Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
Los gobiernos no deben elegir entre confianza en la ciudadanía y control estricto, sino modular bien los mensajes y las regulaciones a la vista de diversos escenarios complejos y simultáneos
La elevada presión que las medidas de confinamiento y desconfinamiento progresivo durante la pandemia de la COVID-19 ejercen sobre la ciudadanía ha planteado en diversos foros una disyuntiva: ¿debemos confiar en que los ciudadanos interioricen y cumplan responsablemente las recomendaciones y normas establecidas por las autoridades o, más bien, son necesarias medidas de restricción y control de las conductas, así como de sanción del incumplimiento, adoptando una estrategia de “vigilar y castigar”? En este post presentaré tres tesis sobre este supuesto “dilema de Foucault”, inspirándome libremente en la teoría contemporánea de las normas sociales de estudiosas como Cristina Bicchieri.
¿Hay un dilema entre confianza y control?
Mi primera tesis es que se trata de un falso dilema. El debate sobre si los gobiernos son cínicos y malvados por no confiar en los ciudadanos o ingenuos y “buenistas” por confiar en ellos me parece poco interesante y mal enfocado, como aquellos debates simplones y apriorísticos sobre la “naturaleza humana” que tanto me aburrían cuando estudiaba. La cuestión no es si “la gente” en general cumplirá solo bajo amenaza creíble de sanción o, por el contrario, lo hará por motivación intrínseca. Por comparar dos casos extremos, sería absurdo, y seguramente contraproducente, sancionar a quien no salga a aplaudir cada tarde a su balcón, pero, a la inversa, demasiado arriesgado decidir que el pago de impuestos fuese voluntario a partir de ahora.
Cuando respondemos ese tipo de preguntas tendemos a basarnos en impresiones subjetivas o a generalizar a partir de nuestras experiencias particulares. También solemos pensar en términos de conductas dicotómicas y distribuidas homogéneamente, cuando la realidad es que puede existir un variado abanico de grados de cumplimiento o motivos para el mismo, así como una elevada heterogeneidad poblacional en la distribución de éstos. Incluso puede darse el caso, como demostró Mark Granovetter, de que pequeñas variaciones en las conductas o actitudes de unos pocos individuos puedan generar cambios sustanciales a nivel colectivo. Es fundamental a este respecto partir de un marco analítico claro, en línea con las contribuciones de la ciencia social contemporánea, así como disponer de datos fiables no solo sobre conductas, sino también sobre conocimientos, creencias y preferencias de la población.
Solo así podrían responderse las preguntas realmente interesantes: ¿En qué condiciones y con qué frecuencia cabe esperar qué grados y tendencias de cumplimiento? ¿Cómo se distribuyen diversas motivaciones a cumplir en una determinada población? ¿Cuándo es suficiente un determinado grado de cumplimiento espontáneo para evitar un grave perjuicio colectivo? En definitiva, ¿en qué medida confiar y en qué medida “vigilar y castigar”?
¿Son las medidas de control una muestra de falta de confianza?
Mi segunda tesis es que, aun si tuviéramos una bien fundada confianza en que la inmensa mayoría de la población cumplirá, “vigilar y castigar” puede seguir siendo imprescindible, e incluso imperioso. Incluso en presencia de un altísimo grado de cumplimiento, a veces podría bastar con que una pequeña minoría de individuos, coordinados o no, incumpla para que se produzca un daño colectivo inasumible o costosísimo. En las fases iniciales de una pandemia debida a un virus altamente contagioso y letal, o en las de un desconfinamiento donde algunas personas pueden haber disminuido mucho su percepción de riesgo, estaríamos exactamente en ese escenario. Por tanto, que se “vigile y castigue” no siempre implica que las autoridades no estén confiando en el cumplimiento de la mayoría; simplemente, el daño que puede causar el incumplimiento irracional, la baja aversión al riesgo, o la ignorancia de unos pocos puede ser demasiado alto como para no intentar minimizarlo por todos los medios posibles.
¿Cuándo confiar? Nueve escenarios paralelos
Mi tercera tesis es que debemos partir de un buen modelo de análisis situacional y distinguir entre diferentes escenarios donde la combinación de motivaciones, expectativas, creencias e incentivos es variada. El combate contra una pandemia requiere que la población siga patrones de conducta que resulta costoso seguir; pero no todas las normas sociales lo son en igual medida: el confinamiento y los horarios de salida son muy costosos, el llevar mascarilla también pero no tanto, mientras que el salir a aplaudir a las 20h no lo es, o lo es muy poco. El problema es cuándo cabe esperar que se cumpla con normas que son lo suficientemente gravosas o incómodas como para que salga a cuenta incumplirlas.
El siguiente diagrama, en forma de árbol de decisión, es un ejemplo del tipo de modelos que nos permitirían responder preguntas como ésa (por supuesto, se trata de un esbozo muy simplificado). El árbol dibuja nueve escenarios motivacionales, que pueden ser simultáneos en una determinada población. Los escenarios en verde indican que resulta razonable confiar, mientras que los escenarios en rojo aconsejan un mayor grado de vigilancia y sanción.
Diagrama- ¿Cuándo podemos confiar sin “vigilar y castigar”?(¿Cuándo tenderá el individuo I a seguir una norma de conducta C que es costosa para I?)
