Receta para (no) dar alas a los antivacunas
Reino Unido ya ha comenzado su campaña de vacunación contra la COVID-19. Tras la aprobación de la vacuna de Pfizer/BioNTech el pasado miércoles 2 de diciembre, el 8 de diciembre se ha empezado a inmunizar a los pacientes mayores de 80 años y al personal de las residencias. No serán los primeros en el mundo. Decenas de miles de personas en diferentes países ya han recibido vacunas como voluntarios en los ensayos clínicos. Por otro lado, China y Rusia llevan meses vacunando a parte de su población sin haber esperado a los resultados de la última fase de los ensayos clínicos. Mientras tanto, en la Unión Europea, la autorización de las vacunas de Pfizer y Moderna ocurrirá, si no hay imprevistos, en las próximas semanas.
Si el 2020 destacó por ser el año de la pandemia de COVID-19, el 2021 se presenta como el año de la vacunación contra el coronavirus. Las vacunas serán, sin lugar a dudas, las protagonistas y la confianza de la población hacia ellas será un factor clave para su administración. En los últimos meses, la confianza en estos tratamientos preventivos ha descendido y, según una encuesta realizada por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), una de cada tres personas de todo el mundo no se vacunaría o no sabría si vacunarse contra la COVID-19. La situación de España sobre esta cuestión no es buena, y no son pocas las personas que ven con miedo las vacunas o directamente las rechazan. Si queremos que las estrategias de vacunación funcionen, la comunicación razonada, transparente, empática y detallada hacia la población general será clave. Si lo que queremos es justo lo contrario, tan solo hay que seguir estos puntos:
1. Haz una encuesta sociológica con una pregunta terriblemente formulada sobre las vacunas, inflando así artificialmente el rechazo de la población hacia a ellas
El pasado 4 de diciembre se publicó el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) centrado en cuestiones sobre el coronavirus. Una de las preguntas destacaba, para mal, sobre las demás: “¿Estaría dispuesto/a a vacunarse inmediatamente, preferiría esperar a conocer los efectos de la vacuna, o no estaría dispuesto/a en ningún caso?”. Para comprender el desatino de esta cuestión, podríamos formular otra de un nivel similar: “¿Estaría dispuesto a usar un nuevo coche inmediatamente, preferiría esperar a conocer si funcionan los frenos y el volante, o no estaría dispuesto/a en ningún caso?”
De la misma forma que un coche no se comercializa sin haber pasado antes diferentes pruebas de seguridad y funcionamiento en carretera, una vacuna no se comercializa sin tener un conocimiento razonablemente grande (que no completo) de su eficacia y seguridad en ensayos clínicos. Lo sorprendente no es que un 55,2 % de los encuestados afirmase que preferiría esperar a conocer los efectos para vacunarse, sino que un 32,5 % de los encuestados estuvieran dispuestos a vacunarse inmediatamente sin saber los efectos. Lo segundo se trata de experimentación humana en toda regla y eso solo se permite en los voluntarios de los ensayos clínicos, tras una explicación detallada de los posibles riesgos y la firma de un consentimiento informado. Los participantes de los ensayos clínicos reciben, además, un seguimiento estrecho para detectar cualquier problema inesperado para la salud y valorar la eficacia de dicho tratamiento.
Una pregunta razonable, en lugar de la planteada por el CIS, hubiera sido: “¿Estaría dispuesto/a a vacunarte inmediatamente tras la comercialización de las vacunas, preferiría esperar o no estaría dispuesto/a en ningún caso?” Sin lugar a dudas, el porcentaje de personas dispuestas a vacunarse sería mucho mayor con ese planteamiento y reflejaría de forma real la postura de la población española.
2. La transparencia en torno a las vacunas es un lujo. Exagera las virtudes de las vacunas y no menciones los datos que aún se desconocen o son negativos.
“Las vacunas son un gran peligro, nos van a modificar el ADN y administrar un chip para tenernos controlados” y “las vacunas son completamente seguras y muy efectivas, podemos confiar plenamente en ellas” son dos extremos distorsionados de una realidad: ningún tratamiento que empieza comercializarse merece confianza total. La razón es sencilla: aunque los ensayos clínicos aleatorizados y a doble/triple ciego, controlados con placebo, suponen la mejor herramienta para conocer la seguridad y eficacia de un tratamiento, cuentan con diversas limitaciones. Precisamente por ello, la farmacovigilancia (o fase 4) tras la comercialización de medicamentos es esencial. Este proceso implica la observación estrecha durante años de los efectos de un determinado tratamiento en la población general. No solo sirve para descubrir efectos adversos raros o que solo ocurren en personas con perfiles biológicos muy concretos, sino también para evaluar la eficacia de un tratamiento en el mundo real, lejos de las condiciones ideales de un ensayo clínico.
Aunque no es lo normal, en ocasiones se retiran medicamentos del mercado por ofrecer una eficacia y seguridad menos favorable de lo que mostraron previamente los ensayos clínicos. Entre los años 1953 y 2013 se retiraron del mercado 462 medicamentos por sus efectos adversos detectados durante la fase 4. Ningún nuevo tratamiento merece confianza plena y, por eso precisamente, se sigue vigilando durante años tras su comercialización. Las vacunas contra la COVID-19 no serán una excepción y cuentan, además, con características especiales que requieren una mayor atención por parte de las agencias de medicamentos y las instituciones sanitarias: se han desarrollado en tiempo récord, se administrarán a millones de personas sanas tras su comercialización, cuando las fases 3 de los ensayos clínicos todavía no han concluido y hay detalles aún desconocidos.
Se han probado las vacunas contra la COVID-19 sobre decenas de miles de personas y parece que han mostrado seguridad equivalente a otras vacunas hasta ahora. Sin embargo, eso no significa que lo sepamos ya todo, hay personas con particularidades biológicas excluidas de los ensayos. Entre las personas excluidas se encuentran embarazadas, lactantes o personas inmunodeprimidas. Además, también hay que tener en cuenta que los niños y las personas más ancianas están muy infrarrepresentados en los ensayos clínicos y el conocimiento sobre eficacia y seguridad en ellos no es tan sólido como en la población adulta. Precisamente por ello, algunas vacunas no estarán todavía indicadas a niños, embarazadas o lactantes por este motivo (en Reino Unido ya han recomendado que no aplique la vacuna de Pfizer a estos grupos).
¿Las vacunas parecen seguras y eficaces? Por el momento, todo indica que sí. ¿Contamos con datos para asegurarlo en todos los colectivos y a largo plazo? Pues no, y eso no hay que ocultarlo, sino que hay que mostrarlo y explicarlo con toda la transparencia del mundo para ganarse la confianza de la población. Ni siquiera sabemos todavía qué capacidad tienen las vacunas para evitar infecciones y la transmisión del coronavirus . Son las limitaciones propias de la ciencia y también de la situación de urgencia pandémica que estamos viviendo.
3. Publica notas de prensa de la fase 3 de ensayos clínicos con datos escasos, que la comunidad científica y médica no puede valorar por falta de publicaciones científicas
Hasta ahora, la estrategia de comunicación de las farmacéuticas que están en la cabeza de la carrera de las vacunas ha sido difundir su eficacia protectora frente a síntomas de la COVID-19 en notas de prensa con escasos detalles. Estas acciones han llevado a importantes subidas en bolsa, pero resultan de poca utilidad para los médicos y científicos, que siguen sin conocer numerosos detalles de la fase 3 de sus ensayos clínicos. Sin su escrutinio, el proceso científico tras las vacunas está incompleto y, por tanto, la confianza se resiente. Las farmacéuticas deberían publicar, cuanto antes y con la máxima transparencia, los resultados de sus ensayos clínicos en fase 3, que se han entregado a las agencias de medicamentos.
