Quizá ningún libro haya levantado tanta expectación antes de publicarse como “Qué hacer con España” de César Molinas. Su aplicación de la teoría de las élites extractivas de Acemoglu y Robinson cae como semillas sobre terreno abonado. Cuando la situación económica y política de nuestro país está más deteriorada que nunca, se nos ofrece una única explicación sencilla a una gran cantidad de problemas complejos: Es culpa de la casta política. ¡Qué más se puede pedir! Sin embargo aquí no quiero valorar esta teoría sino discutir una de las recetas que Molinas trata recurrentemente; cambiar el sistema electoral. Aunque su propuesta de máximos es un sistema mayoritario uninominal como el de Reino Unido o Estados Unidos, se declara dispuesto a hacer una concesión “a los grupos minoritarios” dejando algunos escaños a repartir de manera proporcional. Eso sí, siempre que casi todos los diputados se elijan en distritos uninominales. Para César Molinas lo crucial es la cercanía representante-representado y que esto suponga un revulsivo en la selección interna en los partidos.
Creo que merece la pena empezar recordando que los sistemas electorales son instituciones redistributivas, es decir, que no son neutrales y que siempre benefician a unos partidos en detrimento a otros. Todos los sistemas electorales del mundo tienen cierta desproporcionalidad y funcionan en parte como el Sheriff de Nottingham, robando a los (partidos) pobres para dárselo a los (partidos) ricos. La discusión estriba en saber qué grado es el tolerable y qué implicaciones políticas tiene. Cuanta más proporcionalidad haya, más probable que exista multipartidismo y gobiernos en coalición, con todo lo que supone de negociación entre elites, posible inestabilidad o dispersión de responsabilidades políticas entre sus miembros. Por otra parte cuanto más mayoritarismo, más gobiernos de un solo partido y menor pluralidad política, pero también mayor facilidad a la hora de identificar al culpable de una mala gestión y echarlo del gobierno. Hay que asumir que ninguna opción está exenta de costes.
La propuesta de máximos de Molinas paga un alto peaje en proporcionalidad. Con unos distritos uninominales de tamaño inferior a la provincia el resultado es el refuerzo de las dos opciones más votadas; la mayoría simple gana el diputado pero todos los demás votos se pierden. Sin embargo, en nuestro caso no favorecería la creación de un sistema bipartidista ya que las parejas de baile cambian según el territorio. En agregado el resultado sería un Congreso con unos 6 partidos: PP, PSOE, CiU, PNV, Amaiur y CC. E incluso aunque se añadiera este distrito superpuesto proporcional, la mayoría de los escaños seguiría yendo para los seis mencionados. Por lo tanto, los partidos damnificados por el presente sistema seguirían estándolo en igual o mayor proporción. Aun así, según esta propuesta la proporcionalidad supone un sacrificio menor en favor de una mayor cercanía con los diputados de tu distrito. Es cierto que las listas cerradas y bloqueadas no favorecen esta relación elector-representante directa pero la pregunta es… ¿Merece la pena cambiar a un sistema mayoritario?
Si uno espera que con ese cambio la disciplina de los partidos se resquebraje, la verdad es que su gozo irá por barrios. Pese a que en EEUU los congresistas y senadores no siempre se alinean con los suyos, en Reino Unido los diputados terminan votando casi el 99% de las ocasiones con su partido. Esto es lógico ya que en Reino Unido el gobierno depende de la mayoría parlamentaria para sobrevivir pero en EEUU la elección a presidente es directa e independiente de las cámaras. Sin embargo, el precio de la reforma puede ser demasiado alto. Por una parte, el diseño de los distritos se presta mucho al gerrymandering, la manipulación de los límites territoriales para obtener mayorías afines. Pero por la otra, el riesgo del clientelismo no es menor. La compra de voluntades fue la práctica habitual durante regímenes pasados (¿Y presentes?) en España, con lo que se puede acabar reforzando el caciquismo local. Eso también es cercanía entre representante y representado.
Por supuesto el cambio en el sistema también afectaría a cómo se gobierna en España. Hay muchas quejas por que hay un aeropuerto en cada provincia y parece que en tiempos de la burbuja se ha tirado el gasto en infraestructuras por lo alto. Pues bien, los sistemas mayoritarios como el de Molinas tienden a favorecer lo que llamamos pork-barrel, con lo que la reforma puede ser echar más gasolina al fuego. Si los diputados dependen solo de sus electores y no tienen que preocuparse por el gasto que se haga en otros distritos, lo normal será que pugnen por satisfacer las necesidades de sus circunscripciones al margen del interés general. Como han señalado bastantes autores, los sistemas proporcionales suelen asociarse con más gasto público en servicios sociales mientras que los sistemas mayoritarios lo hacen con gasto en infraestructuras, un gasto que los votantes puedan ver y tocar ¿Les suena recortes en educación y una plaza de toros en cada pueblo? Un sistema mayoritario podría reforzar esta dinámica.
Pero César Molinas se guarda una bala en la recámara; la del modelo mixto. Estos sistemas se basan en dos papeletas, una a una lista cerrada y otra a diputado uninominal, y tratan de combinar lo mejor de ambos mundos. La segunda opción que nos ofrece Molinas es el conocido como mixto paralelo; los distritos uninominales y proporcionales se contabilizan por separado (no es como el sistema alemán, en el que se compensan). Este sistema es el que tienen en Rusia, Armenia o Corea del Sur. Ahora, quizá lo más llamativo de su propuesta es que, aunque no sé si lo sabe, su sistema es justamente el que se establecieron en varios países tras el colapso de sus regímenes políticos. En el Japón de los noventa se estableció un sistema mixto paralelo ante la corrupción generalizada de su principal partido, el Liberal Democrático. Un sistema electoral parecido fue el que se implantó en Italia tras la descomposición de los partidos de la tangentopoli, también en la misma década. Y lo curioso es que el LDP volvió a ganar en Japón y en Italia… Ya nos sabemos la historia. Aunque no exista el determinismo histórico, la experiencia comparada nos brinda una seria advertencia de lo que puede implicar fiarlo a una reforma electoral.
Sé que hay la urgencia de buscar, ante problemas complejos, soluciones sencillas. Un problema institucional complejo lo simplificamos en una élite extractiva. ¿Una piedra filosofal para arreglarlo? El sistema electoral. No cabe duda de que nuestro sistema está sesgado para perjudicar a los partidos estatales con los votos dispersos (por culpa del bajo número de escaños que se elige en el 60% de las provincias, no d´Hondt). Sin embargo, es importante recordar que una reforma electoral nunca será neutral y que llevaría a aparejada unas consecuencias políticas. Si la reforma quiere abordarse el debate tiene que versar sobre estas implicaciones, con un análisis serio y riguroso. Si no hacemos eso corremos el riesgo de aplicar medidas que tengan consecuencias inesperadas y causemos problemas aún mayores. Los países fallidos están empedrados de buenas intenciones y tal como están las cosas, explicaciones y remedios sencillos es algo que no nos podemos permitir.