Pedro en la boda roja
Pedro Sánchez nos mintió. No le gusta el chuletón al punto. Le encanta poco hecho, casi crudo, que la sangre inunde el plato al partirlo y que se note el sabor acre entre los dientes. Manchando la comisura y sintiendo el poder del carnívoro que somete a la criatura más débil. Como un macho alfa del paleolítico, primitivo, un depredador que siente cómo la testosterona inunda sus gónadas al despedazar la carne con dientes perfectos, mandíbula afilada y gesto de virilidad. No se puede comprender de otra forma más que apelando a su gusto por la sangre derramada la crisis de Gobierno que se ha llevado por delante hasta los más leales a su figura y cometido. Pedro ha disfrutado de su matanza en la boda roja, sin piedad, y ahora comienza una nueva legislatura.
No ha habido compasión. Ni colaboradores cercanos, ni leales ministros ni históricas del PSOE han soportado la voracidad del presidente del Gobierno. Una masacre política que ha terminado con una legislatura para dar comienzo a otra. Más femenina, más socialista y con menos figuras ajenas al partido y golpes de efecto. Un ejecutivo político de nombres de segunda fila, mucho más rejuvenecido y con una adhesión inquebrantable a las formas y el proceder del líder del partido. Pero eso no otorga certidumbre, si algo ha dejado claro Pedro Sánchez es que eso no sirve para perdurar. Solo sirven si le sirven, en la acepción más genuflexa del diccionario.
Pedro Sánchez inicia una etapa aún más cesarista, si eso era posible, más parecida a la que José María Aznar emprendió en su segunda legislatura que a la que correspondería a un presidente que aún no lleva en Moncloa el tiempo de una sola. El presidente del Gobierno manda un mensaje claro y diáfano que de forma paradójica deja una sensación de continua incertidumbre a todos los que le rodean. No hay nada que puedan hacer para mantenerse en sus responsabilidades, no hay unas reglas de lealtad, compromiso y buen hacer para conseguir mantener el cargo. Todo depende única y exclusivamente del capricho y oportunidad de un presidente que actuará con puño de hierro cuando crea que le conviene, aunque para ello tenga que pasar por encima de sus colaboradores más estrechos y que nunca le han fallado.
El mensaje lanzado por Sánchez es de doble vía, uno individual y otro colectivo. No le van a doler prendas al cortar cualquier cabeza, pero manda un guiño al partido. A la casa madre. La pesoización del nuevo Ejecutivo y el nombramiento de Óscar López como jefe de gabinete traslada a la militancia activa de Ferraz el mensaje de que nuevamente el partido cuenta con ella y ya no estará a expensas de las ocurrencias megalómanas del canciller Iván Redondo. Cargárselo ha sido el mensaje más conciliador que podría mandar a las baronías y cargos intermedios, provinciales, regionales y locales. Ferraz vuelve a importar. La recuperación económica comienza, quedan dos años de legislatura y hay que cerrar filas con los propios para asegurar el poder, porque sin él no hay cargos.
El Gobierno es mejor sin Iván Redondo. Tenía una buena fama inmerecida que no se correspondía con los hechos. Los mayores fracasos de este Gobierno son jugadas “maestras” del gurú. Él es el creador de Isabel Díaz Ayuso como antagonista del Gobierno para desgastar a Pablo Casado y lo que logró es dar el golpe de gracia al PSOE de Madrid hasta crear una líder peligrosa para Moncloa. Pero también uno de los hacedores de la chapuza de la huerta murciana que acabó con el ridículo monclovita y con la desaparición de Ciudadanos como alternativa anhelada a socio de Gobierno de Pedro Sánchez. La última opereta de la factoría Redondo fue la cumbre internacional de 20 segundos acosando a Joe Biden por un pasillo. Nadie le soportaba en Ferraz, para los más era un quintacolumnista del PP; para los menos, solo un aprovechado sin talento pero con buena prensa. Los errores cometidos han servido de excusa al presidente del Gobierno para reconciliarse con la casa del pueblo cortando la cabeza más preciada. Todo cambia, solo Pedro Sánchez permanece.
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