Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
En octubre de 2018, escribí un artículo para Piedras de Papel argumentando que en España había un espacio político que un partido de derecha radical como Vox podría movilizar. En el post pronostiqué que Murcia, Aragón y Baleares serían las CCAA con más probabilidades de aupar a Vox el año que viene ya que tienen más votantes de derechas, conservadores y antiinmigrantes.
Efectivamente, el auge de Vox llegó, pero antes de los esperado y en Andalucía, que por varias razones parece haber sido tierra más fértil de lo que pensaba para el partido de derecha radical. Tras 36 años de gobierno socialista, las bases tradicionales del PSOE estaban severamente desmovilizadas. La crisis catalana ha causado una reacción particularmente fuerte entre los votantes de derechas en CCAA periféricas más pobres y sin movimientos regionalistas viables, como Andalucía. Desde que Pedro Sánchez fue elegido presidente del gobierno, la inmigración se ha convertido en un tema más contencioso y ha motivado a votantes de Vox en Andalucía. Sin embargo, el factor más crucial para la movilización de Vox ha sido la incapacidad del PP de captar a estos votantes: en diciembre de 2018, 400.000 andaluces se sintieron más cercanos a Vox que a Juan Manuel Moreno, el candidato del PP.
Por tanto, el mito de que España es diferente a otros países europeos porque el franquismo nos vacunó contra las ideologías reaccionarias ha caído. Ahora contemplamos la llegada de Vox como el quinto partido en España.
Y cuando un partido de derecha radical aparece en un país europeo hay dos preguntas que la clase tertuliana se hace. ¿Cómo deberíamos clasificar a Vox? ¿Y cómo deberíamos reaccionar a su llegada?
¿Qué es Vox?
Los analistas políticos (y políticos) han utilizado muchos términos a la ahora de categorizar a Vox: ultraderecha, extrema derecha, fascista, radical, populista, nacionalista, racista, antiinmigrante y antifeminista. Antes de atribuir todos estos adjetivos al partido emergente, es importante definir qué queremos decir con estos términos, y así ver si se adecuan a Vox. Una clasificación política debe servir una función diferenciadora y fiduciaria: que diferencie lo que se quiere describir con todo lo demás y que aquello que se describa se identifique con la calificación. Por eso propongo las siguientes definiciones para facilitar la categorización de Vox:
Extremismo: El extremismo se caracteriza por el rechazo a los elementos básicos de la democracia como las elecciones y la libertad de expresión, además de tolerar e incluso fomentar la violencia política y extrajudicial.
Radicalismo (o ultra–): El radicalismo promueve ideas políticas fuera de los márgenes acostumbrados de la sociedad. A diferencia del extremismo, ser radical depende del contexto en el que uno se encuentra (por ejemplo, las elecciones libres y el sufragio universal fueron ideas radicales en su momento, pero hoy en día no). Por eso, podemos hablar de radicalismo de centro, de derechas o de izquierdas, siempre y cuando promuevan políticas fuera de lo común.
Populismo: El populismo es una retórica política que considera que una elite política, económica y/o cultural se comporta de manera egoísta e interesada, socavando la democracia y subvirtiendo la voluntad del pueblo.
Nacionalismo: El nacionalismo es la exaltación de los intereses nacionales sobre la de otros países y la idea de que el estado debe ponerse al servicio de estos intereses. El nacionalismo étnico y el nacionalismo cívico se diferencian en su manera de concebir la nación: la primera se centra en la etnia y la segunda se basa en valores cívicos (normalmente el racionalismo y el liberalismo).
Fascismo: El fascismo es una ideología totalitaria que une el extremismo y el nacionalismo étnico.
Antiinmigración: Las políticas anti-inmigratorias son aquellas cuyo objetivo es reducir los niveles de inmigración de un país y limitar los derechos de los inmigrantes (derechos cívicos, servicios sociales, etc.).
Racismo: Doctrinas basadas en la exacerbación de las diferencias raciales que motivan la discriminación y persecución de personas por su raza.
