Soy parte de ese medio millón de extranjeros que podemos votar en las elecciones de la Comunidad de Madrid porque tenemos el privilegio de la doble nacionalidad. Incluso parece que podríamos ser decisivos y eso que nadie nos ha pedido el voto. Tiene guasa que los latinos seamos considerados por fin decisivos para algo en España. Estoy que no quepo en mí. Normalmente estos complejos de excolonia me salen cuando bebo. El otro día interrumpí borracha una conversación de un grupo de españoles que hablaban de la relación de España con la migración árabe. Y yo: “que ya está bien, que los sudakas estamos celosos, que cuándo nos van a volver a considerar una amenaza. Claro, como los latin kings ya pasaron de moda... Salud”. Silencio incómodo.
Esto me recuerda que anoche me desperté gritando desgarradoramente: “Payasito progreeeee”, “payasito fachaaaaaa” (sic), con un escándalo inusitado. Lo juro, no me pidan más explicaciones, fue así. Pregúntenle a mi cónyuge. No sé con cuál de los dos dormía. Luego me reía con una risa que daba un poco de miedo. Cosas de la doble nacionalidad, del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, del Dos caras, Gollum hablando consigo mismo. ¿En mi oscuro inconsciente soy a la vez un troll de Vox y un troll de Podemos? ¿Soy equidistante? ¡Horror!
Como imaginarán, la gente que tiene doble nacionalidad votamos el doble de veces y somos capaces de cagarla por partida doble. Dos naciones dependen de nuestra salud mental, ideología y sentido común. Y a veces las elecciones coinciden el mismo año y, como ahora, casi el mismo mes. Elecciones aquí y allá. Y encima soy miembra de mesa. Y en ambos sitios pueden ganar los rojos, no solo pueden, tienen que ganar. En Lima los fachas han llenado las calles con unos enormes carteles luminosos en los que se puede leer: “Piensa en tu futuro: no al comunismo” o “Ganar más por mi esfuerzo es ser libre”. No lo firma nadie. En Madrid, ya saben, “Comunismo o Libertad”, firmado por Ayuso. Un fantasma recorre el mundo auspiciado por los mismos, se llama neoliberalismo y no quiere que cambie nada.
Llevo poco tiempo siendo sujeto político en España pero solo he votado por comunistas, se puede decir que no he hecho otra cosa que votar por comunistas y contra el odio. Ojo para los avispados: en la lucha de clases no nos motivan ni el odio ni los celos, nos motiva la justicia. Pero esta evidencia no la vas a ver en un cartel de luces de neón, ni en el metro de Madrid. Esas son vitrinas para fake news, desde las cuales se promueve el voto antimigrante, el voto de odio. ¿Cómo lo enfrentamos? Con voto migrante, con voto de amor. De los nacionalizados, pero también de los migrantes limitados como sujetos de derecho por la Ley de extranjería, que votarán gracias a que una amiga o amigo anarquista, desmotivado comprensiblemente de la política, les ha cedido el voto para frenar el avance de nuestros odiadores racistas. No somos todos los migrantes iguales ni queremos lo mismo, pero las políticas de las derechas nos afectan de la misma manera, menos a los venezolanos de Serrano.
Porque está claro que lo llaman democracia y no lo es, pero un poco de memoria: la última vez que los dejaron ser, la última vez que en Europa se creó la alarma de que unos tipos de raza inferior se querían apoderar de sus naciones, la última vez que alguien dijo “¡me abstengo!”, los nazis ganaron las elecciones y todo acabó en campos de concentración. Por eso, este 4 de mayo solo nos queda probar el magullado y dudoso poder del voto, pero que sea migrante, antirracista, antifascista y feminista.