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Opinión - Cuando los ciudadanos saben lo que quieres. Por Rosa María Artal

La revuelta de los descontentos

Marine Le Pen y Keir Starmer

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¿En qué se parece el histórico triunfo del Partido Laborista británico, liderado por el moderado Keir Starmer, a la victoria histórica de la Agrupación Nacional dirigida por la ultraderechista Marine Le Pen en la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas? Aparentemente es justo lo contrario, puesto que sus posiciones políticas son opuestas, pero hay algo que comparten, un sentimiento común que ha podido condicionar el voto de sus electores, que es el descontento de una mayoría hacia quien ha dirigido hasta ahora sus respectivos países. La gente busca soluciones a sus problemas y si un determinado gobierno no las ofrece, votarán a otros, aunque sea sin entusiasmo, en busca de un futuro mejor.

En Reino Unido la herencia de 14 años de gobierno conservador es desastrosa. Los propios británicos hablan del país en el que nada funciona. La inoperancia y división interna del Partido Conservador –que ha promovido cinco primeros ministros en este período–, agravada por las consecuencias del brexit que nadie quiso valorar ni prever, han provocado una situación deplorable en la que la sanidad, los servicios públicos, la administración y la economía, simplemente no funcionan. La victoria del laborismo estaba cantada y ha sido tan arrolladora como se esperaba. El Partido Conservador es castigado con el peor resultado de su historia, mientras el ultraderechista Nigel Farage logra a su costa entrar por primera vez en el Parlamento con cuatro escaños.

En Francia, la errática política de Macron, con profundos recortes económicos y reversión de leyes sociales, además de su sorprendente posición belicista en relación a Ucrania y pasiva en relación a Palestina, han deteriorado notablemente su popularidad hasta el punto de que la agrupación que le apoya, Ensemble, liderada por el partido que él creó, llamado ahora Renacimiento, lejos de conseguir la victoria como es habitual en las llamadas “mayorías presidenciales”, ha pasado del 25,75% que obtuvo en la primera vuelta de 2022 al 21, 27%. Aprovechando su desgaste, la Agrupación Nacional (RN), que presenta a Jordan Bardella como candidato a primer ministro, consiguió por primera vez en su historia vencer en unas elecciones legislativas, alcanzando el 33,34% junto con sus socios, los seguidores de Eric Ciotti, presidente del partido de la derecha tradicional, Los Republicanos (LR), que promovió la coalición entre ambas formaciones en contra de la mayoría de su partido. De hecho, el RN consiguió por sí solo el 29,51%, poco por encima del Nuevo Frente Popular (NFP), 27,99%, una coalición liderada por La Francia Insumisa (LFI) junto con el Parido Socialista, el Partido Comunista y los Ecologistas. En cuarto lugar se situaron los que aún resisten en solitario de los republicanos, con un 6,57%. Con estas cifras lo único seguro es el fracaso de Macron, que convocó unas elecciones anticipadas que solo podía perder. Para conocer los resultados definitivos habrá que esperar a la segunda vuelta, el domingo, dado el sistema mayoritario a doble vuelta que rige en Francia para la elección de la Asamblea Nacional, que debe aprobar a su vez al primer ministro.

