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Esto no es una guerra y la metáfora ya no vale

Sara Garrido Díaz

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Dice el diccionario de la RAE que metáfora es la “aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión”. Por ejemplo, el Covid-19 es el enemigo, los sanitarios los soldados y todos juntos venceremos esta pandemia. En realidad, el Covid-19 es un virus, al que, en un día cualquiera e imaginándole una consciencia, lo único que le preocupa es quitar las malas hierbas de su jardín para que juegue su crianza (donde su jardín, valga la metáfora, son nuestros tejidos).

Los sanitarios son eso, sanitarios, sanadores en su significado estricto. Una profesión que no puede estar más alejada de la de un soldado. Mientras que el fundamento de un soldado es hacer la guerra y, por tanto, causar el mayor daño posible al enemigo atentado contra la vida, el de un sanitario es la de hacer todo lo que esté en su mano para preservar la vida de todos. Y las enfermedades se pasan (o no) pero no se las vence en combates de taekwondo.

Es una condición de la metáfora que facilite la comprensión y aquí hemos pinchado en hueso. Porque más que facilitar la comprensión de esta experiencia a la que nos está forzando el coronavirus, se ha adueñado tanto del significado literal de lo bélico que otra conceptualización no parece posible. Llenando discursos políticos y periodísticos de una violencia que no existe más que en la palabra. Porque dice la RAE que 'violenta' es una persona que se deja llevar por la ira, y que “implica el uso de la fuerza, física o moral” y, hasta ahora, la ciencia no ha logrado demostrar que ni virus ni bacterias tengan el tipo de consciencia que requiere el desarrollo de la mala uva tan característica del ser humano; o que teniéndola esté atrofiada como la de un psicópata.

Seguro que a alguien allá, al otro lado de este escrito, ya le rechinan los dientes diciendo que los soldados también desempeñan labores humanitarias y que una enfermedad se vence. Pero no aceptamos pulpo como animal de compañía, no. Una metáfora de guerra que entiende el término soldado como ayuda humanitaria no utiliza el verbo “vencer” sino, quizá, “ayudar”. También me aventuro a decir que el quiera hacer una metáfora sobre un objeto o concepto que implique ayudar al prójimo o contribuir a su bienestar y salud, y lo primero que le venga a la mente sea la imagen de un uniformado con armas de fuego, debería replantearse su concepto de bienestar o de salud. Esto no es una guerra, y la metáfora ya no vale.

Estamos atravesando una crisis impuesta, por la naturaleza o, en honor a los amantes de la conspiración añadiré también, por la villanía humana trabajando en la sombra. Igual me da, porque lo único que podemos hacer es navegar la tormenta lo mejor que podamos y, en este caso, requiere compasión, empatía, consideraciones colectivas, abandono de actitudes individualistas, resolución de conflictos y cuidados, muchos cuidados. Por eso una metáfora sobre la guerra no tiene ningún sentido, aunque resuene como correcta en la gran parte del público. Pero lo que suena familiar, no es necesariamente ni lo más adecuado ni lo más útil ni correcto.

Es razonable que los ciudadanos de a pie, de al menos dos generaciones, aceptemos la incoherencia de utilizar términos bélicos en medicina como algo congruente. Al fin y al cabo, nos criamos viendo leucocitos vestidos de policías con porras arreándole bien fuerte a virus feos y malvados en la serie 'Érase una vez la vida'. Lo que no es razonable es que hayan pasado treinta años y sigamos sin cuestionar esto, porque no hay nada más antagónico que la ciencia que se dedica a preservar y mejorar la vida sea descrita en términos de destrucción.

En una vertiente que cuanto menos asusta por la rigidez de su imposición, Sebastián Medina, de la Escuela de Salud Pública en la Universidad de Chile, señala que la metáfora bélica en el campo de la biomedicina es un paralelismo de “cuerpo” con “estado” que promueve un sistema capitalista, patriarcal y colonial. Esto es, nuestro cuerpo ya no es nuestro cuerpo, sino una frontera del estado figurativa, imbuida de un discurso político que refuerza el actual sistema como única posibilidad de una economía y sociedad viable. Aunque fuese sólo por el afán de mantener libertad de pensamiento, la metáfora ya es muy cuestionable a partir de este punto.

Por otro lado, en un artículo publicado en el 2016 en The American Journal of Bioethics (Revista Americana de Bioética), un equipo de investigadores de la Universidad de Carolina del Norte se hacía las siguientes preguntas: “¿Por qué el lenguaje de la medicina –ciencia y arte de la sanación– se ha vuelto tan violento? ¿Son las metáforas militares realmente necesarias o tienen justificación ética?” El artículo recoge las respuestas de varios investigadores de biomedicina a un artículo anterior por los mismos investigadores titulado Healing Without Waging War: Beyond Militaristic Metaphors in Medicine and HIV Cure Research (Sanado sin hacer la guerra: más allá de las metáforas militares en medicina y en la investigación para la cura de VIH), en el que se alcanzaban varios puntos de consenso: 1) que las metáforas juegan un papel esencial en el pensamiento y la acción humana y, por lo tanto, hay que someter a escrutinio aquellas que se refieren a la medicina, 2) que las metáforas bélicas son más dañinas en unos campos de la medicina que en otros, 3) que las metáforas usadas en la medicina deben, sobretodo, resaltar las cualidades de sanación, cuidados y dimensión humana del sistema de salud.

Por lo tanto, en lo relativo a esta guerra viral que no es guerra sino una maratón muy dura de cuidados y avances científicos con una finalidad concreta (facilitar el tratamiento y prevención de la enfermedad provocada por el coronavirus), deberíamos abandonar el símil, que ya no metáfora, y poner el foco en las soluciones reales que, precisamente, ensalzan las dimensiones humanas de la medicina: el cuidado, la dedicación, la empatía, la compasión y, por supuesto, la dureza de tomar decisiones muy difíciles. Que aunque sean comparadas con aquellas de tiempos de guerra creyéndolas exclusivas de la misma, no dejan de ser decisiones que están también presentes en tiempos de paz, puesto que la condición humana nunca ha sido la de vivir libre de crisis y hasta la vida más pacífica nunca está libre de conflicto (no bélico).

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