De un tiempo, de un país

1 de marzo de 2024 22:36 h

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“Por unas cuantas horas nos sentimos libres y, quien ha sentido la libertad, tiene más fuerzas para vivir”, así fue el 18 de mayo de 1968, en plena dictadura franquista, según nos contaron los presentes. Encuentro por casualidad un reportaje que hicimos en Informe Semanal de TVE en 1986. El hilo conductor era Raimon, el cantautor de Xàtiva (Valencia), uno de los principales exponentes de la Nova Cançó Catalana. Volvía a cantar en Madrid, después de ocho años de prohibiciones, tras aquel inolvidable recital (entonces no se llamaban conciertos más que los conciertos de música clásica) en la Facultad de Económicas de Madrid. Y se centraba en puntos clave de lo sucedido en la Transición oficial a la democracia. Las raíces de lo que somos.

El choque con la realidad actual ha sido tan intenso que pienso merece la pena compartirlo y reflexionar sobre ello. Porque cuanto ocurre, para bien o para mal, procede de lo que fuimos, y ahora vuelven a mandar y pisotear la democracia los mismos que lo hacían entonces, mientras el germen de la lucha por las libertades aparece tan debilitado que apenas se muestra. Pero está.

El reportaje comenzaba con un breve fragmento de otro recital de Raimon en Madrid, el 5 de febrero de 1976, recién muerto Francisco Franco, grabado por la televisión alemana (el NODO lo rodó, pero no lo emitió). Rebosaban con fuerza las ansias de libertad, de la de verdad, de la que libera y no se manosea y degrada hasta la náusea como hace la estrella cañí del PP.  Acudieron líderes políticos y sindicales relevantes. Desde el centro derecha a la izquierda, aunque estaban prohibidos aún los partidos políticos y los sindicatos. Acudió Marcelino Camacho recién salido de la cárcel tras cumplir condena por el proceso 1001 a dirigentes de Comisiones Obreras. Por serlo. Y Felipe González, el secretario general de un PSOE que conservaba todas las letras de sus siglas. Cuatro meses antes, otro recital en Barcelona –en este caso, durante la enfermedad de Franco– había llevado también a lo más granado de la oposición prohibida, desatando el mismo fervor. Había mucha tensión, no sabías si la policía venía a vigilarnos a nosotros o a quienes nos podían agredir, nos dijo María Aurèlia Campany, que sería concejala del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona. De hecho, así era todo en las actuaciones de numerosos cantautores, de Lluís Llach y Labordeta, por supuesto.

El primer Gobierno de la monarquía, presidido por Arias Navarro y compuesto exclusivamente de hombres, algunos militares y varios reconocidos franquistas, contaba como vicepresidente segundo para Asuntos del Interior y Gobernación con Manuel Fraga Iribarne, el que luego fuera fundador de Alianza Popular, refundado en Partido Popular. Raimon había programado cuatro conciertos en Madrid, pero el ministerio de Fraga envió una nota de suspensión de los tres que restaban tras el celebrado, basado en los siguientes argumentos textuales: “la exhibición de puños cerrados y gritos tales como Dolores a Madrid, Carrillo, amnistía y libertad. Atendidas estas lamentables circunstancias –concluía la nota– se procede a la suspensión”.

Vi ese reportaje antiguo con emoción, y entonces, saltó la noticia: el Tribunal Supremo abre causa penal por delito de terrorismo “de baja intensidad” a Puigdemont, apoyado por los argumentos del juez García Castellón y los fiscales del Supremo. Algunos de los indicios esgrimidos en la comunicación del Poder Judicial son que, en la manifestación de Tsunami, “emplearon instrumentos peligrosos y artefactos de similar potencia destructiva a los explosivos, tales como extintores de incendios, vidrios, láminas de aluminio, vallas, carritos metálicos o portaequipajes, que lanzaron contra los agentes de la autoridad”.