La situación actual es la siguiente: en la primera vuelta, el 30 de junio, fueron elegidos solamente los candidatos que obtuvieron más del 50% de los votos: en total 76 diputados de los 577 que conforman la Asamblea Nacional, de los cuales 39 de RN y aliados, 32 del NFP, dos de Ensemble, dos independientes de derecha, y uno de LR. Todos los candidatos que consiguieron más del 12,5% de los votos pasan a la segunda vuelta que se votará este domingo, en la que se deben cubrir los 501 escaños restantes. Hay 310 circunscripciones en las que pasaron la selección de la primera vuelta más de dos candidatos, son las llamadas “triangulares” (aunque en algún caso excepcional han llegado a pasar cuatro). Para evitar que la división del voto contrario al RN le permita ganar muchos escaños en disputa y con ellos la mayoría absoluta de la cámara, algunos partidos han retirado al tercer candidato, en particular en aquellas circunscripciones en las que el RN ha quedado primero, en una reedición parcial del “cordón sanitario” que abortó en el pasado las intenciones de Marine Le Pen de alcanzar la Presidencia de la República. En concreto, se han retirado 214 terceros, de los cuales 127 del NFP, 87 de Ensemble, tres de otros partidos de izquierda y tres de LR. Quedan aún 96 “triangulares”, pero en su mayoría son circunscripciones donde RN no quedó primero, o no tiene muchas posibilidades de ganar, y 191 en las que solo pasaron dos candidatos. RN necesita ganar, con sus aliados, 250 en la segunda vuelta para tener mayoría absoluta en la asamblea.

Es bastante probable que la masiva retirada de las terceras opciones impida al RN conseguir la mayoría absoluta, aunque en algunos casos el rechazo de macronistas y republicanos a la radicalidad de La Francia Insumisa puede moverlos a la abstención facilitando así la victoria del candidato o candidata lepenista. Evidentemente, si el RN no obtiene mayoría absoluta y no puede gobernar, un enorme suspiro de alivio se va a extender no solo por Francia, sino por la mayoría de Europa. Pero el problema de la gobernabilidad en Francia no se va a resolver fácilmente, aunque el RN no pueda formar gobierno. LFI es incompatible con los macronistas de Ensemble y más aun con Los Republicanos, sin contar con que habrá algunos independientes de derechas. ¿Cómo se va a formar una mayoría gubernamental en la Asamblea Nacional? Es previsible que el RN, aun sin obtener la designación del primer ministro, condicione la política francesa en la legislatura que ahora empieza, y bloquee cualquier iniciativa legislativa. Una legislatura que tiene que durar al menos un año, por imperativo legal, pero que luego puede saltar por los aires rápidamente, con lo que el problema se repetiría, probablemente con más gravedad ante la evidente decadencia de Renacimiento, el partido de Macron.

¿Por qué está pasando esto? ¿Hemos olvidado ya la muerte y la destrucción que trajeron los ascensos del fascismo en la primera mitad del siglo XX? ¿Saben realmente los electores lo que están votando? Por supuesto, el RN ha cambiado mucho su piel desde los tiempos en que Jean-Marie Le Pen dirigía el Frente Nacional con soflamas pronazis, xenófobas y antisemitas, para presentar ahora una cara más moderada. Como lo ha hecho Hermanos de Italia, con Giorgia Meloni, desde el posfascista Movimiento Social Italiano, pasando por la Asamblea Nacional. Pero en el fondo siguen siendo iguales: xenófobos y antiinmigración –a pesar de que ni Francia ni Italia sobrevivirían sin inmigrantes–, opuestos al feminismo y al aborto, hostiles hacia los movimientos LGTBI y nuevas fórmulas de convivencia, contrarios a las imprescindibles políticas de protección del medio ambiente y de lucha contra el cambio climático, antiglobalización y –sobre todo– extremadamente nacionalistas, una enfermedad que ha causado tantas guerras y tanto dolor en el pasado y amenaza ahora el futuro de la Unión Europea. Todo ello presidido por la más cínica demagogia: defienden en cada lugar cualquier cosa que pueda conseguir adhesiones sin reparar en contradicciones. Pueden mostrarse en algunos lugares neoliberales en lo económico, contrarios a los impuestos, la intervención del Estado y las prestaciones sociales, y simultáneamente criticar en Francia el recorte de las pensiones y defender la fortaleza del Estado.

