La victoria de Sánchez. Sánchez es un hueso duro de roer, que tiene la mala costumbre de ganar sus batallas. Es como un David Cameron, pero con éxito en sus apuestas. Nos atreveríamos a decir que ha sacrificado a la Reina (Andalucía) para dar el jaque mate y, de paso, quitarles muchas fichas al PP, a Vox y a Podemos para la próxima partida. El adelanto electoral en Andalucía y la salida de Susana Díaz de la Junta a manos de la coalición de derechas pudo ser un blessing in disguise, en la medida en la que sirvieron para movilizar (y coordinar) a los votantes de izquierda para evitar un gobierno en el que participara Vox. Los microdatos nos dirán si esta interpretación es acertada. Lo que sí sabemos es que el PSOE ha subido de 90 a 123 escaños, sumando 33, o un 37%.
La debacle del PP. El PP ha perdido el 52% de sus escaños, pasando de 137 a 66 y dejándose 71 en el camino. Se queda sólo con un 16,7% de los sufragios. No hay recurso posible al dicho según el cual “mal de muchos, consuelo de tontos”: la comparación con su tradicional competidor, el PSOE, es igualmente dramática: los 66 escaños del PP representan algo menos del 54% de los 123 que ha conseguido el PSOE. De la competición con Ciudadanos (Cs) y Vox hablamos más adelante, pero cabe anticipar que ni siquiera en las circunscripciones pequeñas (por el sesgo conservador del sistema electoral, sus tradicionales bastiones) ha obtenido un resultado remarcable: si nos centramos en el bloque de la derecha (en el que también incluimos a Cs, Navarra Suma y Vox), el PP cae del 94 al 64 por ciento. Y como guinda del pastel, el PP ha sido barrido del País Vasco y, casi, de Cataluña.
La ausencia de un líder claro en la derecha. Teniendo en cuenta la caída del PP, la importante subida de Cs, de 32 a 57 escaños (15,9% en 2019), sitúa a ambos partidos muy cerca, tanto en términos de escaños (14% de distancia) como de voto (aquí, la diferencia es menor de un punto porcentual o, en términos relativos, del 4,8%). Por si fuera poco, Cs ha demostrado que también es un candidato viable en feudos tradicionales del PP, como Madrid o Castilla y León. De hecho, en las circunscripciones pequeñas (la mayoría de las cuales son equiparables a la llamada España vacía), que se le resistieron tanto en 2015 como en 2016, ha pasado de 2 escaños a 19, lo que significa un 38,8% de los escaños de la derecha en este espacio ideológico. En resumen, Cs no ha conseguido el ansiado sorpasso al PP (hace tiempo que la mayoría de analistas lo descartaban) pero los resultados apenas sirven para dirimir quién es el segundo actor más importante de este bloque.
La amarga entrada de la extrema derecha en el Congreso. Vox ha pasado de expectativa a realidad. Si lo comparamos con otro partido de la derecha radical europea, Alternativa por Alemania, por ejemplo, mientras que Vox ha pasado del 0,2 por ciento de los votos en 2016 a un 10,3 por ciento en 2019, AfD pasaba del 4,7 por ciento en 2013 al 12,6 por ciento de 2017. En sintonía con los partidos populistas de la derecha radical, Vox ha irrumpido en el Parlamento español. Aunque las encuestas llegaban a concederle hasta más de 50 escaños, su subida se ha quedado en unos notables 24 asientos que condicionarán la dinámica parlamentaria. A todas luces, Vox, valiéndose de un discurso nativista, favorable a la centralización política del estado, anti-inmigración y tremendamente conservador en los valores sociales, ha irrumpido en el escenario electoral fraccionando a la derecha.
