El silencio del rey
Entre los que hablan en nombre de España y los que hablan en nombre del pueblo, ya están aquí los que quieren que hable el rey. Un grupo de militares jubilados de alta graduación del Ejército del Aire vinculados a la ultraderecha y el franquismo cree que ha llegado el momento de que Felipe VI actúe. Primero le mandaron una carta en la que arremetían contra el Gobierno con los mismos argumentos, por cierto, que en el Parlamento se le han escuchado a los líderes de Vox pero también a los del PP desde que empezó la XIV Legislatura. Es lo que tienen las palabras y el cada vez más estruendoso ruido político, que siempre tienen consecuencias. Igual que los silencios.
La parroquia de la derecha y la ultraderecha lleva meses escuchando que el de Pedro Sánchez es un Gobierno ilegítimo, que ha vendido España a los independentistas y a los filoetarras, que ha acabado con la división de poderes, que ha puesto en peligro la unidad de la patria y que quiere acabar con la monarquía. Y hay quien lo cree firmemente. Cada ¡Viva el Rey! que PP y Vox han gritado desde sus escaños en estos meses, no sólo era un intento de asociación de la Corona con sendos partidos, sino un grito desesperado por trasladar a la ciudadanía el peligro que supuestamente corría la institución monárquica con Sánchez en La Moncloa. Lo habrán oído en los bares y hasta en conversaciones entre cuñados. El mensaje ha calado.
Y ahora un grupo de ex uniformados defiende, como ha desvelado Infolibre, que “no hay más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta”. Lo han expresado tal cual en un chat de WhatsApp en el que aparece un saludo con la voz de Santiago Abascal, que Vox asegura que no iba dirigido a los integrantes del grupo en cuestión. Es la segunda misiva que Felipe VI recibe en pocas semanas de exmilitares haciéndole partícipe del profundo malestar con el Gobierno y de la inminente desintegración de la patria. Antes hubo otra carta de ex mandos del Ejército de Tierra, en similares términos. Y el objetivo parece que era sumar una cascada de mensajes para que Felipe VI reaccionara.
No es la primera vez que el Ejército se revuelve contra un Gobierno de izquierdas y se escucha ruido de sables en democracia. Pasó, tras las matanza perpetrada por ETA en el Hipercor de Barcelona en 1987 durante el Gobierno de Felipe González y hace unos días, el expresidente Zapatero recordaba que ocurrió lo mismo durante su mandato cuando el Congreso de los Diputados aprobó la última reforma del Estatut de Catalunya. El expresidente deslizó, además, que hubo otros episodios que no trascendieron siquiera a la opinión pública.
Lo grave ahora no es que Defensa no pueda actuar contra los que proponen fusilar españoles porque ya no estén en activo y por tanto no están sujetos a disciplina alguna, sino que haya partidos que se nieguen a condenar los hechos -como ha hecho Vox- o se hayan puesto de perfil -como el PP-. Mucho peor resulta que sea la ministra Margarita Robles, y no un portavoz oficial de la Zarzuela, quien tenga que salir a hacerles frente por tratar de implicar a Felipe VI en una grotesca intentona golpista. Mientras PP y Vox agitan el ruido de sables, la Corona calla de forma clamorosa y Felipe VI pierde una nueva ocasión para desmarcarse de quienes pretenden convertirlo sólo en el rey de las derechas y de quienes reclaman su condición de jefe de los tres ejércitos para sus ensoñaciones golpistas.
Un silencio más. Que nadie espere al respecto una palabra de Felipe VI, mucho menos un comunicado rotundo y sin matices de la Casa Real. No lo hará. Si acaso aprovechará un acto oficial para colar en un discurso de madera una alusión sobre el compromiso de la corona con el orden constitucional, y poco más. Después, eso sí, se preguntará el porqué de la desafección de millones de españoles hacia la institución que representa y de que cada día aumente el número de ciudadanos que se declaran republicanos. Hay una desconexión en ciernes que Felipe VI no quiere ver y que sólo él podría evitar con sus palabras y con sus hechos, pero no parece que sea esa la senda por la que está dispuesto a transitar, pese a que las palabras siempre tienen consecuencias y los silencios, mucho más.
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