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¿Quién no dejaría todo por Nicole Kidman?
“Después de vivir tres años en Barcelona, amigos que no dejarían México ni para casarse con Nicole Kidman, me ven como si no hubiera pasado el antidoping. ¿Qué clase de toxina me hizo regresar?”
Esta frase es parte del arranque del artículo que abre '¿Hay vida en la Tierra?', la recopilación de columnas del escritor y periodista mexicano Juan Villoro. Su forma de narrar escenas cotidianas es una gozada, pero esta periodista feminista no puede evitar fruncir el ceño con las múltiples formas en las que el androcentrismo y el heterosexismo se cuelan en los textos.
La cita anterior sirve como ejemplo de lo que Álvaro García Messeguer definió como salto semántico: leemos una palabra en masculino pensando que incluye a ambos sexos, y al terminar la frase descubrimos que excluye a las mujeres. Un ejemplo clásico es: “Los kuna viven en las islas del Caribe de Panamá. Sus mujeres siguen vistiendo las ropas y adornos tradicionales”. Inicialmente pensamos que “los kuna” es un uso del masculino como genérico equivalente al pueblo kuna y que incluye, por tanto, a mujeres y a hombres. Pero en la segunda frase entendemos que el planteamiento es androcéntrico, porque el sujeto de referencia al que alude “los kuna” es el hombre, y las mujeres se nombran en relación a los varones.
En el ejemplo de Villoro ocurre algo similar. Podríamos pensar que “mis amigos” es una forma genérica, dado que a lo largo del libro emplea el masculino como universal y porque suponemos que no todos sus amigos son varones. Pero, cuando usa a Nicole Kidman como ejemplo de la fidelidad hacia México, revela que, o bien sus amigos son solo hombres, o bien que cuando piensa en sus amistades le sale realizar formulaciones androcéntricas y heterosexistas, en las que la frase solo tiene sentido si se refiere a las preferencias del varón heterosexual.
Villoro, en su regreso al DF, descubrió en casa de su madre unas lupas misteriosas. En una salida a un parque, al escritor se le metió una cáscara de cacahuete en el ojo. La madre pidió ayuda a una amiga suya, que es oftamóloga. Fueron a casa, la madre descorrió una alfombra y emergieron cientos de lupas. “También tengo telescopios”, agregó. Cuenta Villoro: “Fui revisado con un pequeño telescopio coreano. La amiga de mi madre intervino con la pericia de los grandes médicos: sólo me tocó una vez, cuando la presa estaba a su alcance, y se negó a cobrar”.
Vamos a ver: si la amiga de la madre es oftamóloga, ¿no tendría más sentido reconocer que intervino con la pericia de una gran médica? ¿Qué sentido tiene formular “grandes médicos” en masculino, cuando se está refiriendo a la pericia de una médica? ¿En ese caso, 'grandes médicos' es un genérico? ¿Incluye a las médicas o refleja un imaginario sexista en el que 'los grandes médicos' son varones?
Total, que la madre se había montado un negocio de venta de lupas y telescopios mientras su hijo vivía en Barcelona:
“Minutos después, llamaron a la puerta. Dos mujeres querían lupas. Recordé que las veces anteriores en que abrí la puerta y me preguntaron por lupas, también había visto a gente difícil de asociar con ese instrumental. No parecían joyeros, ni filatelistas, ni detectives de gabardina. Se trataba de señoras que pedían telescopios como podían pedir cilantro”. No parecían joyeros, ni filatelistas, ni detectives de gabardina. Se trataba de señoras que pedían telescopios como podían pedir cilantro
Apreciado Villoro: ¿y si esas mujeres que usted sólo imagina cocinando son joyeras, filatelistas o aficionadas a la astronomía? ¿Tan inverosímil resulta? ¿Es casual que haya nombrado a los joyeros en masculino, no sé si genérico? ¿Cuando dice 'filatelistas' y 'detectives', dos palabras sin marca de género, qué cara les está poniendo? Apuesto que Villoro se imagina a filatelistas y detectives varones. ¿Quién no?
Los detractores de las propuestas a favor de un lenguaje inclusivo pretenden convencernos de que el hecho de que en castellano el masculino sirva como universal e incluya supuestamente a las mujeres es algo casual, intrascendente y, sobre todo, inamovible. Nunca he escuchado a ninguno de estos militantes anti lenguaje inclusivo reconocer la relación entre esa norma y que las mujeres estuvieran excluidas de los espacios de toma de decisiones cuando se consolidó. Parece que fue algo arbitrario, que perfectamente podría haberse decidido que el femenino fuera universal.
