Quedar segundos
La infantilización de la política española está a punto de consumarse. El fracaso de las autodenominadas fuerzas del cambio, nos lleva de cabeza a unas nuevas elecciones generales en las que lo único casi seguro es que el Partido Popular repetirá victoria. Si las encuestas se cumplen y los pronósticos también, el 26 de junio tendremos de nuevo las urnas en los colegios y a tres partidos peleándose por la segunda plaza. Brillante maniobra política.
El teatro de los últimos tres meses y medio no está sirviendo para nada. Por lo menos, no está sirviendo a quien debe: la ciudadanía. Quizás los sesudos estrategas de rojo, naranja o morado estén convencidos de haber dado con la tecla adecuada y lograr arañar algún voto, pero la realidad es que dentro de unos 70 días Mariano Rajoy será de nuevo el cabeza de lista más votado. Y en una 'segunda vuelta' será más complicado apartarle del cetro de la Moncloa.
Entretanto, el PSOE dirá que ha intentado lo posible y algo más para lograr un acuerdo. Pero la realidad es que su pacto solo ha alcanzado a Ciudadanos. Los socialistas han buscado algo que desde el inicio se veía complicado: gobernar con el centro-derecha gracias a la abstención de Podemos. Se podrá adornar como se quiera, pero ese era el único objetivo, como bien recuerda José Antonio Tapias al señalar que fue el Consejo Federal, y no otros, quien vetó cualquier acuerdo con los de Pablo Iglesias.
La carambola de Sánchez, por una vez el PP ha dicho la verdad, era un viaje a ninguna parte. Sin concesiones a la tercera fuerza, por mucho que en el pacto de Gobierno con Rivera hubiese buenas ideas difíciles de rechazar para Podemos, es imposible cerrar un acuerdo de investidura. Y menos si lo que se intentaba desde el principio era que Podemos sucumbiese por la presión y llevase al líder del PSOE a la Presidencia o se quedase con el PP en la defensa de unas nuevas elecciones.
Enfrente, y no al lado, está Podemos. El 21 de diciembre, el día después de las elecciones, Pablo Iglesias ya manifestó que su partido estaría encantado en un escenario de nuevas elecciones. Al día siguiente, Errejón descartaba investir a Sánchez y proponía un gobierno en manos de “un independiente por encima de partidos”. Un mes después, al iniciarse las consultas para la investidura, Sánchez dejó de ser tan malo e Iglesias se ofreció para ser su vicepresidente a través de una rueda de prensa y sin hablar antes con el candidato del PSOE. Después, el no a la investidura de Pedro Sánchez. Y ahora, la pantomima de la negociación a tres, esta vez sacrificando la Vicepresidencia para Iglesias, en la que presentaron un documento que excluye a Ciudadanos del posible Gobierno y de la negociación sobre Catalunya. Con esos mimbres, ni siquiera esperaron a que quienes le tenían que dar réplica sobre este absurdo escenario les dijesen que no y dieron por terminada una negociación que parece que ni ellos ni el PSOE querían culminar en acuerdo.
La tercera parte de la negociación ha sido Ciudadanos. Los de Albert Rivera han adornado de bandazos todas sus decisiones hasta alcanzar un acuerdo con el PSOE. El primero, el líder del partido que el mismo 20D señaló que no apoyaría a nadie.
Después, el 10 de febrero, comienza la ciaboga del partido centrista. Juan Carlos Girauta señaló, por primera vez, que votar al PSOE era un escenario posible. A pesar de los dimes y diretes y desmentidos oficiales, ese acuerdo se convirtió en realidad. Pero, ¿para qué? ¿Dónde quería llegar Ciudadanos si era evidente que la matemática no daba? ¿Pretendía atraer al PP a ese acuerdo al mismo tiempo que el PSOE lo intentaba con Podemos? Todo ha sido tan rocambolesco como inútil.
Entre tanto, Mariano Rajoy ha seguido fiel a su tradición y no ha hecho nada. Como siempre, ha esperado a que sus rivales se anulen entre ellos. Y pesar de Barberá, Aguirre, Gómez de la Serna, de la Gürtel, Bárcenas, de las fisuras internas, de los nuevos líderes pop que quieren jubilarle... a pesar de todo, sigue en pie y aspira a ganar las elecciones.
El resto, lucharán para quedar segundos con el voto de aquellos de los suyos que no han sido decepcionados. Si es que quedan.