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Adú: No nos podemos permitir dejar de contar películas

Susana de Eusebio

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Hace una hora escasa he salido del cine de ver Adú. Verla, vivirla, sentirla y llorarla. He salido con un profundo sentimiento de tristeza. Y no sólo por lo que sufren a diario millones de africanos. Más tristeza me genera todavía que el mundo occidental sea capaz de vivir de espaldas a esas realidades. Me ha costado levantarme de la butaca.

Pero a la vez, ha ocurrido algo bonito, y también importante: 

Todavía estaba hecha polvo sentada en la butaca, aguantando las lágrimas, cuando un hombre que ya se había levantado y pasaba por mi lado, me ha preguntado si me encontraba bien. Supongo que entendía perfectamente lo que me pasaba. 

Lo que me gustaría trasmitir en este escrito es que hay movilizarse, mojarse, expresarse. Tenemos esa obligación moral. Por favor, que no nos sintamos solos, que no lo estamos, en el sentir ante las injusticias de la vida, en muchos casos generadas por hombres y mujeres. 

Gracias a quien pensara en hacer esta película. Gracias a ese compañero de sala de cine y de sentimientos. Gracias a ambos por expresarse.

Y voy más allá: junto a otras 60 personas, aproximadamente, trabajamos - que no cobramos- en una pequeña Asociación Agroecológica para la Inclusión Social. No doy el nombre completo que no es necesario. El objetivo de esta asociación es proporcionar empleo y formación en agricultura ecológica a personas en riesgo de exclusión social. No tenemos muchos medios económicos y sólo podemos contratar a 2 o 3 personas.

Precisamente hoy he gestionado para contratar a un Mena.

Aunque nos sentimos orgullos@s del resultado de nuestro esfuerzos, también sabemos que suponen una ínfima aportación a las inmensas necesidades que hay en nuestro entorno. No obstante, creo que - como decía anteriormente- hay que contarlo.

No nos podemos permitir dejar de contar películas, sentimientos, y actuaciones comprometidas.

Contar, contagia.

Hace una hora escasa he salido del cine de ver Adú. Verla, vivirla, sentirla y llorarla. He salido con un profundo sentimiento de tristeza. Y no sólo por lo que sufren a diario millones de africanos. Más tristeza me genera todavía que el mundo occidental sea capaz de vivir de espaldas a esas realidades. Me ha costado levantarme de la butaca.

Pero a la vez, ha ocurrido algo bonito, y también importante: