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Toca hablar de Llop

La ministra de Justicia, Pilar Llop
17 de septiembre de 2022 22:27 h

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La vida es como un jarrón chino, es hermosa, pero si no la cuidas se rompe en miles de pedazos

Ernest Hemingway Escritor y periodista estadounidense

Esto no es el metro y a lo mejor, por eso, toca hablar de la ministra Llop. Me pongo a ello porque es lo que muchos no quieren o no se atreven a hacer y también porque es ya absolutamente necesario. Ha llegado la hora, máxime cuando se juega en algunas quinielas con la amenaza de que salte, sin romperse ni mancharse, del Ministerio de Justicia a la candidatura a la alcaldía de Madrid. No romper y no manchar es la línea más relevante de su currículum. Voy a hablar de Llop sin saber nada de Llop, ya que ha sido ese el mayor mérito durante su fulgurante carrera política, que no sepamos de ella. Voy a hablar de Llop sin haber hablado nunca con Llop y sin haber oído hablar mucho de la ministra. Si entre mis fuentes no se habla mucho de Llop, si con Llop no se puede hablar, mucho me temo que podemos afirmar que Llop no es motivo de conversación ni en el metro ni en el autobús y eso, en términos de presentarse a la alcaldía de la mayor ciudad del país, es pecado de lesa irrelevancia.

Llop es una ministra misteriosa. Sabemos que inaugura y pone medallas más o menos bien e, incluso, que es capaz de cabalgar en un concejo asturiano haciendo de hermana de Carlos V, actividades estas en la que o se habla poco o, si se hace, se lee mucho. En la semana que termina, y desde el regreso del verano, hemos asistido a una salida de la ministra del armario de Parcent en el que, dicen, la mantiene resguardada su jefe de Gabinete. Entrevistas y comparecencias parlamentarias evidencian por igual sus tropiezos. Lleva razón la caverna mediática cuando hace memes con la salida de pata de banco de que en el metro se habla de la crisis por la no renovación del CGPJ. Una ministra de Justicia no puede andar con esas mandangas. No solo porque sabemos que ni va ni puede ir ni debe ir en metro, sino porque que la ministra de Justicia desconozca que uno de los mayores problemas de la crisis creada por el PP es, precisamente, que es un tema que no les pasa factura, que no le importa una higa a sus votantes ni a sus posibles votantes, y que por su complejidad es sustraída sistemáticamente del debate público en los medios de masas. No, Llop, no solo no se habla de la gravedad máxima de este golpe blando a la democracia en el metro ni en el autobús ni en los mercados, sino que apenas se habla de él en el espacio público y, cuando se hace, se hace utilizando argumentarios simples para hooligans y no para que el ciudadano entienda dónde reside la gravedad y la complejidad del problema.

Lleva décadas bucear en la trastienda y comprender lo que pasa en ese mundo, y aún así nadie puede asegurar haber logrado identificar todas las corrientes subterráneas que confluyen. Por eso es muy probable que ni siquiera la ministra lo entienda muy bien. Al menos eso dicen las malas lenguas. Llop, que ha ido pasando, sin romperse ni mancharse, pero también sin ninguna relevancia, desde la Asamblea de Madrid al Senado y de ahí a su presidencia y después a un ministerio, llegó a la política procedente de un juzgado unipersonal de Madrid. Dicen los que la ven con ojos desapasionados que una magistrada con ese historial -y que ha ejercido tan poco como juez y se ha destacado tan poco en la vida asociativa- nunca ha tenido acceso ni ha conocido los verdaderos vericuetos del poder de las togas en el foro y, sobre todo, no tiene ningún ascendiente sobre ellos. Así que, dicen, es realmente inoperante y, tanto lo es, que ha sido relevada a todas luces de la tarea de conseguir una renovación del CGPJ, que sí lograron sus dos antecesores, que negociaron al menos en apariencia -Juan Carlos Campo y Dolores Delgado-, y que en ambos casos fue reventada a posteriori por el Partido Popular. Ella está al margen y ahora Bolaño trabaja a plena luz. ¿Para no romperla? ¿Para que no se manche? Tal vez simplemente porque no estaba a su alcance intentarlo. Tampoco debe ayudar a ello que haya nombrado de guardia de corps en su Gabinete a un ex guardia sevillano, cuyos contactos y predicamento en el mundo de las carreras jurídicas deben ser también muy reseñables.

En realidad, lo de hablar de Llop no deja de ser una percha. Ni siquiera es seguro que se pretenda sacarla a las calles de Madrid a hacer una campaña electoral, porque es evidente que no podría. Sus intentos para hablar del gobierno de la gente, para acercar la tarea del Gobierno a los ciudadanos lo dicen todo. Y no solo son sus lapsus -“¿es que no hay catalanes viviendo en otros lugares de España? Y, viceversa, ¿no hay españoles viviendo también en…pues… allí, también?”- sino que es esa incapacidad para remontar el error, esa dubitación y ese vacío el que presagia el desastre en las procelosas aguas electorales. La cuestión es que el análisis sobre el desgaste de Almeida, su caída al lado oscuro de su insólita popularidad inicial, su debilidad electoral, es bueno. Es cierto que la batalla para recuperar el Ayuntamiento de Madrid puede darse, con lo que esto supone en términos del resto de elecciones. La cuestión es quién puede salir a torear en esa plaza con visos de éxito y, en caso de no tenerlo, quién va a aguantar el tirón de hacer una verdadera oposición progresista sin colgar la toalla y salir corriendo o diluirse en la inoperancia, dejando el votante tirado. Esa es una especialidad de la casa socialista que debería corregirse. No más Sebastián ni Gabilondo ni Pepu -que se fueron o hicieron como que no estaban- porque la sensación de que el voto se ha echado a un pozo y de que no ha servido ni para ponerle chinas a la derecha en su camino es muy desesperanzadora.

A Almeida el PSOE le puede plantar cara si elige un candidato o candidata de peso específico -ser ministro per se no lo concede- y con un nivel de conocimiento ciudadano que no se puede ganar en unos meses -y ser ministra tampoco lo asegura, aunque algunas lo tengan de sobra-. Alguien que pueda obtener voto que no sea solo el fiel. Alguien a quien cierto grupo de votantes fluctuantes no vea como una aventura. Alguien que tenga una serie de requisitos que no tiene Pilar Llop. Que me dice mucha gente que es una tía estupenda, pero eso no borra que ganar elecciones requiere de otro perfil.

Llegada a este punto me viene a la cabeza un magistrado del Tribunal Supremo. No crean que es por algo que tenga que ver con las candidaturas, no sean malos. Es uno antiguo, ya fallecido. Ese que decía que ayudar a los amigos no era pecado porque tenía una razón evangélica. “¿Cuántos murieron el mismo día que Lázaro? ¿Cuántos resucitaron? ¿Por qué resucito él? Porque era el amigo de Jesús. Apoyando a los amigos no pecamos”. Es posible que no se peque, pero también que no se acierte. Y la batalla frente a Almeida hay que darla. 

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