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Biden y los niños del Sáhara

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“Hola, Joe”. Así comienza la carta que niños y niñas de los campamentos de refugiados del Sáhara escribieron hace dos meses al nuevo presidente de EEUU. En ella le pedían que no hiciera “como el presidente que había antes” y dijera que el Sáhara no es de Marruecos, y acababan por invitarle a visitar los campamentos, sentarse en una jaima a charlar con sus abuelos y compartir con ellos un cuscús y los tres tés. 

Son niños que frecuentan las bibliotecas del Bubisher, una asociación de escritores y enseñantes saharauis y españoles que tratan de llevar libros, cultura y diversión, a los niños nacidos en el exilio de Tinduf.

Solo elDiario.es recogió la nota que distribuyó la agencia Europa Press cuando los niños escribieron a Biden. En el resto, silencio. Perdón por el tópico: silencio cómplice. Del olvido, de la condena a la no existencia, a pesar de que esos niños son ya la cuarta generación nacida en los campamentos. Hay ya más muertos en sus cementerios que vivos. Los niños también se acordaban en su carta de sus primos que viven bajo la opresión y la represión en el Sáhara ocupado por Marruecos, el Sáhara que ellos llaman “Sáhara kebir”, el “Sáhara grande”.

No ha habido respuesta, hasta hoy al menos, desde la Casa Blanca. Geopolítica manda. Pero ellos, nos dicen, aún confían. Y esperan.

Esos niños saharauis se han organizado para conseguir lo que la guerra (también silenciada) no consigue: volver a su tierra. Se han podido organizar porque cuentan con cuatro bibliotecas dirigidas por bibliotecarias saharauis que empezaron a ser creadas hace trece años para eso: para pensar, para poner la cultura en movimiento. Una idea, la de las bibliotecas, que también nació de la mente infantil y limpia de los niños de un colegio gallego, el San Narciso, de Marín, que durante un curso ahorraron dinero de su paga para mandar el primer bibliobús cargado de libros. Salió de los jardines de El Retiro apadrinado por muchos escritores, bibliotecarios y editores. Y de aquel primer bibliobús, al que llamaron Bubisher, porque ese es el nombre del pájaro de lleva las buenas noticias a las jaimas del desierto, nacieron bibliotecas. En ellas se lee, se juega, se hace teatro, se ve cine, se escriben cuentos y poesía. Como los libros El niño de luz de plata, Arena y Agua, Nómadas de acogida. Y la venta de esos libros en colegios españoles financia la construcción de nuevas bibliotecas públicas y escolares, el sueldo de las bibliotecarias, la compra de libros en árabe y español. Y esta iniciativa a favor de los niños del Sáhara es solo una más de las iniciativas solidarias de la sociedad civil española con el Sáhara, entre las que destaca Vacaciones en paz.

Niños, siempre niños. Saharauis o españoles, tomados de la mano por una causa única y múltiple: la cultura. “Mano con mano”, como cantan los pequeños saharauis. Los niños no son proyectos de hombres y mujeres, son hombres y mujeres todavía limpios. Ellos no se callan, aunque muchos adultos callen. Ellos no desesperan, aunque muchos adultos desesperen. Ellos no saben de intereses económicos como el banco pesquero o las minas de fosfatos, ni tampoco de los chantajes geopolíticos como Ceuta y Melilla, ni de la dosificación de migrantes ilegales y otros tráficos peores. Ellos solo saben que lo que leen y aprenden en las bibliotecas y las escuelas solo les será útil cuando Biden, o la ONU (nada que esperar ya de cualquier gobierno de España) dé luz verde al referéndum de autodeterminación al que les da derecho toda la legalidad internacional y puedan volver a su tierra para formar un país independiente y democrático.

Me dicen que hay ya niños españoles que se organizan para escribir también ellos una carta que le recuerde a Biden que sus amigos saharauis esperan su respuesta, que el cuscús y el té no valen nada fríos, que los abuelos tienen la mala costumbre de morirse, que no hay nada más humano que sentarse a la sombra y charlar.

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