El recurrente ataque de fantasía del laborismo británico
Que los laboristas tenían que cambiar genera pocas dudas. Que el cambio más apropiado sea Jeremy Corbyn resulta mucho más dudoso. Su elección es explicable después de lo que ha pasado con la crisis y la derrota de Ed Miliband en las últimas elecciones, y responde a un mundo desestabilizado y a un Partido Laborista cuya militancia ha cambiado. El laborismo británico ha caído varias veces tras derrotas y situaciones de este tipo en estos giros radicales o de fantasía, aunque nunca ha llegado al poder desde tales posiciones. Al cabo de un tiempo se ha vuelto a moderar al comprender que era la única forma de ganar elecciones. Si no las gana, difícilmente podrá cambiar la política, la sociedad y el país. Y el laborista es un partido de Gobierno.
En los años 30 los laboristas eligieron a George Lansbury, pacifista religioso, con la esperanza de convertir a Hitler, Mussolini, e incluso a Franco, como recuerda Denis MacShane. En 1935, lo cambiaron. Hubo otros casos pero el que viví directamente en los años 80 fue el del amable e interesante aunque muy despistado (incluido sobre España) Michael Foot. Entonces, su llegada al frente del laborismo frente a Margaret Thatcher despertó ilusiones en una parte de la población y de la izquierda incluso fuera del Reino Unido. También duró poco. Le siguió Neil Kinnock que perdió en 1987 y 1992 (entre otras razones por sus dudas sobre los misiles nucleares Trident). Todos eran antiamericanos primarios. Los laboristas sólo recuperaron el poder con Tony Blair y su Tercera Vía, hoy denostada (aunque practicada). Estuvo 10 años en el cargo. Y si tuvo que irse fue sobre todo por el error de su apoyo a la desdichada invasión de Irak. Las encuestas pos-electorales han demostrado que Miliband perdió las elecciones de mayo pasado porque los votantes no lo consideraron fiable como gestor de la economía.
Hoy Corbyn lo tiene aún más difícil. Su partido ha perdido dramáticamente terreno en Escocia, donde el laborismo dominó durante lustros. En parte de Inglaterra también ha retrocedido. Y no será con Corbyn que recuperara el voto dudoso, el que puede cambiar entre una elección y otra y marcar la diferencia. Tiene además que competir por una parte de los votos (también los conservadores) con el populismo antieuropeo del UKIP, el Partido de la Independencia.
Es verdad que una parte de la población británica (y de otros países) ha sufrido el embate de la crisis (que le costó la elección al sucesor laborista de Blair, Gordon Brown) y una austeridad, que, a su modo, también defendió Miliband. Y al hecho que el discurso socialdemócrata está agotado y tiene que reinventarse, pues, entre otras razones, ha cambiado su base social y el entorno global de la competencia Pero la sociedad británica sigue siendo una de las más desiguales, pero a la vez, a diferencia de la española, una de las más conservadoras de Europa.
Es muy saludable que Corbyn, a la cabeza del partido que inventó el moderno Estado de Bienestar hoy en crisis, reintroduzca una serie de temas —pobreza, desigualdad, prejuicios sociales y raciales, injusticia, servicios públicos, etc.—, una diferenciación real entre izquierda y derecha, y una nueva forma de hacer política con más participación ciudadana (ya ha empezado a practicarla), aunque tampoco tenga las soluciones. Muy poco se le ha escuchado sobre un tema esencial, el desafío de la economía digital, respecto al cual la izquierda europea, tampoco la británica, tiene una verdadera política, y que, sin embargo, está transformando radicalmente —más que muchos otros elementos— todas las sociedades. Corbyn, incluso por edad (66) no es el futuro del laborismo, pero puede ayudar a construirlo, si no se vuelve a dividir antes, como en los 80. Del paso dado por el Partido Laborista al elegir a Corbyn puede surgir una nueva generación de líderes con ideas y propuestas renovadas.
El Partido Laborista ha cambiado profundamente en los últimos tiempos. Sus militantes más que sus votantes. Dos terceras partes de los 180.000 con derecho a participar en la anterior elección de líder se habían renovado en esta ocasión, abierta ahora a simpatizantes y miembros de los sindicatos, un cambio que propició el propio Miliband. Tras las últimas elecciones, el número de militantes que se ha apuntado al laborismo se ha disparado llegando a 300.000, en su mayor parte jóvenes y/o más radicales, pero también mayores. Lo que puede explicar el casi 60% logrado por Corbyn. El resultado crea una enorme brecha entre los militantes y los diputados laboristas, mucho más moderados, que sientan en el Parlamento de Westrminster esta legislatura
Corbyn, desde la oposición, sí puede tener un cierto impacto a corto plazo, y esto le puede preocupar a Cameron y no sólo a él. Para empezar, aunque asegura que apoyará la permanencia en la UE “bajo cualquier circunstancia”, votó en contra en 1975 (cuando su partido dio libertad de voto a sus seguidores). Y de cara al referéndum propiciado por Cameron para 2016 o 2017, puede distanciarse si el premier conservador logra sacar al Reino Unido de todo resto de política social europea. Lo cual puede agravar el problema que dicha cita plantea no sólo al Reino Unido, sino a toda Europa, España incluida. También puede complicar la voluntad de Cameron de actuar militarmente contra el Estado Islámico ya no en Irak sino también en Siria. Corbyn cuestiona también la OTAN (que nació de otra propuesta laborista). No es lo mismo presentarse con un programa radical a la alcaldía de Londres (con la elección del nuevo candidato laborista, Sadiq Khan, de origen pakistaní) que al Gobierno de Albión. De momento, hay Cameron para un rato. Corbyn le ha dejado despejado el centro, si bien está por ver si Cameron no seguirá optando por moverse más a la derecha. No obstante, el primer ministro conservador puede también salir debilitado de tener enfrente a Corbyn.