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El viejo Bribón
Que revolotea y zumba por ver de ser tenido más en cuenta, a fuer de que los cortesanos de turno, voz y aliento inasequible, apremien el aprecio puesto en almoneda, tanto por tanto, por quien fue el gran “rey campechano”, salvador de las esencias democráticas“, repiten, y tal y tal, muy a tenor de haberle dado licencia al gran ”patrón“, machote alfa, primus inter pares, para haberse montado una barraca real de licenciosas actividades, para satisfacer, sin duda, su campechanía, en tiempos pretéritos de nostalgia irrepetible, a cuenta de su inviolabilidad firmada y suscrita por ley.
Como para verse ahora como se ve, ¡en su propio país!, frente a “la sangre de su sangre”, su hijo, el actual rey en el trono, el rey “muy formado”, soso y sibilante, por hacerse querer, haciéndose el sordo y el huero frente a su padre, “el inviolable”, venido a menos, habiéndose visto obligado, dentro de la tradición borbónica más acendrada, a fijar su residencia allende las fronteras, lejos del propio país en el que reinó.
A pesar de que se le aprecie mucho más fuera que dentro, también lo repiten a menudo. Invitado de honor para las exequias de la extinta reina Isabel de Inglaterra, prima o así, así como para acompañar en el entierro a su cuñado, “el Constantino”, también pasado a mejor vida, el rey, ex rey mejor dicho, que lo fue de Grecia, a la vez que es muy bien tratado, el “campechano”, con honores de exjefe de Estado, por el mismo Macron, el emperadorcito francés, como ahora mismo que va a ser recibido e invitado, de nuevo, a comer por el inminente coronado real, Carlos III del Reino Unido, sin dejar de insistir en el trato excepcional, de cariño y preeminencia, en la corte de Dubai, junto a también, primos suyos, a orillas de las arenas del desierto, tan medievales. Con sus ponderadores en casa, con Carlos Herrera al frente, desde la misma COPE, ensalzando la figura del hombrón “maltratado” por los rojos y demás ralea, propios y nacionales, mientras el “viejo bribón” lame sus heridas en el exilio dorado, motu proprio.
Y ahora va, en la primavera que “la sangre altera”, y que va y que dice “el viejo bribón” que quiere venir a Sanxenxo, “a entrenarse”, con sus amigos más dilectos, a la población costera y gallega, a regatear, porque tiene mucha ilusión en participar en el Campeonato de vela del próximo verano, junto a la isla de Wigth.
Y ya está montado el lío, el bucle o la fantasmada con peligro de escapárseles otra vez de entre los dedos a tanto súbdito encargado de ponérselo facilito a sus “amos y señores” respectivos. Ahora que, de nuevo, regresa el “viejo bribón” a dejarse fotografiar, cojitranco, exultante aunque menos, viejo y carcomido, por mucho que se le disimule, aunque solo pretenda venir a “entrenar”, por ver si se hace querer de nuevo, siquiera por su hijo y nuera, y pueda fijar su residencia realísima y privilegiada en solar patrio, porque sería un papelón que el “viejo bribón” fuera a morirse lejos de su amado país y le tuvieran que traer, de cuerpo presente, al pudridero regio en El Escorial. Después de tanto desvelo y sacrificio egregios, el inviolable mendigando un poco de reconocimiento de la Casa Real que fue la suya.
Que revolotea y zumba por ver de ser tenido más en cuenta, a fuer de que los cortesanos de turno, voz y aliento inasequible, apremien el aprecio puesto en almoneda, tanto por tanto, por quien fue el gran “rey campechano”, salvador de las esencias democráticas“, repiten, y tal y tal, muy a tenor de haberle dado licencia al gran ”patrón“, machote alfa, primus inter pares, para haberse montado una barraca real de licenciosas actividades, para satisfacer, sin duda, su campechanía, en tiempos pretéritos de nostalgia irrepetible, a cuenta de su inviolabilidad firmada y suscrita por ley.
Como para verse ahora como se ve, ¡en su propio país!, frente a “la sangre de su sangre”, su hijo, el actual rey en el trono, el rey “muy formado”, soso y sibilante, por hacerse querer, haciéndose el sordo y el huero frente a su padre, “el inviolable”, venido a menos, habiéndose visto obligado, dentro de la tradición borbónica más acendrada, a fijar su residencia allende las fronteras, lejos del propio país en el que reinó.