¿Qué es lo que le ocurre a una sociedad en la que la gente joven, su potencial, deja de imaginar un horizonte de futuro próspero? ¿Qué sucede cuando una generación de jóvenes deja de desear o de fantasear con su futuro porque sabe que todas las posibilidades le están vetadas? ¿Qué consecuencias tiene para un país el hecho de que su juventud interiorice la idea de que ya no es posible soñar con ser periodista, o diplomático o profesor, porque el acceso a esas ocupaciones aparece sencillamente como imposible?
Según estima Martha Nussbaum, la filósofa premiada con el Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales del pasado año, la imaginación es una de las capacidades básicas con las que se debería medir el grado de desarrollo humano de las sociedades. Según esto, el crecimiento medido por el PIB no es suficiente para evaluar la calidad de vida de un país porque eso no consigue captar lo que la gente está luchando por conseguir. Por esta razón nos podemos aventurar a afirmar que aquellos deseos que están o no están en el imaginario colectivo de los jóvenes en el presente, pueden anticiparnos un estado social futuro, esto es, lo que comprenderá la manera de ser de una sociedad en relación a su desarrollo humano.
Sin lugar a dudas, el paro y la precariedad laboral perturban profundamente a quien lo sufre. Pero cuando el fenómeno afecta a la juventud, la situación se agrava, porque el problema entonces tiene que ver con la desaparición de la visión del porvenir. Ese que sólo pueden escribir los jóvenes con su capacidad para proyectarse en el futuro. Es eso mismo, la capacidad para proyectarse en el futuro, lo que constituye la condición de todos los comportamientos racionales, aunque el cálculo de los comportamientos racionales también esté hecho de la materia de los sueños.
El paro juvenil hace ver la democracia actual como la culminación de un conjunto de promesas incumplidas, entre las cuales, la de aquella que dice que si estudias y te esfuerzas podrás llegar a ser lo que siempre has soñado. En ese sentido puede haber algo más profundo que esté alimentando la desafección juvenil; la brecha creada entre las expectativas sociales surgidas con la democracia y las posibilidades reales de cumplir esas expectativas.
Probablemente las generaciones de la transición tenían muchas dificultades para cumplir sus sueños, para llegar a ser lo que habían imaginado de pequeños, como ejercer el periodismo o aventurarse a la carrera diplomática. Sin embargo, había más gente que imaginaba esa posibilidad y que luchaba por ello. Esa era una dimensión de la igualdad democrática; más allá de un estado de cosas real, la gente se percibía como igual porque podía evolucionar, cambiar, moverse, imaginar que hacía todas esas cosas o que podía hacerlas.
Lo que muchos políticos pierden de vista es que en toda sociedad existe una estructura de deseos. Y que esa estructura de deseos puede ser lo suficientemente poderosa como para fomentar una movilidad social a partir de algo tan aparentemente innocuo como lo es la imaginación. Pero si no hay imaginación, no hay aspiración. No se lucha por lo que se desea, de manera que es posible que la vida social y democrática de un país termine completamente encallada.
Esta situación puede provocar que las personas sólo interioricen un destino probable en el sentido estadístico del término. Qué solo sean capaces de anticipar aquello que puede ocurrirles, y que por tanto eviten las grandes ambiciones tanto como las decepciones que pudieran ser insuperables. Esto sucede porque los deseos se limitan dentro de los límites sociales impuestos y pueden conllevar la renuncia a plantearse grandes metas si, a priori, sólo se contemplan los obstáculos que pueden ser a todas luces imposibles de vencer. Por eso Tocqueville pensaba que la democracia es también materia de deseo. Quizás por eso, para el mismo Shakespeare los hombres estábamos hechos también de la materia de los sueños. Pero si no hay sueños, no hay esperanza. Y la esperanza en el futuro es la condición necesaria para rebelarse contra el presente. Para transformar el presente en relación con un futuro proyectado. Para concebir la ambición de cambiar el presente en función de un futuro que se desea. La pregunta es, ¿a qué clase de vivencia de juventud se está condenando a estas generaciones si no se les brinda la oportunidad de fantasear con sus vidas? ¿Qué tipo de sociedad estamos creando y de dónde procede la alimentación de esta lógica?