Yo estoy convencida de que ocurren dos cosas (y en mis talleres utilizo un montón de noticias de medios, incluido este, que lo demuestran):
- Usar el masculino como genérico es reflejo de un sistema de pensamiento en el que los hombres son el sujeto de referencia. Este sistema de pensamiento androcéntrico hay que enmarcalo en una sociedad patriarcal (pereza me da tener que argumentar esto en un medio crítico como eldiario.es) en la que persisten roles y estereotipos sexistas por los que, por ejemplo, asociamos a las señoras con la cocina y pensamos en hombres cuando hablamos de médicos, detectives y filatelistas.
- El uso del masculino como genérico facilita a su vez la perpetuación de ese imaginario androcéntrico. Es decir, es mucho más improbable que me imagine a mujeres si hablo de “amigos” que de “amistades”. Si informo sobre “los desplazados por el conflicto colombiano”, por ejemplo, probablemente me cueste más darme cuenta de que son desplazados y desplazadas, que las mujeres son parte de esa realidad y que, de hecho, sus circunstancias son específicas (por ejemplo, que enfrentan violencia sexual).
A esto le llamamos perspectiva de género: a revisar la tendencia a contar el mundo desde la mirada de los hombres y a entender que, para eso, un primer paso es visibilizar a las mujeres como sujetos de las historias, como voces expertas, como protagonistas en las imágenes y también evitando el androcentrismo y el sexismo en el uso del lenguaje. Porque el androcentrismo es una forma de miopía, y la única forma de corregirla es ponerse las llamadas “gafas violeta”, para dejar de obviar sistemáticamente la contribución de las mujeres a la sociedad, al conocimiento, a la cultura.
Podríamos pensar que es natural que Juan Villoro escriba desde una perspectiva de varón heterosexual, porque lo es. El tema es que vivimos en una sociedad en la que muchas mujeres siguen pensando que si se hacen llamar a sí misma “abogado”, “presidente” o “jefe de prensa” serán percibidas y tratadas con mayor respeto. En una sociedad en la que a casi nadie sorprende que solo firmen hombres las columnas de opinión, mientras que un medio sin firmas masculinas será automáticamente etiquetado de revista femenina o para mujeres. Series tan testosterónicas como True Detective o Breaking Bad resultan atractivas para públicos amplios, pocas mujeres pensarán que una serie así no va con ellas porque no pasa el test de Bechdel.
En cambio, Hernán Casciari publicó el siguiente post en eldiario.es: “¿Por qué me gusta una serie de 'Chicas' si soy una señor?”. Reconoce que contar que adora Girls es toda una salida del armario para él. “Es fácil decir en voz alta que nos gusta Mad Men o The Wire, porque nos hace parecer inteligentes y cultos. (...) Pero también hay series que miramos un poco a escondidas, con cierta vergüenza generacional o de género; hay series que no mencionamos en voz alta en las sobremesas ni en los tuits. Un buen ejemplo es Girls”. ¿Por qué las mujeres no sentimos “vergüenza de género” al confesar que nos gusta Mad Men, una serie sobre hombres publicistas con corbata que toman whisky a las 9 de la mañana? Porque lo masculino se percibe como lo neutro: no me siento excluida por ese Men, mientras que la mayoría de hombres no se interesan por algo titulado Girls. Y, más aún, lo masculino es lo prestigiado. Ya lo dice Casciari: ver Mad Men nos hace parecer inteligentes y cultos, ver Girls no.
En el prólogo, Villoro aporta la siguiente lista: “Julio Camba, Roberto Arlt, Álvaro Cunqueiro, Ramón Gómez de la Serna, Josep Pla, Eça de Queiroz y Jorge Ibargüengoitia perfeccionaron el difícil arte de vender las lechugas por su aspecto. No se le ocurrió ninguna mujer que se haya destacado por escribir textos ”de antojo“ en los que la historia no es importante por su trascendecia, sino por cómo es narrada. ¿Casualidad? ¿Será que cuando una mujer intenta vender las lechugas por su aspecto no cuela, que cuando nosotras escribimos sobre asuntos aparentemente triviales, la sociedad nos tacha, efectivamente, de triviales?
