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Cuando empoderarse significa tener identidad
El empoderamiento de las mujeres es, según la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, “un proceso a través del cual cada mujer se faculta, se habilita y desarrolla la conciencia de tener derecho a tener derechos y a confiar en la propia capacidad para conseguir sus propósitos”. Aquí y en Burundi. Sí, pero con muchos matices, porque los tiempos, los ritmos y las realidades son distintas y varían según los territorios. Saber que las mujeres tenemos derechos, los mismos que los hombres, es una obviedad pero pasa desapercibida en varias esquinas, o más bien inmensas zonas, del mundo.
Cuando Aline Niyonizigiye y Dorotheé Buhangare, dos mujeres burundesas, conocieron varias escuelas de empoderamiento de Euskadi, abrieron bien los ojos: edificios funcionales, bien equipados y con varias empleadas. ¡Y financiadas con dinero público! Ellas conocen cómo funciona una escuela de empoderamiento, o de liderazgo transformacional, que es el nombre dado por Oxfam Intermón al proyecto que ha desarrollado en la región de Makamba, pero su ‘escuela’ difiere mucho de las de Durango o Basauri, que visitaron hace unos días. Porque el hecho de usar comillas para nombrarla no es un capricho. Tres paredes y un tejado de uralita requieren que se matice el concepto, para no llevar a equívocos, para no pensar que las cosas con nombres iguales son lo mismo aquí y en Burundi.
La idea inicial era muy clara: lograr que varias mujeres de las colinas –las unidades administrativas más pequeñas de este pequeño país de la región de los Grandes Lagos– se presentaran a las elecciones de 2015. Un objetivo ambicioso que partía de una realidad tal vez demasiado cruel: gran parte de las mujeres rurales de Burundi no posee tarjetas de identidad, no son, no existen. ¿Cómo presentarse a unas elecciones si ni siquiera son ciudadanas?, ¿cómo ser candidatas si ni siquiera pueden votar?
El reto es grande y el proceso de empoderamiento difiere mucho de la autodefensa feminista, de los cursos de mecánica para automóviles o del aprendizaje sobre literatura feminista, actividades más habituales en las ‘escuelas’ vascas. Los matices, si el artículo lo leen las mujeres de Burundi, también son necesarios porque un mismo nombre puede significar muchas cosas dentro de un mismo parámetro. Ni mejor ni peor. Ni más ni menos. Diferentes.
“El empoderamiento el proceso de transformación mediante el cual cada mujer, poco a poco o a pasos gigantes, deja de ser objeto de la historia, la política y la cultura, deja de ser objeto de los otros y se convierte en protagonista y en sujeto de su propia vida”, volviendo a Lagarde. No hay duda de que, en la medida que vayan logrando una documentación de identidad, las mujeres de Burundi serán protagonistas y sujetos de su propia vida. La escuela de liderazgo transformacional supuso también la alfabetización de varias de las 32 mujeres participantes, encargadas luego de extender la red y trabajar lo aprendido con sus vecinas a través de procesos de sensibilización.
Porque el objetivo de las ‘escuelas’, tengan paredes y tejados e incluso ordenadores o se nutran bajo la sombra de un árbol, es similar: espacios de intercambio y de aprendizaje colectivo. “Una escuela de empoderamiento sirve para conseguir la influencia que a las mujeres nos falta en el mundo, tanto en los círculos pequeños como en los grandes”, explica en Pikara Magazine Elena Simón, formadora feminista y escritora.
En Makamba, bajo los lemas de ‘Elegir y hacerse elegir’ o ‘Yo soy capaz’, se ha ayudado a que las mujeres vean que “si hacen todo en el hogar, lo pueden hacer igual en la sociedad”, explica Dorotheé Buhangare, directora del Collectif des Associationes et ONGs Féminines du Burundi (CAFOB). Esta organización nació para que los acuerdos de paz del conflicto de los Grandes Lagos tuvieran presencia de mujeres, pero ahora trabaja con una estrategia contraria: de abajo arriba. Que las reivindicaciones de igualdad partan de las mujeres rurales y no de élites desconectadas con la realidad social del país.
“Hemos aprendido a luchar por nuestros derechos como mujeres. Y también conocemos los deberes. Tras recibir la formación, decidí trabajar como voluntaria alfabetizando a otras mujeres. Nos hemos dado cuenta que si la mujer no sabe leer ni escribir vive en la ignorancia total. Por ejemplo, no puede elegir al candidato o candidata que quiera. Si debe recurrir a alguien para hacerlo, puede que no tenga en cuenta su opinión y eso es una gran pérdida porque no puede hacerse representar eficientemente”, afirma Raissa Ndayiragije en un video de Oxfam Intermón.
En Basuari, toma la palabra Aline Niyonizigiye; tiene documentación de identidad y ha logrado el visado para viajar, gracias a su trabajo en el proyecto de Oxfam Intermón. También consiguió que su marido accediera a legalizar el matrimonio, tras un largo proceso de diálogo de dos años que fructificó tras regalarle unos calcetines. La sorpresa aparece en el rostro de quienes han escuchado a su vivencia durante su estancia en Euskadi. Tal vez su próximo reto sea lograr la cotitularidad de la tierra en la que trabaja a diario.
—¿Tienes las tierras a tu nombre?
—No.
—¿Y vas a intentarlo?
—Aún no he pensado en ello.
Deberías hacerlo, interrumpe su compañera de viaje, Dorotheé Buhangare.
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