Es muy probable que el telón de fondo sobre el que se van asentando estas posibilidades tenga que ver con una serie de medidas y recortes educativos basados en la idea de que invertir en enseñanza no mejora el rendimiento escolar, tal y como señala el ministro Wert. También con un ataque sistemático a las áreas de conocimiento del ámbito de las humanidades. Con ello, nuestro ministro parece olvidar la pregunta del matemático y filósofo Bertrand Russell ¿Es el hombre lo que le parece a un astrónomo, o puede serlo también lo que nos descubre Shakespeare en Hamlet? Un texto de Dickens puede ofrecer una narrativa que facilita entender qué es una situación de injusticia mucho mejor de lo que podría hacerlo un texto de Marx, como afirma Nussbaum. Por eso para la autora, las artes y las humanidades desempeñan una función central en la historia de la democracia. Por eso mismo, en la defensa que Nussbaum erige sobre las humanidades, nos advierte sobre la existencia de una “crisis silenciosa” paralela a una crisis económica que desde su mirada cortoplacista y “sedienta de ingresos” decide desechar otras aptitudes y capacidades. Por ejemplo, la anulación del derecho a construir fantasías a pesar de que éstas no se ajusten perfectamente a tus posibilidades.
Con todo ello, habríamos entrado en un nuevo estado que va más allá de ese plan de austeridad que ha teñido el juego político con la lógica de transformar ciertas tendencias económicas en destino. No estamos en el momento de la toma de conciencia de que la democracia ya no satisface nuestras expectativas. Más allá de eso, hemos avanzado en una dirección que consiste en la estrategia de limitar el deseo. Y una de las consecuencias de esto es que muchos jóvenes renuncian ya a plantearse grandes metas porque a la postre, se encontrarán con obstáculos imposibles de vencer. Una sociedad sin jóvenes ambiciosos en la que sólo es posible interiorizar un único destino, es una sociedad que podría tender a la mediocridad y a la contención, y quizás ser más suceptible de hacerse dócil y conservadora.
El reto actual no consiste ya tanto en analizar las causas, como las consecuencias de esta austeridad, y en concreto, la de sus efectos sobre un sector de la población que encierra la paradoja de ser la más vulnerable y poderosa a la vez; la juventud. Una generación que afortunadamente hasta el momento ha demostrado una capacidad asombrosa para reinventarse y tomar el espacio colectivo. Una generación que desea tener una voz sobre su propia vida. Habrá que reconocerles el mérito de haber alcanzado esos logros por si solos.
¿Qué es lo que le ocurre a una sociedad en la que la gente joven, su potencial, deja de imaginar un horizonte de futuro próspero? ¿Qué sucede cuando una generación de jóvenes deja de desear o de fantasear con su futuro porque sabe que todas las posibilidades le están vetadas? ¿Qué consecuencias tiene para un país el hecho de que su juventud interiorice la idea de que ya no es posible soñar con ser periodista, o diplomático o profesor, porque el acceso a esas ocupaciones aparece sencillamente como imposible?
Según estima Martha Nussbaum, la filósofa premiada con el Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales del pasado año, la imaginación es una de las capacidades básicas con las que se debería medir el grado de desarrollo humano de las sociedades. Según esto, el crecimiento medido por el PIB no es suficiente para evaluar la calidad de vida de un país porque eso no consigue captar lo que la gente está luchando por conseguir. Por esta razón nos podemos aventurar a afirmar que aquellos deseos que están o no están en el imaginario colectivo de los jóvenes en el presente, pueden anticiparnos un estado social futuro, esto es, lo que comprenderá la manera de ser de una sociedad en relación a su desarrollo humano.