Rajoy puede esperar... y volver a ganar
De las no pocas consecuencias políticas que se derivan de la crisis catalana, que no ha acabado, ni mucho menos, hay que destacar necesariamente el fortalecimiento de Mariano Rajoy y del PP en el panorama español. El que ya se ha producido y el que podría aún producirse si el presidente del Gobierno no comete errores graves. Tanto si la crisis deriva en drama por vía de una dura aplicación del artículo 155, como si se apacigua y el irresoluble problema catalán queda de alguna manera pospuesto.
El lunes se conocerán dos datos decisivos. Uno, si Puigdemont mantiene su paso atrás y no emboca, ya definitivamente, el camino de la ruptura. Y, dos, si la Audiencia Nacional envía a la cárcel a los líderes de las dos principales organizaciones independentistas de masas y al jefe de los Mossos de Escuadra o, por el contrario, los libera sin cargas a corto plazo. Los tiempos de ambas decisiones pueden ser importantes. La respuesta de Puigdemont debería producirse antes de las 10 de la mañana. La vista a la que están convocados Jordi Sánchez, Jordi Cuixart y José Lluis Trapero debería empezar a la misma hora, pero sus conclusiones podrían llegar algo más tarde, es decir, que los jueces podrían conocer la respuesta del presidente de la Generalitat antes de pronunciarse.
De lo que pase en uno y otro escenario, y en los dos a la vez, depende la suerte del conflicto. El ambiente político que se respira en los últimos días, que es de desescalada de la tensión, sugiere que Puigdemont recurrirá a una fórmula ambigua para decir que la independencia no ha entrado en vigor pero que se mantiene como objetivo y también que la Audiencia Nacional, en sintonía con los vientos que, al parecer, corren por La Moncloa, decidirá no hacer sangre.
Hay muchas presiones en alto para que los actores decisorios del conflicto no agraven la tensión. Internacionales y españolas. Y de orígenes distintos. Pero cabe reseñar las económicas y, entre ellas, las que seguramente ejercen los dos bancos catalanes, La Caixa y el Sabadell, que con su decisión de cambiar de sede han modificado sustancialmente la situación. Fueron esas presiones las que llevaron a Puigdemont a dar marcha atrás y también las que aconsejaron a Rajoy que modulara su respuesta y aplazara la adopción de medidas coercitivas. Si tuvieron éxito el martes, no sería lógico que dejaran de funcionar menos de una semana después.
Pero puede ocurrir que otras dinámicas las superen. Que Puigdemont se vea obligado a desdecirse de su gesto del martes -que, se mire por donde se mire, fue un reconocimiento de que tenía que parar la marcha hacia la independencia unilateral- y que Rajoy ceda ante quienes le exigen mano dura. Dentro de su partido, desde la sociedad civil y algunas instituciones y desde Ciudadanos. Y que se líe la marimorena
No parece lo más probable, pero no es imposible. Hasta dentro de una semana no se resolverá esta incógnita dramática. Y hasta entonces seguirá el traslado de sedes empresariales fuera de Catalunya, el descenso de las reservas turísticas y la marcha de ahorradores catalanes a Aragón, el País Valenciano y quién sabe adónde.
Pero sea cual sea la salida, Mariano Rajoy seguirá navegando sin mayores contratiempos. Si Puigdemont opta por no romper la baraja, será él quien dosifique los términos y los contenidos de la marcha atrás del enfrentamiento, modulando y distribuyendo los palos judiciales y, al tiempo, adoptando medidas punitivas para tranquilizar a los más duros. Y, más tarde, propiciando una negociación que hasta podría incluir, pero no antes de las futuras elecciones generales españolas, la apertura de una reforma constitucional orientada según los gustos del PP.
Si, por el contrario, la semana que viene se produce la ruptura, el presidente del Gobierno no tendría reparo alguno en actuar en consecuencia. Por vía del artículo 155 o de la fórmula que considere más conveniente y de la represión policial y judicial del independentismo. No se puede pronosticar qué pueden provocar esas iniciativas. Pero sí sospechar que una mayoría de la opinión pública española -no del 80% pero sí del 60 o más- no le reprocharía mucho que las tomara. Para la misma sería Puigdemont, y no Rajoy, el culpable del desaguisado.
Desde hace mucho tiempo se dice que la actuación del líder del PP y presidente del Gobierno ha sido el principal impulsor del crecimiento del independentismo catalán. Y hay pocas dudas de ello. Sobre los motivos de esa actuación puede haber más polémica. La rancia ideología de Rajoy, que viene del franquismo, del centralismo histórico más conservador, sus limitaciones para la acción política, y en particular para la negociación, su debilidad originaria frente a la derecha de su partido son algunos de ellos. Pero a esos factores también habría que sumar el de que nuestro hombre ha debido intuir, y desde hace no poco tiempo, que la relación de fuerzas en el escenario político español le daba un margen de maniobra que le permitiría esperar sin hacer mucho hasta que el independentismo se viera incapaz de seguir avanzando.
La clave de esa ventaja decisiva es la situación del PSOE. Desde hace ya varios años, peripecia arriba, peripecia abajo, entre ellas el intento de asalto a La Moncloa por parte de Pedro Sánchez, el Partido Socialista carece de la fuerza necesaria para frenar al PP, para impedir que éste lleve adelante su política, que tantas veces es la de la no-política. Le puede condicionar, le puede obligar a hacer cosas que no le gustan, pero ninguna de ellas importante.
Y desde el martes lo tiene supeditado a cuanto tenga a bien decidir en lo que a Cataluña se refiere. Felipe González ha ganado. El PSOE actúa ya en coalición de facto con el PP. No criticará que Rajoy emplee la mano dura y le secundará en sus iniciativas para gestionar la crisis. Lo cual llevará mucho tiempo. Desde luego, más del que media hasta las próximas generales. De cara a las cuales las perspectivas del PP son ahora bastante mejores que hace unos meses. Por mucho que diga Albert Rivera.