Al igual que Virginia Woolf teorizaba sobre una hipotética hermana de Shakespeare, tan talentosa como él, en pleno siglo XXI, ¿una hermana de Juan Villoro tan talentosa como él hubiera sido reconocida en la misma medida? ¿Sus crónicas desde su mirada como mujer, habrían interesado a todo el mundo, o su obra hubiera sido etiquetada como literatura para mujeres? ¿No sorprendería que en la lista de referentes de Juan Villoro hubiera una mayoría de mujeres? ¿Cuántas mujeres incluirías tú en tu lista? ¿Y yo en la mía, siendo feminista y todo?
No comparto la fijación por aniquilar todo uso del masculino genérico. No creo que tengamos que rasgarnos las vestiduras por emplearlo de vez en cuando. En Pikara hemos propuesto y aceptado títulos como 'Por mis hijos monto una revolución“, entendiendo que con una alternativa a ”hijos“, el titular hubiera perdido ritmo y atractivo. Más arriba he escrito ”detractores“, porque sí, porque no me ha fluído una alternativa que me convenza y los personajes públicos que más machacan con el tema (académicos de la RAE, escritores como Javier Marías o Arturo Pérez Reverte) son hombres.
Dos días después de empezar a leer el libro de Villoro y escribir mentalmente este post, topé con otro en Yorokobu, titulado “¿Eres de los que escriben «vecinos y vecinas»?”. La autora, Isabel Garzo, es de estas mujeres que afirman alegremente sentirse incluidas en el masculino como universal. Allá cada quien. Lo que me toca la moral, en cambio, es que ose decir lo siguiente: “Estas fórmulas o cualquier variante similarEstas fórmulas [se refiere a fórmulas como 'los y las vecinas' o el uso de 'las vecinas cuando la mayoría son mujeres] no hacen más que dejar claro que el que las escribe carece de conocimientos lingüísticos y gusto por la expresión”.no hacen más que dejar claro que el que las escribe carece de conocimientos lingüísticos y gusto por la expresión Leo que Isabel Garzo es periodista, escritora, correctora de estilo y DirCom. Me pregunto si “DirCom” es un término aceptado por la RAE y si refleja el gusto por la expresión de quien así se presenta.
Uno de las motivaciones para montar Pikara fue las ganas de demostrar que el compromiso con la igualdad de género, también respecto al uso del lenguaje, no está reñido con la calidad periodística. Que, al contrario, el esfuerzo por no excluir a las mujeres a la hora de explicar a la ciudadanía qué está pasando y por qué, enriquece nuestra mirada y nos hace mejores periodistas.
Con el uso no sexista del lenguaje, ocurre otro tanto. En vez de reconocer la aportación de nuestros discursos y propuestas, quienes se enrocan en sus resistencias antifeministas nos caricaturizan para intentar demostrar que evitar el androcentrismo en el lenguaje es un engorro y una chorrada. Con nuestro trabajo queda claro que no se trata de forzar el lenguaje, sino de explorar formas creativas de hacer que sea más inclusivo, no sólo para las mujeres, sino eliminando también reflejos del heterosexismo o del racismo. Ese esfuerzo, realizado con fórmulas adecuadas, no resta calidad a la comunicación, sino que sirve para adaptar el lenguaje a los cambios sociales y para emplearlo de una forma más consciente.
Por último, me parece muy llamativo que, en una sociedad profundamente sexista y binaria, en la que lo primero que se pregunta a una embarazada es si sera niña o niño, en la que esa respuesta determinará las expectativas y el trato hacia el bebé en cuestión, haya gente que se empeñe en decir que hablar en masculino da lo mismo y que incluye a las mujeres. Soy partidaria de priorizar las fórmulas genéricas (“el alumnado”) frente a la posibilidad de duplicar (“los niños y las niñas”). Pero las filólogas que hablan del sexismo en el lenguaje tienen razón al explicar que no se trata de duplicar, sino de nombrar a dos sujetos diferentes. Una niña no es un niño. Y menos en una sociedad en la que persiste el esquema binario de azul/ rosa, balón/muñeca, en el que se sigue agujereando las orejas a las bebés y se las llena de lazos y volantes para que nadie tenga dudas sobre su sexo.
Si realmente crees que en esta sociedad el género es solo un asunto gramatical y que “los niños” incluye a las niñas, haz el siguiente experimento: dile a una familia con una niña pequeña “Qué crío más bonito”, a ver cuántos segundos tardan en aclarar que es una niña.
Y de propina, el vídeo que dedica Alicia Murillo a la RAE:
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El mundo en femenino, artículo de María Martín Barranco, especialista en igualdad.
Cojones y cojonas, artículo de Carlos de la Fe, feminista.
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