Sombra aquí, sombra allá
El presidente del Gobierno ha sacado conclusiones del resultado electoral. Más allá de culpar al PSOE y demonizar los pactos para justificar su pérdida de poder territorial, Rajoy hace una tímida autocrítica basada en la falta de sensibilidad frente a las penurias económicas, la mala gestión de los escándalos de corrupción y los errores de comunicación. Nada hay más torpe que identificar un problema y pasar de largo sin buscar la solución.
El líder del PP acaba de descartar una amplia crisis de Gobierno. Argumenta que no merece la pena, a tan pocos meses de las elecciones. Lo cierto es que no se prevé una frenética actividad legislativa de aquí a noviembre, así que lo que en realidad ha hecho Rajoy es renunciar al golpe de efecto que supondría cambiar ministros. Porque, ¿cómo piensa solucionar entonces la falta de sensibilidad ante la crisis que él mismo reconoce? Sigue De Guindos, el que aseguró que el rescate bancario no nos costaría un euro. Sigue Montoro, el ministro que más daño ha hecho al Gobierno, el que se reía mientras incumplía sus promesas y subía los impuestos, el que arremetía contra los informes sobre pobreza de las organizaciones sociales, el que amenazaba a los contribuyentes un día sí y otro también, el que sentenció que los salarios no estaban bajando, el que protegió a la infanta, el que entorpeció la labor del juez del caso Bárcenas y ese que para justificar el fraude fiscal comparaba al PP con Cáritas. Y sigue Fátima Báñez, la ministra que niega la epidemia de contratos precarios. Cómo hubiera sido la cosa sin la Virgen del Rocío… Rajoy, claro, mantiene todo esto que consintió.
El presidente sí ha acometido algunos cambios en el PP, pero tampoco le sirven para reconducir la mala gestión de la corrupción. Sigue él, que consoló a su extesorero imputado y dirige un partido sospechoso de financiación ilegal. Sigue Cospedal, la imagen de la indemnización en diferido. Está en forma de simulación, porque lleva un mes prácticamente desaparecida. Continúa Javier Arenas. Harán bien en preguntarse por qué sigue un dirigente que aparece en los papeles de su amigo Bárcenas, que no se habla con la secretaria general y que no encarna ni la renovación, ni la regeneración. Y para colmo, Rajoy ha nombrado como responsable de organización a un señor con problemas judiciales, por un tema tan sensible como el de la desastrosa gestión de las cajas de ahorro. ¿Lo sabía? Si es que sí, ¿le dio igual? Suponemos que no, porque el PP ha escondido a Martínez Maíllo desde el mismo día de su nombramiento.
Llegados a este punto, Rajoy nos vende que la solución es atajar los problemas de comunicación. Y pretende que nos hagan el truco Pablo Casado y dos más. Pero sus nuevos portavoces están secuestrados. Nacen hipotecados por todo lo que no pueden decir. A estas alturas, queda el voto del miedo. Lo demás –aquello que los nuevos portavoces tienen orden de vender en las televisiones– probablemente ya no lo compra ni el Tato.