Créanme si les digo que me parecían un eco de “las lamentables circunstancias como la exhibición de los puños cerrados” por los que Fraga suspendió los recitales de Raimon hace casi 50 años. Más graves en su intención y consecuencias ahora, pero de ese mismo tronco del que son y fueron.

El primer Gobierno con Juan Carlos I frustró las esperanza de cambio aquel mismo febrero de 1976. Cuando el presidente del Gobierno afirmó en el Pleno del Congreso en el que presentaba su programa: “Las reformas habrán de hacerse como Franco hubiera deseado”. Y me temo que no anduvo muy desencaminado, dada la evolución experimentada porque ningún dirigente después, ni mucho menos el habilísimo Felipe González, limpió a fondo las estructuras franquistas del Estado. Un maquillaje efectivo, sí, sin duda.

Si se hubiera querido de verdad hacer una Transición seria a una democracia sin tutelas no quedarían ¡medio siglo después! esos potentes reductos impregnados de ideología en su función, política, jurídica o mediática. Porque otra radical diferencia de aquel tiempo es que parte de la prensa cumplió con rigor y valentía ser el Cuarto Poder a favor de la ciudadanía y la democracia. Algún periódico y sobre todo las revistas de información general –Triunfo, Destino, Cuadernos para el Diálogo, Cambio 16 y otras–. El panorama actual es patético. Hay una derecha mediática que ya no es ni cloaca, sino auténtica pocilga que sonroja a cualquiera que ame el periodismo.  

Leo hoy la queja de la Fundación Francisco Franco, que sigue tan campante en España, contra el periodista Danilo Albin, de Público, por un artículo que no les gustó. Y son patentes las consecuencias de haber dado entrada en las instituciones a la ultraderecha ultramontana y de consentir la corrupción endémica del Partido Popular. Corrupción económica, y moral como germen. La que, cocida en las ollas del bipartidismo, nos sirve un potaje de garbanzos negros a competir con algunos sueltos del rival. Tan desdeñables como todos, desde luego.

A la luz de nuestra trayectoria se entienden mejor las noticias de la actualidad, las agendas informativas desvirtuadas que marcan la prisa o una intencionalidad muy dirigida. Corrupciones, mentiras, trampas, abusos nacen y cuecen en ese magma. Puede ser más orientativo buscar el fondo que cada uno de ellos, dado que se hunden en dialécticas estériles. Hasta debajo de la más escandalosa noticia, llena de morbo, que copa horas y horas de programación, hay algo más. Conviene mirar a las raíces, para bien o para mal. 

De aquel tiempo, de aquel país, llama la atención también el compromiso con la democracia de sectores de la cultura, los recitales de los cantautores eran casi un mitin en el que un apasionado auditorio pedía amnistía y libertad. La amnistía de los encarcelados por el franquismo, la libertad en su más profundo sentido lejos de la perversa degradación que sale de podridas bocas de la derecha hoy.   

Por supuesto, el mundo que gira cada día ha traído en todos estos años un cúmulo de factores que cambian en alto grado las circunstancias. La hegemonía del capitalismo más tóxico con el predominio del egoísmo como motor, la explosión y generalización de las comunicaciones que necesita una ciudanía madura capaz de seleccionar con criterio, la frivolización extrema. Pero en España se añade el peso de ese pasado que no se quiso limpiar y aprieta con fuerza para turbar de nuevo el presente.

Hay otra España, se lo aseguro. Cuesta creer que todos aquellos que se dejaron hasta jirones de la vida por extender la democracia, los derechos y la libertad genuina para todos estén conformes con lo que ocurre. Yo vengo de un silencio antiguo y muy largo, cantaba Raimon. Que no es resignado, añadía. Venimos ahora de un ruido inmenso que necesita luz para no claudicar tampoco. Un ruido estruendoso que sale sin alma por las pantallas, desde lo más chabacano a lo más burdo, a lo más manipulador. Pero recordemos que, de cualquier modo, son las personas las que eligen y pueden exigir.