Qué podemos exigirle a un Gobierno feminista
“Este es un Gobierno feminista”. Fecha, autor y lugar de la cita: 17 de julio de 2018, Congreso de los Diputados, Pedro Sánchez, presidente del Ejecutivo desde el 1 de junio.
“A mí que me den tribunal de hombres, de tías no quiero. Y no me llevo mal con las tías, pero de tíos sé perfectamente por dónde van”. Fecha, autora, y lugar de la cita: 23 de octubre de 2009, restaurante Rianxo, Dolores Delgado, entonces fiscala de la Audiencia Nacional, ahora ministra de Justicia.
Podemos medir el feminismo de un Gobierno de, al menos, dos maneras. Podemos testar su feminismo por lo que hace ese Ejecutivo: su composición paritaria o no, sus nombramientos, su acción de gobierno, sus prioridades, sus decisiones en los Consejos de Ministros, sus políticas, sus presupuestos. Podríamos también medir su feminismo por las conductas individuales de cada miembro que conforma ese Gobierno: ¿son déspotas con sus subordinados?, ¿intentan aplicar horarios racionales?, ¿cogieron su baja por paternidad?, ¿hacen chascarrillos machistas con los amigos?, ¿son babosos?
Esa doble vía, ese feminismo hacia fuera y hacia dentro, es la que nos interpela continuamente. ¿Qué nos hace feministas? ¿Ponemos las palabras antes que los hechos o tienen que ir los hechos antes que las palabras? ¿Por qué nos nombramos feministas? Se me ocurren muchas respuestas y también muchas dudas. Diría que nombrarse feminista es una declaración de intenciones. Es decir, eres feminista porque crees en algo, en ese corazón de ideas que conforma el feminismo, pero también te nombras como tal porque quieres poner esas ideas en práctica.
“El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”, dijo Simone de Beavuoir. La combinación de las dos esferas, la personal y la pública, nos pone en contradicción permanente como feministas pero también pone en contradicción a cualquier organismo, organización o institución que se defina como tal. Porque puedes aprobar una ley de transparencia salarial pero tratar con desprecio a tus subordinadas, porque puedes suscribir un protocolo para proteger a trabajadoras víctimas de violencia de género pero hostigar con comentarios a mujeres por la calle, porque puedes ir a la manifestación del 8M y gritar con todas tus fuerzas y ser incapaz de dejar al tío que sabes que no te trata como debiera.
Cuando hablamos de un Gobierno que utiliza la palabra feminista para definirse parece razonable que seamos exigentes con él. Que lo seamos, incluso, en ambos sentidos, para demostrar que hay comportamientos machistas inaceptables por muchas políticas de igualdad que apruebes. La pregunta es hasta qué punto es razonable extender esa exigencia a todos los resquicios de la vida privada todo el rato y, no solo al presente, sino hacia atrás, al pasado.
Probablemente, la ministra de Justicia, Dolores Delgado, estaba acostumbrada a trabajar y moverse en círculos muy masculinizados. Es posible que optara por la estrategia de supervivencia que han elegido muchas mujeres, especialmente en el pasado: mimetizarse. Ser “uno más” ––hacer chascarrillos machistas, cargar contra las demás– para que ser mujer no te pase factura.
Esa necesidad de supervivencia no lo justifica todo, especialmente cuando muchas otras pelean para imponer nuevas formas y estrategias a riesgo de ser consideradas locas, pero su historia sí sirve para poner sobre la mesa qué tipo de facturas vamos acumulando a lo largo de la vida y cuáles de ellas deben invalidarnos o no para desempeñar según qué puestos o funciones.
¿Cuántos hombres y mujeres que ahora se llaman feministas y que incluso escriben sobre ello o lo proclaman aguantarían un test a sus conductas de hace nueve años? Es más, ¿qué nivel de coherencia o contradicción vamos a exigir o a permitir para que alguien se llame feminista?, ¿decir maricón no, pero desatender las obligaciones de cuidado sí?
El feminismo es una ética, una práctica, una idea, una revolución que nos interpela y nos hace caer continuamente en contradicciones entre nuestras creencias e ideales y nuestras rutinas y comportamientos. Seamos exigentes, pero no convirtamos el feminismo en un listón tan alto que nos impida convivir con nuestro pasado, con nuestras contradicciones y con un mundo eminentemente machista. Tampoco puede servir para que nuestros errores, sin importar su momento o su envergadura, se nos lancen como arma arrojadiza sin más matiz o reflexión.
Seamos exigentes, sobre todo con quien tiene un cargo público, pero no permitamos que, a quien no le importa nada el feminismo, se sirva de él como ariete político sin hacer crítica propia y sin aplicarse ese mismo rasero.
Lo que sí podría haber hecho Dolores Delgado es, independientemente del resto de la trama en la que está inmersa, pedir disculpas. Hubieran bastado unas palabras para decir que, efectivamente, se trataba de una conversación privada pero que usar maricón para atacar o descalificar a alguien es algo intolerable en nuestra sociedad de hoy.
Nos podría haber dicho, también, que esas palabras que aluden y abonan el tópico de que las mujeres son jefas malvadas que machacan a otras mujeres no tienen cabida ahora, en un 2018 en el que las mujeres han salido a la calle masivamente y lo han hecho por ellas y por todas las demás. Que esas palabras ya no representan a una ministra que forma parte de un Ejecutivo que hace de la igualdad bandera y en el que tiene que trabajar codo a codo con muchas otras mujeres. Eso, esas disculpas, sí se las podemos exigir a un Gobierno que se dice feminista.