Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Abolir el trabajo del hogar es subversivo
Decía Beatriz Gimeno en el artículo publicado en Pikara Magazine hace años, ¿Es compatible ser feminista y tener empleada doméstica?, que el debate sobre las trabajadoras del hogar en el Estado español había perdido complejidad teórica y se centraba solo en mejorar sus condiciones laborales. Resulta curioso que en España no sea central este tema esencial del feminismo, más si tenemos en cuenta que somos el segundo país de la Unión Europea en número de empleadas del hogar -contabilizadas, claro-, con 630.000 trabajadoras, solo por detrás de Italia, según la Asociación de mujeres empleadas del hogar, Sedoac.
En estos últimos años, las trabajadoras del hogar han seguido peleando y poniendo sobre la mesa sus reivindicaciones. Sus demandas se han mostrado más imperativas durante la pandemia, aunque no se hayan escuchado: el confinamiento ha dejado en evidencia que, pese a ser quienes cuidan a nuestras mayores o pequeños de forma privada y a domicilio, no tenían ningún derecho. Ni a cobrar su salario si no pueden ir a trabajar por fuerza mayor. También han quedado fuera de las ayudas sociales y, pese a gobernar un Ejecutivo que se define como feminista, siguen si realizarse los cambios legales para otorgar plenos derechos a estas trabajadoras, como denuncian algunas de ellas. Porque esta situación no es fortuita, es legal. En esta entrevista a la historiadora Eider de Dios Fernández, que ganó el premio Victoria Kent en 2018 por su análisis del trabajo doméstico en el franquismo y en la transición, se puede leer un resumen de la genealogía legal de este empleo. Yo soy abolicionista. Abolicionista del trabajo en general como se da en el sistema capitalista, y más todavía de algunas formas de trabajo en particular. Por su marca de clase, racista y de género, la prostitución y el trabajo del hogar serían dos ejemplos paradigmáticos, con sus matices y diferencias. No me voy a extender ahora en ello. Me remito a otras compañeras. June Fernández habló sobre la abolición del trabajo esclavo en el hogar en este reportaje, y Tere Maldonado escribió este análisis extenso sobre la abolición y el regulacionismo en la prostitución. Solo aclarar que hablar de abolición no es exigir una prohibición aislada. Es necesario pensar en las formas de transición hacia otro modelo y esas formas pasan, en parte y como explican las propias trabajadoras del hogar y recoge también la entrevista a De Dios, por empezar mejorando sus condiciones laborales
Volviendo al artículo de Gimeno, ella no se centraba en el trabajo de cuidados en general, sino en el que se asocia con la asistenta: limpieza, sobre todo, pero también hacer la compra, cocinar y el cuidado básico de niñas y niños. La idea de contratar una asistenta para que haga estas tareas y rebaje la doble jornada laboral de las mujeres supone perpetuar un modelo de sexualización o generización del trabajo, en el que este tipo de cuidados recaen siempre sobre mujeres.
La última viñeta de Mamen Moreu para Pikara Magazine que hemos elegido para ilustrar este artículo, resume la idea de Gimeno en una imagen. Los comentarios cuando se publicó en redes son una muestra de lo poco que se atiende a esta forma de discriminación económica, patriarcal y racista. Algunos mostraban desacuerdo con la imagen: “Ahora resulta que tener una mujer que me ayuda en casa no es feminista”, “El problema está en tener a una mujer contratada sin respetar sus derechos laborales”. Otros no la confrontaban, pero pasaban de puntillas por el tema: “Lo feminista no te quita lo elitista”.
Respecto a la primera tanda de comentarios, lo que muestra la imagen es claro: delegar las tareas del hogar en otra mujer con el fin de evitar la confrontación con tu pareja masculina sobre el reparto y la corresponsabilidad de las mismas no suena, así en principio, a feminismo. Ahonda, más bien, en la división sexual del trabajo. Si además esa mujer está trabajando sin contrato ni derechos laborales, implica una discriminación de clase que podrá encajar en el feminismo liberal, pero ni siquiera debería. Si encima acepta esas condiciones porque es migrada y no tiene acceso a trabajos mejor valorados apuntala el racismo estructural.
Siguiendo con los comentarios: el feminismo, si es radical -de raíz-, entiende la intersección de las luchas, con lo que no debería ser elitista. Pero admitamos, porque hay que hacerlo, que existimos las feministas autodenominadas radicales a las que el elitismo -o la aporofobia, el racismo, el clasismo, etc.- se nos escapa a pesar de todo. Aun así, la viñeta no está haciendo hincapié en el elitismo de esa pareja de blancos que ha contratado una asistenta porque se la pueden permitir -porque les sale barata, vaya-. Es más, es probable que no sean -o no se consideren- elitistas. ¿En cuántas casas progres tratamos a “la chica” como a cualquiera? Le dejamos que se tome un descanso y pille algo de la nevera en su horario laboral, incluso le pagamos los días de confinamiento que no pudo venir. Hay quien la invita a comer en la mesa familiar. Aunque a ella le apetezca esto lo mismo que una patada en la boca. No. La viñeta no trata de eso exactamente, aunque este tipo de prácticas pululen alrededor. Denuncia que tener una empleada de hogar para evitar el problema de la corresponsabilidad en la pareja y de la falta de tiempo para el cuidado es machista. Que hacerlo de forma precaria es explotación y que emplear a migradas, porque es más fácil que acepten, es racismo. ¿Y qué hacemos con las personas ancianas que viven en casa y necesitan asistencia? Mejor un sistema público y no privado, colectivo y no familiar. Pero esto es otro tema y tampoco de esto habla la viñeta.
“¿Y qué hago yo ahora? ¿Despedir a María que lleva años conmigo, sabiendo como sé lo que necesita el trabajo y lo mal que están las cosas, para ser una buena feminista?”. Pues no es necesario. No se trata de juzgar las prácticas individuales de cada una, sean o no feministas; en lo individual, las circunstancias son complejas. No se pide -o al menos no aquí ni ahora- flagelación pública para aquellas mujeres que emplean a otras en las tareas domésticas. Los cambios radicales se consiguen de forma colectiva y organizada, cargar los males del mundo en las decisiones de cada una recuerda más a la culpa que a la responsabilidad.
Pero sí sorprende que, hoy en día, cuando tildamos de revolucionaria casi cualquier práctica que se sale de la norma, tener o no trabajadora del hogar nos parezca, en cambio, un tema menor. Ni feminista ni machista, ya se sabe. Y sorprende porque, si hay una propuesta feminista con potencial para subvertir este sistema es, precisamente, la de los cuidados. Si las mujeres cuidaran menos horas o los cuidados estuvieran pagados como se merecen, ni podrías permitirte tener una trabajadora del hogar por cuatro duros ni echar horas extra sin cobrar para seguir produciendo, porque en algún momento tendrías que parar para limpiar tu casa o recoger a las criaturas del colegio. Si las mujeres no cobraran una mierda o cuidaran gratis, no podría recortarse tanto en sanidad, en guarderías y en otros servicios básicos sin que el mundo ardiera. Tener empleada doméstica no es feminista, organizarnos con las trabajadoras del hogar para abolir este tipo de trabajo privado y precario sí lo es. Y es, además, revolucionario.
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