Personalismos más que liderazgos
En política es difícil separar las ideas o programas de las organizaciones y de las personas que los encarnan. La democracia española se había acostumbrado en un tiempo a liderazgos fuertes. Y sin embargo ha decaído en personalismos. El liderazgo implica personalismo, pero la ecuación no se invierte. El liderazgo, sobre el que tantas definiciones hay –pero la de la Real Academia es muy pobre– tiene que ver con la visión –definir horizontes y los caminos para alcanzarlos– y la capacidad de trasladarla. Puede tener también que ver con el carisma, aunque esa sea una cualidad que importe menos ahora. El personalismo se centra más, como en su tercera acepción sí recoge la RAE, en una “tendencia a subordinar el interés común a miras personales” más que en inspirar, mostrar el camino a seguir. El liderazgo requiere más autoridad, auctoritas, que ansias de poder, aunque sin este poco se logra. Pero el poder sin autoridad es siempre fuente de problemas.
A veces, a menudo en el caso español, los dirigentes políticos son mejor percibidos por votantes de otros partidos que no les votan que por los suyos propios. Hay una brecha sobre la valoración de los dirigentes de los partidos entre sus votantes y sus militantes. Algo que no es solo propio de España. Se está viendo, por ejemplo, en el socialismo británico o en el francés.
Las elecciones y los congresos habidos en España no han consagrado grandes liderazgos sino personalismos, en un país en el que, sin embargo, siguen pesando mucho las marcas, las viejas, como el PP y el PSOE, o, ya arriagadas, las nuevas, como Podemos y Ciudadanos. Las primarias del PSOE –a partir del domingo ya oficialmente a tres– son una carrera de personalismos, no, o no aún, de liderazgos, no digamos ya de ideas. Susana Díaz aparece mejor valorada entre votantes de centro derecha que entre los del propio PSOE. Patxi López flota como corcho de una tercera vía. La palabra la tendrán los militantes, el semillero por el que apuesta Pedro Sánchez, con su “no es no” a Rajoy
En el PP manda siempre el presidente, y más aún si lo es también del Gobierno. Mariano Rajoy aguanta y ha logrado quedarse en la Moncloa, a pesar de su mala imagen general e incluso entre sus votantes, pues pese a haber subido en las últimas semanas sigue siendo negativa, aunque inspira confianza a su electorado. Pero le valoran mejor los de la derecha y la extrema derecha que el centro derecha que es mayoritario entre los votantes del PP.
En Podemos, Pablo Iglesias, ha derivado en personalismo, pero tras su enfrentamiento con Íñigo Errejón en la II Asamblea –a quien apoyaban muchos no votantes de ese partido–, ha perdido en liderazgo, que indudablemente tenía. De hecho, Podemos y sus confluencias son hoy una de las principales canteras de futuros líderes en la izquierda. En el centro, el dirigente de Ciudadanos, Albert Rivera, con una imagen muy superior a la intención de voto a su partido, es de los pocos que da positivo de forma general, aunque en C’s esté creciendo el personalismo. Curiosamente, sus votantes valoran menos a Rivera que los del PP a Rajoy.
En la antigua Convergència, hoy Partit Demòcrata Català, no hay ni liderazgo ni personalismos porque se han quedado sin ellos con las sentencias sobre el 9N, los casos de corrupción y la deriva a la que va el procés. Queda ERC con Oriol Junqueras destacando como la persona que reconducirá la situación en un futuro no lejano. Partiendo de lo que en su despedida dijo Francisco Pérez de los Cobos, el presidente saliente del Tribunal Constitucional, que el conflicto soberanista no lo puede resolver esta instancia, sino que es necesario el diálogo político.
No hay ambiente electoral, aunque no cabe descartar sorpresas por parte de Rajoy, más aún si Pedro Sánchez ganara las primarias a la Secretaría General en un PSOE que, además, podría romperse. De cara a unos comicios, las encuestas arrojan una clara mayoría para PP-C’s
La reciente encuesta de Celeste arroja un nivel de abstención del 52% entre los ciudadanos de 18 a 30 años y del 47% el siguiente tramo, hasta los 44 años. Es decir, el presente y el futuro de la parte más dinámica de la sociedad española. Quizás por ese exceso de personalismos frente a auténticos liderazgos. Mejor que en Francia donde una parte importante de la juventud apoya a Le Pen.
Hay otras dinámicas en curso que también pesan. Y no siempre el liderazgo es bueno: ahí están los casos de Putin o de Erdogan, por citar dos dirigentes “iliberales”. Aunque hay también un contraejemplo, el de Martin Schulz, que, sin dotes de líder y sin personalismo, ha dado un vigor renovado a los socialdemócratas alemanes. Si en Alemania hay un “efecto Schulz” y se mantiene, aquí, al menos de momento, no hay ningún “efecto” de nadie.