Antifeminismo: El rechazo a la proposición de que los hombres y las mujeres deberían tener los mismos derechos. Dado que el feminismo tiene subdivisiones, esto puede conllevar a que grupos con interpretaciones diferentes se califiquen como antifeministas entre sí, a pesar de estar de acuerdo en la doctrina básica de igualdad entre los sexos. El feminismo liberal se centra en promover la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, mientras que el feminismo de género tiene como objetivo acabar con construcciones sociales de género (el patriarcado) y promover la igualdad de resultados entre hombres y mujeres. Por eso, el antifeminismo debe referirse a aquellos que rechazan la base de igualdad entre hombres y mujeres.
Según estos criterios, y habiendo leído su manifiesto fundacional y su programa electoral, creo que Vox cualifica como un partido de derecha radical, populista, nacionalista y antiinmigrante, pero no extremista, fascista, racista o antifeminista.
Efectivamente, las propuestas de Vox están a la derecha del consenso político en España, su retórica agrupa y critica a las élites del país, y su programa electoral exalta los intereses de España, enfatiza la soberanía nacional y propone medidas para reducir la inmigración y limitar los derechos de los inmigrantes. Mientras tanto, el partido (al menos a puertas abiertas) no rechaza los elementos básicos de la democracia, y sus representantes dicen estar en contra del racismo y a favor de la igualdad entre hombres y mujeres.
Entiendo que estas definiciones puedan carecer de consenso, o que haya gente que esté de acuerdo con ellas, pero crean que en realidad Vox sí que cualifica como un partido extremista, fascista, racista y antifeminista. Esta crítica es válida y a continuación, en el caso de que aceptásemos la peor interpretación posible sobre qué es Vox, analizo qué estrategias serían las más adecuadas.
Y ahora, ¿qué hacer?
Muchos españoles piensan que Vox es un peligro para la democracia y las libertades más básicas, por lo que debemos encender la “alerta antifascista”. Esta parte de la población está debatiendo intensamente sobre cómo hay que reaccionar a la llegada de Vox. Por eso, querría analizar sus objetivos y las medidas que tienen a su disposición (en teoría). Pero primero debemos saber qué objetivo tenemos a la hora de tratar con la derecha radical. Hay tres metas distintas que suelen concernir a los más críticos a partidos como Vox:
Que los partidos de derecha radical o derecha extrema no existan.
Evitar que lleguen jamás al poder, ya sea con mayoría absoluta o con una coalición “contaminada”.
Minimizar sus oportunidades de influir en la política a largo plazo.
Estos tres objetivos, a pesar de ser parecidos, pueden requerir análisis y medidas muy diferentes. A su vez, hay tres medidas que se pueden tomar en reacción a la llegada de Vox:
Prohibición: pasar una ley que prohíba a partidos políticos con sus características y/o perseguir judicialmente sus actividades para hacerles inviables.
Cordón sanitario: que el resto de los partidos políticos acuerden nunca formar coaliciones con ellos ni depender de su apoyo.
Normalización: esto conlleva tratar a Vox básicamente como un partido más, manteniendo distancias ideológicas, pero alcanzando pactos y coaliciones como vean oportuno los demás partidos.
Primero, lo más simple: si los partidos de derecha radical como Vox son tan peligrosos para la democracia y la paz que no podemos permitirnos ni que existan, entonces sería lógico prohibirlos sin tapujos. Sin embargo, esta estrategia tiene dos problemas fundamentales. Para empezar, prohibir a un partido es una medida claramente antidemocrática que atenta contra el pluralismo político, especialmente si se trata de un partido que expresa su compromiso con la democracia y el estado de derecho. En segundo lugar, prohibir a un partido no es garantía de que deje de existir como movimiento político, y el estado podría acabar atrapado una partida de “aplasta un topo” con diversas formaciones mientras la derecha radical apela al agravio de sus bases clandestinamente.
