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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Ni proyecto, ni sugestivo, ni común

Sin entrar en el debate de si España es una nación de naciones (o más precisamente, una nación con naciones, pues no todos pretenden serlo), partamos de la definición de Ortega y Gasset, la de “proyecto sugestivo de vida en común”. La campaña de las catalanas demuestra que España no tiene proyecto, menos aún sugestivo, y que lo común tiende a menos. Y lleva así desde hace bastante años, no ya desde el siglo XVIII en que lo viene necesitando como señaló el filósofo.

España tuvo proyecto de país en la Transición y después. Felipe González en el fondo lo tuvo claro y hasta fácil: queríamos ser como los otros países de Europa Occidental, a cuya integración queríamos incorporarnos, con una democracia equiparable, un Estados del bienestar similar, una riqueza pareja, y, eso sí, inventamos nuestro Estado de las Autonomías, que ha sido generalmente positivo. José María Aznar, que también tenía un proyecto de país, otro, entendió pronto lo esencial que era entrar en el euro desde un principio. Pero luego, con el fin de la Guerra Fría (que empezó antes) y el cambio de las Europas, junto a los embates de la globalización, nos quedamos sin proyecto, como casi todos, pues si España no sabe a dónde quiere ir, tampoco lo sabe la Unión Europea, como ha quedado de manifiesto con la crisis de Grecia, la incompleta la Unión Monetaria y ahora el reto de los refugiados de Siria. Y cuando Europa va mal o no sabe a dónde va, España también va mal y vaga sin rumbo, más allá del crecimiento económico de impacto desigual. Cuando faltos de un gran proyecto, se descoyunta el alma europea, por seguir con el lenguaje orteguiano, también se ve afectada la de los españoles, que ya es parte de la anterior.

Un proyecto de país no es un programa electoral, ni siquiera un objetivo o una serie de objetivos precisos, sino una visión, del camino y de la posada, a sabiendas que la ruta nunca termina y cambia. Tiene que ver con el modelo económico y social que se anhela, con la solidaridad social, territorial y generacional que se desea, con la ambición para el país en Europa y en el mundo, lo que implica también la defensa, con la cultura, etc. Desde hace algunos años, este país va sin rumbo, al dictado de fuerzas que no controla ni sabe navegar. Y no es el único. Le pasa a casi todos en esta Europa. Pero (además de muchos otros factores concretos, entre otros la sentencia del Constitucional sobre el Estatut y la crisis) la falta de proyecto de país ha influido en la cuestión catalana. Ahora (después de las elecciones generales) veremos, discretamente, al resto de Europa, si de esa UE algo perdida, presionar a los dirigentes de los grandes partidos españoles y del eventual gobierno, además de a los catalanes, para que aquí, entre todos, busquemos una solución que no suponga escisión. Y no hay mucho tiempo. Europa, aunque descoyuntada, pesa y sigue siendo parte de la solución.

La campaña en Cataluña ha tenido poco de sugestivo, por parte de todos. Pero muy especialmente por parte de los unionistas. Ver a los tristes dirigentes de las dos grandes centrales sindicales afirmar tristemente su oposición a la independencia de Cataluña no era edificante. Tampoco la campaña del miedo, con la insólita participación del gobernador del Banco de España mencionando por su nombre la posibilidad de un corralito. O los amedrentamientos. Nada en positivo. Por parte de los independentistas no se hablaba de los problemas reales, sino de ensoñaciones que son justamente lo contrario, por no mencionar la “butifarra” a la que aludió Mas. El problema para casi todos los partidos, era que la de las catalanas ha sido un campaña con un ojo puesto en esas elecciones y otro, aún más abierto, en las nacionales.

Para las elecciones generales quedan casi tres meses que se harán largos y se llenarán de tensión por la cuestión catalana, y todo lo demás. Lo suyo, por lo que venimos algunos abogando desde hace años, es un camino intermedio entre lo que hay y la independencia, eso que se ha llamado una Tercera Vía. Que no es algo que necesite sólo Cataluña –que ha de recomponer una sociedad dividida por esto-, sino toda España, pues el sistema político español se ha de reformar en su conjunto. Pues resolver el problema de Cataluña es también resolver los de España y viceversa. Pero la dinámica electoral no lleva a eso. El PP cree que la postura de inmovilismo le favorece en el resto de España. El PSC con Iceta, resulta más sensato, pero no le sigue todo el PSOE, y ha perdido media alma en el camino. Desde luego ni en el presente ni en el futuro previsible hay ningún líder del PP ni del PSOE dispuesto a plantear un referéndum sobre independencia sí o no en Cataluña, es decir, que pudiera poner en juego la unidad de España. De momento, habrá que limitarse a recomponer España y, dentro de ella, una Cataluña cuya alma ha quedado partida..

Lo común va a menos. En parte porque cada vez pasa más de lo nuestro por Europa y por el mundo. Y en parte porque, como he insistido, hemos dejado de conocernos entre españoles, entre madrileños y catalanes, pero también entre gallegos y andaluces, sobre todo porque no hay lugares de encuentro, y porque España está baja de movilidad (solo un 3 % de la población vive fuera de la zona donde nació, mientras esta proporción es mucho más elevada en otros países de nuestro entorno y de un 30 % en Estados Unidos). Y ese desconocimiento ha llevado a que el resto de España sólo descubriera ahora lo que está pasando en Cataluña. El independentismo, que siempre ha existido, ha ido creciendo año tras año, disparándose a partir de 2010-2012, hasta superar el 47% en estas elecciones (raras, pues hay que gente que ha votado independentismo por ir contra Rajoy, y nacionalistas de Convergencia que han apoyado a Ciudadanos por no querer votar en favor de la independencia). Y si se sigue sin hacer nada el independentismo seguirá aumentando y llegará a ser mayoritario? Pocos son los que buscan a entenderlo fuera de Cataluña.

Las próximas semanas serán duras. ¿Se moverán las cosas después de las elecciones de diciembre? Es de esperar que sí. Pero de momento es sólo una esperanza. Sin ser iluso, pues construir un nuevo proyecto ilusionante de país no es cuestión de unas solas elecciones. Requiere liderazgo político, capacidad de diálogo y, sobre todo, voluntad de compromiso, y participación ciudadana.