La irrelevancia de Vox en la mitad de las provincias. Ahora bien, entre los cinco partidos que competían por escaños con ciertas posibilidades de éxito en las 26 provincias con 5 escaños o menos, Vox es el que se ha llevado la peor parte. Sólo ha conseguido uno en Valladolid y otro en Ciudad Real, ambas con cinco escaños en liza. Los resultados han validado, así, el pronóstico de Ignacio Lago y Marina Costa Lobos de que los de Abascal perderían sus votos en todas las provincias de menos de cinco escaños. En términos relativos, solo ha conseguido un 4,1% de los escaños de la derecha. Esto significa que Vox no es un candidato viable en la mitad de las provincias, al menos, por ahora.
La hegemonía del PSOE en la izquierda. Tal y como algunos analistas auguraban, Unidas Podemos (UP) ha sido el gran perdedor en las provincias que reparten de 2 a 5 escaños (aunque no el único: a Vox le ha ido aún peor). Ha pasado de 13 a 4 (un 8,5% del total de escaños de la izquierda en estas provincias, si en este grupo también incluimos los 42 del PSOE y el del Partido Regionalista de Cantabria). El PSOE queda, entonces, con un 89,4% del voto de este bloque en las circunscripciones pequeñas (subiendo desde un 69%), y queda en una posición inapelablemente hegemónica.
La victoria de Podemos sobre sus confluencias díscolas. Aunque UP ha sido uno de los grandes perdedores de la velada (se dejan 29 escaños de 2016 a 2019), no está de más recalcar que sus confluencias gallega y valenciana han salido igual de mal parados. En Galicia, la coalición Podemos-En Marea-ANOVA-EU consiguió 5 escaños en 2016. La no revalidación de esta amalgama de partidos y la decisión de En Marea de competir por separado han contribuido a que Podemos se haya quedado con 2 escaños, mientras que En Marea, con cerca de 18.000 votos, se ha quedado fuera del Parlamento. Igual fortuna ha corrido Compromís en la Comunidad Valenciana. Si, en 2016, en coalición con Podemos, sumaban 9 escaños, ahora, por separado, la formación morada se queda con 5 mientras que los regionalistas valencianos suman solo 1. Una estrategia, a todas luces, muy mal diseñada.
El sorpasso de ERC a JxCat. Si PSOE y Cs se creían los grandes vencedores de la jornada electoral, eso es porque no han tenido en cuenta el resultado de ERC. Los nacionalistas catalanes han sumado 6 escaños en estas elecciones (el mejor resultado de su historia) y se han consolidado como primera fuerza en Cataluña (seguidos del PSOE, que ha pasado de 7 a 12 asientos de 2016 a 2019). El gran batacazo se lo ha pegado JxCat, otrora CDC, que, de ser el partido ganador en 2016 con 12 escaños, pasa a ser tercera fuerza en Cataluña, quedándose con 7. Parece que la estrategia Rufián ha tenido peso y su notable presencia en los medios ha catapultado a ERC hasta la primera posición.
La fragmentación está para quedarse. En 2015, el dato más relevante era que los niveles de fragmentación partidista, sobre todo si los comparábamos con los que se dieron desde los años 90 y hasta 2011, habían marcado un récord. El mal llamado bipartidismo había tocado a su fin y cuatro formaciones se repartían el porcentaje de votos (y el número de escaños) de una forma muy homogénea. En 2019, esta atomización partidista ha aumentado medio punto más. Ahora, un partido destaca, el PSOE, y cuatro siguen su estela: PP, Cs, UP y Vox. La fragmentación, por supuesto, ha venido para quedarse, pero también, y, sobre todo, para generar (al fin) necesarios gobiernos de coalición.
La moderación del votante español. Y, por último, una consideración general. Mientras que en buena parte de los países de nuestro entorno la emergencia de nuevas formaciones extremas ha polarizado al electorado, en España los votantes han reaccionado, y masivamente (la participación electoral ha subido más de 9 puntos porcentuales), apostando por la moderación ideológica de la mano del PSOE y Ciudadanos. La nueva estrategia de la crispación protagonizada por el PP y alentada por Vox ha tenido una consecuencia clara: el peor resultado en la historia de los populares.