En segundo lugar, si el objetivo es evitar que Vox gane nunca una mayoría absoluta y que ningún gobierno dependa de su apoyo, entonces la medida adecuada dependerá de si hay riesgo o no de que Vox alcance una mayoría absoluta en unas elecciones. Si una mayoría absoluta de Vox fuera inminente, esto requeriría la prohibición del partido. Pero mientras no sea así, el cordón sanitario sería la mejor opción porque mantendría intacto el pluralismo democrático en España y evitaría que ningún gobierno esté “contaminado”. El único problema aquí es que el cordón sanitario puede forzar a que demasiados partidos formen coalición y conviertan así a la derecha radical en la única verdadera oposición del gobierno, lo cual atraería a más votantes descontentos.
En tercer lugar, tenemos el dilema más interesante y complejo basado en el objetivo más razonable: minimizar la influencia de Vox a largo plazo. Para ello, ¿sería mejor normalizarles o establecer el cordón sanitario? Aquí es cuando las experiencias de otros países europeos son útiles. En los últimos años, ha habido siete casos de “Coaliciones Sanitarias” en seis países de Europa donde partidos más centristas se han negado a formar coaliciones con la derecha radical y ocho casos de “Coaliciones Contaminadas” en seis países. Las siguientes tablas muestran la composición de estas coaliciones por país (los partidos de derecha radical están señalados con un asterisco).
Si comparamos la popularidad de los partidos ultraderechistas en países con coaliciones sanitarias y en países con coaliciones contaminadas, podemos estimar el efecto que estas medidas tienen sobre su rendimiento electoral. Los siguientes gráficos muestran la posición de los partidos de derecha radical en las encuestas y el nivel de crecimiento después de que se formasen estas coaliciones (los datos son de 4.375 encuestas públicas subidas a Wikipedia).
Como podemos observar, las coaliciones sanitarias de los Países Bajos, Austria, Italia, Suecia y Alemania no han sido efectivas a la hora de mitigar el ascenso de partidos ultraderechistas. En comparación, estos partidos se estancaron en la mayoría de los países que tienen coaliciones contaminadas como Noruega, Grecia, Finlandia, Dinamarca y Austria. Esto sugiere que la estrategia de normalización es más efectiva a la hora de minimizar el crecimiento de partidos como Vox.
Sin embargo, esta conclusión no es totalmente sólida ya que hay pocos casos en este análisis y podríamos controlar por ciertas variables sociológicas. Además, hay un par de excepciones notables a la tendencia. En Italia, tras la coalición populista del Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la Liga Norte (LN) la formación de derecha radical se ha disparado en las encuestas. Creo que esto se debe a que los italianos perciben a Matteo Salvini (líder de la LN) como la voz cantante en la coalición, mientras que la transversalidad del M5S les hace parecer indecisos a la hora de gobernar.
La otra excepción es el caso de Finlandia, donde los Verdaderos Finlandeses (PS) acabaron perdiendo 1.4 puntos entre las elecciones de 2011 y 2015 cuando había una coalición sanitaria. Aun así, también es importante destacar que cuando el PS se unió a la coalición del Partido del Centro en 2015 cayeron 10 puntos en las encuestas y no se han recuperado todavía.
Basado en estas observaciones, creo que en casos como el de Andalucía tras las elecciones autonómicas de 2018 es mejor permitir que se formen coaliciones con partidos como Vox porque les obliga a pactar y ceder en sus posiciones y demuestra a sus votantes que la política no se divide entre asépticos y apestados. Si empezamos a ver la política española como una contención entre partidos aceptables y uno inaceptable, aumentará la probabilidad de que los temas que dividen a la sociedad se repartan equitativamente entre estos dos bandos. También es cierto, como muchos alertarán, que la tolerancia a los partidos radicales fue uno de los factores que facilitó el auge del nazismo en Alemania. Por eso creo que ahora más que nunca es importante saber cómo diferenciar entre extremistas y radicales, porque quizá hay que tratarles de manera diferente si queremos sortear la deriva nacionalista que sacude a Europa hoy en día.
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