4. Juzga o búrlate de aquellos que tienen dudas o miedo sobre las vacunas. Muestra cero empatía y sitúate en una posición de superioridad.
España es, desde hace décadas, uno de los países con mayor cobertura vacunal del mundo y con menor porcentaje de antivacunas. La vacunación de este año contra la gripe ha batido todos los récords, hasta el punto de que en algunos lugares se han quedado sin dosis para vacunar a más personas. No hay, en absoluto, oposición generalizada a las vacunas en nuestro país, solo miedo, dudas y desconocimiento sobre las nuevas vacunas que todavía no se han comercializado. Son posiciones y sentimientos razonables, pues estas vacunas se han desarrollado a una increíble velocidad, nunca antes vista, y los ensayos clínicos en fase 3 aún no han concluido ni sus resultados se han publicado.
Atajar estas opiniones desfavorables a las vacunas requerirá paciencia, cercanía y comprensión a la hora de explicar lo que sabemos sobre ellas. Cualquier posición de superioridad, distanciamiento, burla o desdén podría causar una reacción defensiva en las personas con dudas, que las hagan impermeables a la información fiable sobre las vacunas y a cualquier cambio de postura/opinión.
Obligar a la vacunación de la población podría ser una estrategia contraproducente que aumentase la desconfianza y no asegurase finalmente un incremento de las tasas de vacunación. En su lugar, las explicaciones de los profesionales sanitarios serán esenciales para combatir los mitos y la desinformación que rodean a las vacunas. La población española valora y confía mucho en los profesionales sanitarios. Ante la pregunta del CIS: “Si se la recomendara su médico/a por su historia clínica o por el riesgo de contagiar a algún/a familiar cercano/a, ¿se vacunaría inmediatamente o no se vacunaría en ningún caso?” un 74,3 % de los encuestados afirmó que sí se vacunaría inmediatamente o estaría dispuesto a vacunarse inmediatamente.
Aunque los antivacunas convencidos raramente cambian de parecer en esta cuestión, son una minoría. La mayor parte de la gente que no ve con buenos ojos las vacunas tiene dudas, y estas personas son las que responden mejor a acciones informativas. Por eso, el diálogo y la información veraz sobre vacunas debería ser una estrategia clave para crear conciencia sobre su necesidad, con menos efectos indeseados que la imposición, las burlas, el desprecio, las sanciones o la obligatoriedad. Además, se ha observado que la empatía puede ser más útil que los datos para rebatir a los antivacunas. “La educación es la llave para abrir la puerta de oro de la libertad”, decía el científico George Washington Carter. Muchas de estas dudas también se irán disipando conforme avancen las campañas de vacunación y se confirmen en el mundo real la seguridad y eficacia de las vacunas.
A principios de 2020, cuando el virus SARS-CoV-2 empezaba a mostrarse al mundo, multitud de medios de comunicación repitieron un mensaje común para tranquilizar a la población: “El coronavirus es como la gripe”. Tal afirmación, aunque bienintencionada, era un ejercicio infundado de optimismo basado en datos muy limitados para juzgar el verdadero peligro que suponía el coronavirus. No deberíamos repetir el mismo error y dejarnos arrastrar por el triunfalismo y una euforia acrítica sobre el papel de las vacunas para poner fin a la pandemia.
Todavía no sabemos su eficacia para cortar la transmisión del coronavirus, ni tampoco su eficacia protectora frente a la COVID-19 a largo plazo y como influirán a la hora de reducir los ingresos hospitalarios y las muertes. Ni tan siquiera se puede asegurar que los millones de vacunas se administrarán en los plazos previstos. Pfizer ya ha reducido de 100 a 50 millones la cantidad de vacunas previstas para 2020 por problemas de suministro y es de esperar que surjan más problemas en los planes de producción de otras farmacéuticas. Las vacunas son una herramienta esencial, sin duda, para atajar la pandemia, pero los obstáculos en el camino, que ahora se subestiman o se desconocen, los iremos viendo a lo largo de 2021.
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