Cumplimiento prudencial y percepción del riesgo
Hay varios factores para tener en cuenta. El primero es que algunas normas de conducta, incluso muy gravosas, son prudenciales y se pueden seguir por autoprotección (escenarios 8 y 9); en tales casos, es razonable esperar un alto cumplimiento si los ciudadanos perciben que éste sirve a su propio interés. Muchas de las conductas de precaución que se han pedido a la población durante la pandemia son de este tipo, lo que explicaría el alto grado de cumplimiento observado y del cual nos hemos congratulado.
Sin embargo, para que este escenario sea plausible es necesario que exista suficiente percepción del riesgo que para uno mismo supone incumplir, lo que depende de la información disponible y de la confianza en sus fuentes (por ejemplo, en las autoridades). El cumplimiento autoprotector puede verse reforzado por la observación de un número suficiente de conductas en ese sentido (como el llevar guantes o mascarilla al ir a comprar), es decir, por imitación racional (escenario 9), pero puede darse independientemente de cómo se comporten los demás (escenario 8). Sin embargo, caben escenarios de incumplimiento cuando:
a) No hay suficiente percepción del riesgo o hay desprecio irracional del mismo (escenario 6): éste podía ser un escenario frecuente antes de la declaración del estado de alarma, o durante diversas fases de la desescalada; es importante recordar, en este sentido, que las regulaciones públicas y lo estricto de su aplicación también son mensajes informativos: envían señales a la población sobre el riesgo mayor o menor de determinadas conductas. Esto puede ayudar a explicar que regulaciones más o menos estrictas en diferentes países hayan generado frecuencias muy distintas de conductas prudenciales.
b) No hay confianza en las autoridades que informan sobre el riesgo (escenario 7): parece evidente que algunos colectivos tienen la percepción de que el gobierno quiere “controlar su conducta” o “limitar sus libertades”; cuando esa desconfianza se ha generado previamente en otros terrenos, puede ser muy difícil de combatir (piénsese, por ejemplo, en las resistencias que en otras épocas se han vivido en diversos países contra las medidas de protección frente al SIDA o la legislación antitabaco).
Normas morales y sociales
¿Qué ocurre cuando la conducta no es autoprotectora, es decir, cuando lo que más convendría al individuo es incumplir? Ejemplos no nos faltan: pensemos en pagar impuestos, recoger las heces del perro o prescindir del coche para no contaminar. Aquí nos enfrentamos a un típico dilema de acción colectiva, donde la tentación a incumplir por parte de muchos no puede simplemente despreciarse. Obviamente, eso no descarta la confianza: el cumplimiento también es posible (y frecuente) si existen normas morales o, más probablemente, sociales lo suficientemente sólidas.
Por ejemplo, se ha insistido mucho en que llevar determinadas mascarillas no protege del contagio, pero evita contagiar. En estos casos, puede esperarse motivación a cumplir entre quienes compartan una norma moral como “no dañar a los demás” y perciban que existe alto riesgo para otros (escenario 1). Este es el caso en una pandemia, aunque aquí de nuevo habría que evaluar si existe información-percepción suficiente del riesgo y confianza en las autoridades. Parece bastante evidente que el alto nivel de cumplimiento que hemos observado durante las primeras semanas de confinamiento responde en buena parte a este tipo de motivación. Sin embargo, también resulta difícil negar que un número importante de personas ha despreciado esta norma.
Aun así, quienes no sean “santos morales” (o sean “analfabetos del riesgo”) también pueden verse impulsados a cumplir si hay una gran expectativa social de cumplimiento (esto es, una norma social) y una alta probabilidad de que el incumplimiento sea socialmente visible (escenario 5). Por el contrario, si se observa suficiente gente incumpliendo (escenario 2), no se percibe una gran expectativa social al respecto (escenario 3), o el incumplimiento no es muy visible (como atestigua, por ejemplo, el aumento de heces de perro en la calle durante el confinamiento: escenario 4, entonces la tentación de incumplir será mucho mayor.
Estrategias contextuales
Estimar bien con qué escenarios nos podemos encontrar en cada momento puede ayudar a los gobiernos a modular y priorizar sus mensajes, enfocándolos hacia diferentes objetivos: la percepción del riesgo (para uno mismo y/o para los demás), la confianza, la información sobre la conducta o las opiniones de la mayoría, la probabilidad de detección y sanción del incumplimiento, etc. Por ejemplo, la información sobre un elevado incumplimiento ajeno puede inducir tanto a cumplir (si tu motivación es prudencial o moral) como a incumplir (si tu motivación es social o de imitación racional).
En suma, estamos ante al menos nueve escenarios motivacionales posibles, todos ellos plausibles e incluso empíricamente observables en alguna medida en la presente situación. En cinco de ellos conviene no confiar demasiado en el cumplimiento espontáneo, mientras que en los otros cuatro puede ser más razonable hacerlo, aunque, como se ha precisado, ello tampoco sea suficiente para olvidarse de “vigilar y castigar” si unos pocos incumplimientos pueden generar un daño enorme. No hay dilema de Foucault: confiar y “vigilar y castigar” son estrategias necesarias, complementarias y contextuales.
Sobre este blog
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