una persona confiada y confiable. Estuvimos hablando un buen rato de esto y de aquello, en euskera. Korta, cuando hablaba en castellano, tenía un fuerte acento vasco, quizá porque había nacido en un caserío de Arrona en Zestoa y porque era su lengua habitual y familiar. Era licenciado en Filosofía y Letras, e impulsor con sus hermanos de la empresa Korta S.A. Un par de días después de ese encuentro fue asesinado en el exterior de su empresa mediante un coche bomba. ETA quería dejar claro que los empresarios eran un objetivo principal, necesitaban recaudar dinero. Korta era nacionalista vasco, euskaldun, impulsor de la ikastola de Zumaia. Daba igual, era también empresario, y presidente de los empresarios guipuzcoanos. Un aviso a navegantes.
Lo que conocemos ahora gracias al ex director del CESID, del pago a ETA de los 600 millones de pesetas para liberar al secuestrado Colón de Carvajal, hermano del administrador privado de Juan Carlos I, Manolo Prado como lo llama Manglano, sirve para la reflexión. Si la Corona, la cúspide del estado, el firmante de todas las leyes, cedió, ¿qué debían hacer los pequeños empresarios extorsionados por ETA? ¿Poner la otra mejilla?
Manglano recuerda que Juan Carlos I le reconoció que el rey de Arabia Saudí le había dado 36 millones de dólares. “El rey de Arabia Saudí me dio 36 millones de dólares para la Transición”, le dijo Juan Carlos I. También recibió 50 millones de dólares a interés cero del mismo monarca saudí. En las notas de la agenda de Manglano aparece una muy misteriosa: “El Rey, a través de Manolo Prado, gestionó 50 millones de dólares para UCD. ¿Qué se ha hecho de esto?”. Eso nos preguntamos, ¿qué se hizo de aquello?
Es bueno que salga a la luz la información veraz, los datos que guardan bajo siete llaves los servicios secretos. Necesitamos conocer la verdad, toda la verdad. Como dice en la película “Maixabel” la esposa del asesinado Juan María Jauregi, “ETA lo envenenó todo”. Envenenó también la democracia, porque ante la realidad del tiro por la espalda y del coche bomba, era difícil mantener la calma, la sensatez y el sentido democrático.
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