We shall overcome ... some decade.
Nos encontramos ahora mismo insertados en dos “grandes”: la Gran Recesión y la Gran Divergencia. Donde la combinación de “crisis+austeridad+contrarreformas estructurales” ha cambiado profundamente el panorama. La injusticia y perversidad de la situación actual -que debería ser la base justificativa para impulsar una agenda de cambio profundo- es precisamente lo que dificulta su factibilidad.
Algunos autores hablan de un estancamiento secular. La proyección optimista para los próximos años es de un ligero crecimiento económico, previsiblemente ínfimo si añadimos la consideración de la tendencia decreciente de los incrementos de PIB de las últimas décadas en los países de nuestro entorno. Además, parece claro que no conllevará una creación significativa de empleo. Y es posible también entrar en un escenario de deflación. La ausencia de perspectiva de concreción de un modelo productivo y de crecimiento para nuestro país que no sea deuda-burbuja inducido lleva a pensar que se mantendrán niveles altos de paro ( 20-25 % ) -en algunos colectivos cronificado-, que se profundizará la precarización, y que la devaluación interna vía salarios será la única estrategia gubernamental a impulsar. La presión a la baja que ejerce el “ejército de reserva” (de parados y sub-ocupados) hace el resto para ir degradando condiciones laborales y salariales e impedir segundas oportunidades para los que ya se han hundido.
Estamos atrapados hace ya tiempo en la camisa de fuerza (golden straitjacket) del trilema de Rodrik. El desajuste entre el área política democrática y el área económica con la incapacidad democrática de los estados para regular y controlar el capitalismo globalizado y financiarizado (que al menos sería modulable desde una soberanía popular de ámbito europeo). Es la actual imposibilidad para responder desde los estados-nación y fijar a escala continental (parece imposible a nivel global) unos estándares sociales, fiscales, ambientales y laborales que eviten el dumping y la continua presión competitiva a la baja.
Se le añade a este hecho que en la eurozona el área monetaria no se corresponde con la política y la fiscal y por lo tanto no se puede minimizar la especificidad añadida de la crisis en la zona euro. Si no se avanza hacia una UE/eurozona de tipo federal, los sufrimientos, desajustes y posibilidades de volver a sufrir shocks asimétricos tienen asegurada su continuidad y repetición. Este avance necesario, sin embargo, no parece que vaya a ser de un día para otro.
Estos dos elementos (la “camisa de fuerza” y el “una moneda, muchas haciendas”) implican que el muro del desajuste entre los marcos necesarios de acción política y democrática y los marcos reales nunca había sido tan esterilizante. Actualmente, las luchas políticas son de ámbito estatal/nacional y, formalmente, las políticas fiscales y sociales también. Pero no así la política monetaria ni la toma de decisiones en las cuestiones centrales. A una moneda le debe corresponder una hacienda y un banco central con todas sus funciones. Además, con la actual estructura institucional en la UE y con el diseño intergubernamental de toma de decisiones significativas se vacía de contenido a las instituciones estatales y, al mismo tiempo, éstas se conviertan en sordas (intencionadamente o no) a las reivindicaciones populares. Esta desresponsabilización aparente resulta funcional para las agendas regresivas y, en cambio, es letal para el control y vínculo democrático. Esta incapacidad de acción política puede estar asociada con que en la mayoría de países de la UE se han instalado unos debates centrales específicos fuertemente regresivos. Lo que dificulta/imposibilita/distrae la necesidad de articular un demos europeo (un “nosotros” popular de escala continental) y sitúa un nosotros versus ellos de repliegue, impulsando valores contrarios a la solidaridad.
La reorientación de los intereses y funcionamiento de los estados también se convierte en dificultador de una agenda de progreso. Hay una pérdida de calidad democrática asociada a la existencia de un consenso diferente (posiblemente más acomodaticio e inercial) al que conocíamos de la segunda mitad del siglo XX, basado entonces en la satisfacción de necesidades y expectativas, y ahora en el miedo, la incertidumbre y la necesidad de seguridad.
En el reparto de rentas dentro de los países pesan cada vez más las rentas empresariales y menos las salariales, un proceso inserido en la Gran Tendencia de fondo de acumulación y concentración de un capitalismo patrimonial y financiarizado. Piketty ha descrito este incremento de las desigualdades como una tendencia rota solamente en el paréntesis 1940-1970. En ese periodo hubo algunos factores excepcionales explicativos: el aumento de la fiscalidad, especialmente en las rentas altas, la nacionalización de grandes industrias, los niveles de inflación, la pérdida de poder del “mercado” y la limitación de la auto-regulación de éste, y la destrucción física de capital que las dos guerras y la gran depresión causaron. Ahora, sin embargo, no podemos observar ninguno de estos factores.
