Los 40 periodistas
Ahí les tienen, en Brasil, dispuestos a saltar arropados con la bandera nacional de Iberdrola, perdón, de España, ante cualquier brillo futbolístico de la selección. Igual, qué mala suerte, se les acaba pronto la fiesta, pero de momento, a disfrutar, que es gratis. Pagan, en este caso, vía factura eléctrica, los sufridos consumidores. Lo publicaba La Marea (Iberdrola invita a 40 periodistas al Mundial…), pero no debemos sorprendernos. Los gabinetes de comunicación de las empresas hacen su trabajo, son profesionales de la seducción. Hoy es la eléctrica en Brasil, ayer el Santander en el Gran Premio de Fórmula 1 de Mónaco y mañana el Real Madrid de ACS, digo, de Florentino, en el palco del Bernabéu.
Los periodistas somos los responsables de hacer bien el nuestro. Estamos obligados a hablar con todo el mundo. Eso incluye, por supuesto, tener contactos cercanos, establecer relaciones o cultivar fuentes con el poder económico y político. Pero los buenos profesionales saben que deben mantener las distancias. Que hay que poner límites a los agasajos. Que detrás de una caricia procedente de esas alturas siempre hay una segunda intención.
Afortunadamente, en las redacciones casi todo el mundo respeta esas normas, pero no nos engañemos, igual que en la política durante los años de la burbuja económica y ética a muchos se les fue la mano a la caja del dinero público, en el periodismo no todo ha sido juego limpio.
Por eso quizá el oficio no pasa por su mejor momento y encuesta tras encuesta estamos a la cola en la valoración popular. Y es normal que los ciudadanos desconfíen. Los “invitados”, la que podríamos llamar en el lenguaje de Podemos “Casta periodística”, esa alegre muchachada que viaja de evento en evento, es sólo la punta del iceberg de los males que nos afectan.
Por un lado, el peligro permanente de confundir periodismo con comunicación o espectáculo o agitación comercial o política. No son lo mismo. Y los periodistas deberíamos ser los primeros en reivindicarlo (para entender el oficio aconsejo leer esta entrevista con Soledad Gallego-Díaz).
Se puede ser un gran tertuliano en un programa de variedades en la televisión, pero eso casi nunca es periodismo, o al menos buen periodismo. Se puede hacer un gran programa de ficción (como lo fue el de Jordi Évole sobre el 23F), pero eso tampoco lo es. Se puede durante años manipular la información sobre los atentados del 11M, como hizo El Mundo de Pedro J. Ramírez, pero eso es periodismo del malo malísimo, del peor.
Y luego está la crisis económica. Y vemos cómo detrás de muchas informaciones publicadas en cabeceras supuestamente serias hay viajes pagados por las empresas interesadas en que se aborden esos asuntos, sin que se advierta de nada a los lectores. Por no hablar de las entrevistas dulces a presidentes, ligadas a eventos organizados por los propios medios.
Estamos en una selva de trampas y problemas, pero que no cunda el pánico: leo en El País que la comisión de ética de la FAPE va a dedicar su tiempo a analizar si una entrevista “imaginaria” con Letizia Ortiz (así se advertía en la portada) publicada en Diez Minutos, una revista conocida por todos por su gran trabajo en el periodismo de investigación, viola o no el código deontológico.