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Los pelillos no deben ir al mar

La portavoz de Unidos Podemos, Irene Montero.

Sílvia Claveria

La expresión “pelillos a la mar” se utiliza frecuentemente para olvidar o zanjar una discusión. Sin embargo, no está demasiado claro cuál es su origen: algunas fuentes apuntan a que proviene de una costumbre infantil para hacer las paces, donde los implicados se arrancaban algunos pelos y los lanzaban al aire. Otros, apuntan que la frase hecha proviene de La Ilíada de Homero, donde se relata que griegos y troyanos, como símbolo para resolver sus disputas, sacrificaron unos corderos y arrojaron el pelaje al viento en dirección al mar.

Sea como fuere, hace un par de semanas parece que los pelillos no fueron sinónimo de paz, sino de polémica. Un concejal del PP criticaba la posible adecuación de Irene Montero a la vicepresidenta del gobierno por no tener las axilas bien depiladas. No es la única. Las mujeres, sobre todo aquellas que acceden por primera vez a un puesto de poder, son criticadas por cuestiones de imagen o de roles de género. Recordemos que algunos medios de comunicación prescribieron a Leire Pajín una dieta porque consideraban que tenía algún kilo de más. También algunos personajes públicos han asociado a las separatistas de la CUP o de Bildu como mujeres feas. Asimismo, un exportavoz del gobierno calificaba a Inés Arrimadas de hembra joven como único mérito. Sobre Elsa Artadi, los medios de comunicación destacaron de su currículum que era una “novia a la fuga”, cuando tiene un doctorado por Harvard. Félix de Azúa sugería que Ada Colau tendría que estar sirviendo en un puesto de pescado o hacer punto de cruz. Casi ninguno de estos comentarios es dirigido a hombres que se dedican a la política.

En un estudio realizado por Verge y Pastor exploran cómo se representan las mujeres en los medios de comunicación que han accedido por primera vez a una posición política, donde antes solo la habían desempeñado hombres. Encuentran que, además de que ellas reciben menos atención por parte de los medios, los medios se centran principalmente en el físico y en cómo concilian con su familia y menos en temas de su desempeño o su carrera profesional. Por otra parte, consideran que es bastante habitual que sean representadas como sujetos pasivos, resultado de las decisiones de los hombres. Así, a modo de ejemplo, destacan de Rudi, como primera mujer presidenta del Congreso, que “la elección de Aznar es acertada” o a Díaz diciendo que ha llegado a ser presidenta de Andalucía gracias a su “padre político”. Además, los medios suelen mostrar a las mujeres en estas posiciones como personas muy emocionales. Cuando ganaron Aguirre o Cospedal en sus respectivas CCAA., los medios titulaban “no pudieron contener las lágrimas”.

Las críticas al físico de las políticas, mandar a las mujeres a hacer trabajos muy estereotipadamente femeninos (como pescadera o punto de cruz) o hacerlas sujetos pasivos tienen el resultado de remarcar aún más que las mujeres son invasoras de un espacio que no les pertenece. Van definiéndolas como las “otras”, aquellas que no se ajustan a los estereotipos fijados dentro de la política, que son masculinos. De hecho, además, es normal observar cómo a ellas se las evalúa más severamente ante un error. Esta imagen que los medios proyectan puede generar una obstaculización de la credibilidad y la autoridad de su desempeño en política y, en definitiva, de las capacidades de las mujeres en este ámbito. Y lo más importante: pueden incentivar que las ciudadanas se alejen de este mundo, es decir, que decaiga aún más el interés o la participación en política, ya que pueden considerar este mundo como un mundo que no les pertenece.

Con este tipo de insultos o de críticas no se pueden echar los pelillos a la mar y, considerarlo una cuestión menor. Se deben combatir estos estereotipos e imágenes por todos los medios, por parte de los medios de comunicación, pero también por parte de los partidos políticos. Es necesario que estas prácticas sean sancionadas para que exista una ciudadanía comprometida y participativa.

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