Este aumento de las desigualdades (de una forma fractal ) tiene muchos efectos negativos conocidos. Pero especialmente es letal para la búsqueda de respuestas colectivas: descohesiona el grueso social, atomiza, concentra el poder político, y fragmenta a la mayoría a pesar de ilusiones de aglutinación abstracta como el “99 vs 1%”. La indignación moral que causa la falta de perspectivas y el aumento de las desigualdades parece una fuerza mucho menor a la que opera en sentido contrario de desarticulación, desorganización, cinismo, desafección e individualización.
Proliferan pues, la búsqueda de tablas de salvación individuales a lo largo del gradiente social, El vector individual más poderoso es querer mantenerse en el grupo de los que han surfeado la ola, y alejarse del grupo de los que se han quedado en el camino. El impacto de la “crisis+austeridad+contrarreformas” ha sido especialmente duro en los sectores más vulnerables/precarizados/excluidos/hundidos (visible incluso en las variaciones salariales por deciles que son un efecto de la devaluación). Esto genera voluntad de seguridad en amplios sectores.
Como en otros períodos de perspectiva de salida de recesiones los que se creen salvados es posible que adopten posicionamientos conservadores, de rotura emocional con los hundidos y de mantenimiento de posición y del sistema (incluida la extensión del “blaming the victim”). Lo que bloquea la búsqueda de mayorías sociales y políticas con los hundidos. Y más en un perfil de “recuperación” que acentúa el gradiente social. La falta de homogeneidad, la falta de conciencia de conjunto y la falta de organizaciones compartidas pueden ayudar a solidificar esta fractura entre hundidos y salvados (entiéndase esta distinción como entre los que han logrado flotar en la crisis y los que no, no en el sentido de Primo Levi).El miedo, la incertidumbre, la adaptación material y mental en la bajada de expectativas, la aceptación resignada de las nuevas condiciones, la naturalización que conlleva que amplios sectores se socialicen en estas circunstancias, parece que son los vectores emocionales dominantes. Y están extendidos completamente, excepto en espacios muy concretos y concentrados, donde hay cierta organización y resistencia efectiva, en nuestro caso la marea blanca, la PAH, y algún sector/empresa muy sindicalizado.
El proceso de las últimas décadas de convergencia programática y de acción institucional (mediante desplazamiento hacia la derecha) de los partidos de izquierda con opciones de gobierno (y de los otros en menor medida) tradicionalmente se ha explicado con aquello de los “catch-all parties”, Difuminar el perfil ideológico y una propuesta para atrapar al electorado “central”. Sin negar la pulsión “catch-all”, ni olvidar la hegemonía neoliberal, ni la desaparición del efecto “bloque del este” en los países del oeste, es posible que esta crisis en las izquierdas sea en parte por la imposibilidad de poder aplicar propuestas propias significativamente diferentes. Los programas de los partidos pueden ser una buena manera de entender lo que inteligencias colectivas que defienden intereses diversos piensan que es posible hacer institucionalmente en un determinado momento. El dominio neoliberal y la camisa de fuerza han constreñido enormemente el terreno de juego. El “TINA” de Thatcher va camino de convertirse en profecía/deseo auto-cumplido en los niveles estatales (especialmente en los países endeudados, atrapados en la condicionalidad). Hoy por hoy, desgraciadamente, las alternativas parecen modestamente limitadas. La situación es tan complicada que el momento de mayor debilidad organizativa de las izquierdas coincide con el momento de más niveles a vencer.
Así pues, a la perspectiva económica, social, de dominación de valores e ideas, y de dificultad presente de acción a escala europea, debemos sumar varios factores: las izquierdas políticas y sociales están derrotadas y debilitadas, y con una fuerza organizativa históricamente baja; un periodo de estancamiento y reflujo de la capacidad movilizadora (aparte de la de resistencia); la ausencia de ninguna posición de poder significativa que parezca que se pueda decantar; y la perspectiva de que no hay ningún cambio a la vista. Que todo esto resulte insoportable no quiere decir que no pueda ser. Parece evidente pues quien quiera superarlo/transformarlo debería tener presente estas barreras, y empezar a dar a la esperanza una perspectiva larga.