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Un presidente islamista bajo vigilancia se declara vencedor en Egipto

Jordi Pérez Colomé / Jordi Pérez Colomé

El Cairo

El islamista Mohamed Morsi se ha declarado nuevo presidente de Egipto. A falta de resultados oficiales, los Hermanos Musulmanes declararon la victoria en rueda de prensa a las 4 de la mañana. Morsi logró el 52,5% frente al 47,5 de Ahmed Shafiq, favorito del antiguo régimen. La campaña de Shafiq dice que esa declaración es “absurda” y esperará resultados oficiales.

La noticia confirmada más importante de anoche fue que los poderes del nuevo presidente serán limitados. La junta militar debía traspasar el mando del país al presidente el 30 de junio. No pasará. A la misma hora que empezaba el recuento, los militares sacaban una declaración constitucional sobre el nuevo reparto de poder. El Ejército mantendrá el control en el Ministerio de Defensa, decidirá el uso de sus tropas para el control de disturbios, asumirá el poder legislativo (con control sobre el presupuesto) y podrá vetar la nueva Constitución.

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La junta seguirá ahí al menos unos meses, hasta la aprobación de la nueva Constitución y unas nuevas elecciones parlamentarias. En ese tiempo, los militares pueden encontrar nuevas vías para consolidar su poder. “No creo que dejen el poder pronto”, según Ibrahim Awad, profesor de políticas en El Cairo.

El Tribunal Constitucional sentenció el jueves que la ley que había elegido el Parlamento era inconstitucional, así que había que disolverlo. Egipto se quedaba sin la única institución democrática escogida tras la revolución y los Hermanos Musulmanes sin su gran victoria. Tras el dictamen, no levantaron mucho la voz.

Ahora se parece intuir el motivo: creían que iban a ganar el premio gordo, la presidencia. A esta hora, al menos, lo parece. Hay quien sospecha que había algún pacto oculto entre Hermanos y militares para repartirse el poder. Pocos esperaban que el Ejército permitiera perder la presidencia a su candidato más afín, Shafiq. Si los Hermanos pierden el Parlamento y la presidencia tras haberla declarado, es probable que planteen batalla.

“¿Quién quiere ser presidente de Egipto ahora con todos los problemas que hay?”, me decía la activista Mona Eltahawy. Si el Ejército y sus aliados hubieran llevado el país a solas, la rabia de los ciudadanos si Egipto iba mal hubiera tenido un solo objetivo. Es el mejor argumento a favor de una posible victoria islamista. Aunque si se confirma, deberán enfrentarse por cada parcela de poder. “Es lo que quería. Vamos a comer palomitas y ver cómo se pelean y desgastan”, dice el joven político liberal Ramy Yaacoub.

¿Qué significan para la revolución esta elección de un minipresidente tutelado? Que la transición se alarga. La consecuencia sería la misma si al final los resultados dieran un vuelco. “Me he preparado para una batalla de diez años”, dice Yaacoub. Las elecciones debían ser el momento culminante de la transición y el fin del mando militar. Pero tiene la sensación de vivir un momento histórico. “Todo esto es deprimente”, me decía Zeyad, de 20 años, en una plaza Tahrir vacía el día antes de las elecciones.

Egipto entra en un periodo de incertidumbre. Nadie imaginaba a un presidente rebajado --y menos islamista-- con los militares como su poder legislativo y control en la sombra. “Egipto tiene pendiente una transición institucional, pero la social ya está hecha”, dice el profesor Awad. El sistema político puede complicarse, pero es difícil que los egipcios permitan de nuevo un régimen represor, sea militar o islamista.

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