El pasado mes de septiembre un viejo fantasma ha reaparecido en los grifos de varios municipios aragoneses, para recordarnos que es inútil esconder la basura bajo la alfombra. Residuos de lindano, producidos en los años ochenta, han aparecido contaminando el agua de boca y de riego de varios pueblos de la cuenca del río Gállego, ante la desinformación, la descoordinación de las administraciones y el miedo y la indignación de la ciudadanía.
Veinticinco años después, la actualidad nos obliga a recordar que la empresa química Inquinosa convirtió la ciudad altoaragonesa de Sabiñánigo en uno de los lugares más contaminados del mundo. Entre 1975 y 1989 esta factoría de infausto recuerdo fabricó miles de toneladas de lindano, un pesticida que se utilizaba entonces como insecticida agrícola y que hoy en día está prohibido en todo el mundo por su alta toxicidad y sus riesgos para la salud y el medio ambiente. De hecho, se estima que para producir 15 kg de lindano, se generan 85 kg de residuos altamente tóxicos, incluso carcinógenos. Inquinosa cerró, pero nos legó entre 115.000 y 160.000 toneladas de residuos tóxicos en dos vertederos de Sabiñánigo (Bailín y Sardás), incluidas unas 4.000 toneladas de residuos líquidos susceptibles de envenenar los acuíferos con benceno, clorobencenos, clorofenoles y HCH. Esa sí que es una herencia envenenada.
Tras años de denuncias por parte del movimiento ecologista, Inquinosa trasladó su producción a Rumanía. Y hubo que esperar a 2003, siete años después de presentada la demanda, para que los tribunales condenaran a la empresa a indemnizar solo con 6,5 millones de euros al Gobierno de Aragón por los daños ambientales producidos. Pero en realidad el que contaminó se fue sin pagar, ni siquiera esa exigua cantidad, mientras la Administración aragonesa lleva años malgastando millones en parches, intentando sin éxito impermeabilizar los vertederos, sin abordar una solución definitiva al problema.
Y ahora el fantasma regresa cuando la sociedad aragonesa había logrado olvidarlo. La prohibición de beber agua en seis municipios encendió las alarmas. Pero aún ha sido más preocupante asistir a la discusión entre el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Aragón y la Confederación Hidrográfica del Ebro echándose mutuamente en cara las responsabilidades de esta catástrofe, mientras la gente sufre el problema sintiéndose abandonada.
Y es que, más allá de que ya se haya autorizado el consumo de agua, seguimos instalados sobre un auténtico polvorín. Lo del lindano en la cuenca del Gállego es una catástrofe ambiental latente, un Prestige invisible del que solo nos acordamos cuando el grifo huele a podrido, como ha ocurrido estas últimas semanas. Los sucesivos gobiernos de Aragón han actuado con irresponsabilidad al minimizar los riesgos, al ocultar la información a la población sobre índices de lindano en nuestras aguas, al incumplir el deber de exigir el pago de las indemnizaciones a la empresa contaminante, y al negarse –junto a la Confederación Hidrográfica– a dar una solución definitiva al problema, poniendo así en riesgo la salud pública de los ciudadanos a quienes deberían defender. ¿Para quién han estado trabajando todo este tiempo? Claro que va a resultar cara la solución, pero más caro nos saldrá volver a esconder la basura tóxica en un intento absurdo de retrasar el problema. ¡Basta de engañarse y de engañarnos!
Llevamos 25 años esperando un Gobierno que impulse un Plan de Descontaminación definitivo y riguroso, que impida las filtraciones, que garantice suministros de agua seguros y alternativos, que desarrolle planes de compensación para todos los municipios afectados por las pérdidas económicas, y aborde sin más demora la limpieza y descontaminación de los suelos de Sabiñánigo y del río Gállego, y todo ello con la máxima transparencia. ¡Venga! ¡A qué están esperando!