También es violencia
Te levantas, te vistes, un café con leche, y a trabajar. Coges el metro, que va hasta arriba de gente con cara de lunes, y un tipo de unos 50 años se pone detrás de ti. Presiona, sientes su cuerpo contra el tuyo, notas su respiración en tu cuello. Sales del vagón y te sacudes para quitarte esa sensación que el hombre ha dejado en ti. Caminas calle abajo; un grupo de hombres se gira para mirarte, aprovechando para soltar algún tipo de barbaridad. Contestas y te llaman histérica loca.
Entras a la oficina, tu jefe suelta el comentario diario sobre tu cara, tu cuerpo o tu ropa con esa sonrisa que te pone tan nerviosa y, deseando que acabe pronto la jornada y perder la cara del jefe hasta mañana, vas a tu mesa, donde está un grupo de compañeros, esos que cobran más que tú por el mismo trabajo, hablando sobre lo buenas que estaban y lo guarras que eran las mujeres con las que se han cruzado durante el fin de semana. Acabas.
Has quedado en el bar de siempre con tu gente a tomar algo, pero no puedes concentrarte en la conversación porque enfrente hay un tipo con un vaso en la mano que no deja de acosarte con la mirada y de hacer gestos que te incomodan; pasa por tu lado, y aprovechando la confusión, te roza el muslo. Terminas la cerveza y te despides de tus colegas mientras piensas qué recorrido tomar para ir a casa por las calles mejor alumbradas. Vuelves a aguantar comentarios sobre ti de desconocidos, agachas la cabeza cuando te cruzas con un grupo de hombres. Tienes que coger alguna calle sin luz, una tensión recorre tu cuerpo y aceleras. Llegas al portal y, mirando que no hay nadie cerca, entras en casa. Por fin.
Este tipo de situaciones, situaciones que vivimos a diario las mujeres, son, junto con los golpes y las mujeres asesinadas, y entre otros, ejemplos de violencia.
Democracia e igualdad son dos términos que van de la mano. No podemos hablar de la una sin la otra, y mientras exista la diferencia de salarios entre hombres y mujeres, el reparto desigual de los cuidados, la cosificación de la mujer, que no es otra cosa que vernos como un objeto sexual, el acoso o el maltrato, no podremos hablar de igualdad y, por tanto, difícilmente podremos hablar de democracia.
Es cierto que podemos ganar, que vivimos un momento histórico en el que las instituciones pueden volver a estar a las órdenes de la gente, que es donde siempre debieron estar. Estamos absolutamente convencidas y convencidos de que poniendo las instituciones al servicio de la ciudadanía podremos construir vidas dignas, pero no debemos olvidar que una vida digna es también una vida libre de violencias machistas.
En este sentido, si la ciudadanía gana y vuelve a tener en su poder las instituciones, si ganamos, tendremos que generar políticas sociales, educativas y laborales que ni el Partido Popular ni el Partido Socialista han sido capaces de articular, para erradicar las desigualdades que vivimos las mujeres. Porque contra las violencias machistas tenemos que luchar desde todos los ámbitos: desde las instituciones, en la calle, en casa, en los centros de trabajo y en los centros educativos.
Si ganamos, tenemos que ganar todos y todas. Las instituciones tienen que poner todo lo que esté en su mano para acabar con la desigualdad que sufrimos a diario las mujeres; porque es intolerable que más de la mitad de la población sea acosada y violentada todos los días por el mero hecho de ser mujer.
El 51% de la población necesitamos unas políticas educativas de igualdad, políticas que traten de poner fin a todo tipo de violencias machistas, que nos permitan tener vidas dignas. Porque una vida digna es incompatible con el maltrato, con el acoso, con la desigualdad laboral, con la cosificación o con el miedo.
Por nuestras abuelas y nuestras madres, por nosotras y por las que vendrán, ganemos: construyamos ciudades libres de violencias machistas.