Lo cierto es que los importantes porcentajes de voto de Hermanos de Italia o del RN en Francia no se pueden atribuir ya a minorías radicales o muy ideologizadas, esas cifras incluyen necesariamente a grandes sectores de las clases medias, burgueses perfectamente integrados en el sistema que abandonan sus partidos tradicionales de centro derecha para votarles. ¿Son estas personas de extrema derecha? Probablemente no, o no en su mayoría, pero se enfrentan a un mundo nuevo, globalizado, sin reglas sociales claras, hipertecnológico, que no comprenden ni aceptan, y piensan que estos partidos van a salvarles de una decadencia a la que están inevitablemente abocados si no se adaptan al nuevo paradigma.

El problema no es tanto el ascenso de estos partidos extremistas, sino que están devorando a la derecha tradicional moderada cuyo concurso es imprescindible para mantener el sistema de las democracias liberales en las que vivimos. En EEUU el Partido Republicano se ha radicalizado de la mano de Donald Trump, hasta hacerse indistinguible de la ultraderecha política o religiosa. En Francia, la derecha tradicional ha pasado de aquella Unión por un Movimiento Popular que obtuvo con sus socios mayoría absoluta en 2007, a la división y la irrelevancia actual de los republicanos. En muchos otros países, los partidos de centro derecha se inclinan hacia las tesis extremistas hasta el punto de que no es fácil distinguirlos de los más radicales, lo que hace que estos ganen espacio. Mientras tanto, la izquierda se debate entre una tendencia moderada –representada perfectamente por Starmer– que no pretende cambiar nada y al final favorece la reacción de la extrema derecha, y la más intransigente de Mélenchón, que no parece capaz de obtener una mayoría suficiente para poder llevar a cabo los cambios que sin duda implementaría si pudiera.

A finales del siglo XVIII las revoluciones estadounidense y francesa abrieron la puerta a la democracia contemporánea. Fueron revoluciones burguesas que sustituyeron poderes obsoletos por otros emergentes, pero también minoritarios. No pretendían aún extender el poder al pueblo llano, pero de ellas nacieron el concepto de derechos humanos y los principios de libertad, igualdad, y fraternidad, que todavía hoy son la base de las democracias liberales y el fundamento de la Unión Europea. Es lamentable ver cómo ahora ambos países, EEUU y Francia, están a punto de caer en el extremismo nacionalista más opuesto a lo que la democracia significa para sus ciudadanos y para el mundo. Algo hemos hecho mal. Probablemente ha sido ser demasiado tolerantes con la injusticia y la desigualdad, con los privilegios de los poderosos, y no prever el impacto que los cambios iban a tener en una población vulnerable y bastante desorientada por redes y medios de desinformación tóxicos y beligerantes.

Antonio Gramsci escribió en 'Cuadernos de la Cárcel' que los fenómenos enfermizos se dan en el intervalo entre lo viejo que muere y lo nuevo que no termina de nacer. Hoy en día podría ser entre el mundo del ayer, en el que algunos tenían ciertos privilegios por haber nacido en un determinado país o por pertenecer a una determinada clase social, y el del mañana, un mundo globalizado en el que las migraciones serán masivas, las fronteras se diluirán, las mercancías circularán libremente, todo estará interconectado, la mezcla será la norma, y todos tendremos los mismos derechos y responsabilidades. Para muchos este escenario resulta insoportable y odioso.

El domingo sabremos si los profesionales del miedo han sabido explotar esos sentimientos, y el descontento difuso de la sociedad, hasta lograr en Francia una victoria que, por supuesto, no va a arreglar nada más que su propio futuro, pero podría tener repercusiones muy negativas en la política interior y exterior, no solo de Francia sino también de la UE. Esperemos que no. Pero en todo caso, este es solo un capítulo más de un fenómeno emergente que no termina aquí, y puede ir a más. Es necesario que todos los gobiernos democráticos emprendan con urgencia las acciones políticas, sociales y económicas necesarias para revertir la desafección de aquella parte de la población que cuando se siente abandonada se echa en brazos de cualquier charlatán, aunque sepa que le miente.

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