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Las gladiadoras de Quetzaltenango: la otra política en Guatemala
“¿Qué es la democracia? Un ejemplo: Yo quiero que continuemos la réplica bajo el sol”. ¡¡¡¡NOOOO!!! Gritan entre risas las mujeres. “¿Por qué no?”, pregunta la formadora. “Porque el sol nos hace daño, nos da dolor de cabeza”, contestan al unísono. “Veamos, levanten la mano quienes quieran seguir la réplica bajo el sol”. Ninguna alza la mano. “De acuerdo, entonces nos quedamos aquí. Eso es la democracia, decidir entre todas”, ilustra la formadora. “¿Se acuerdan cuando acá se intentaron implantar proyectos de minería e hidroeléctrica? Se hicieron protestas, consultas, se taparon caminos. Porque sabíamos que eso afecta a la salud, que el agua se contamina y provoca cáncer, esterilidad, malformaciones. Eso también es democracia”, continúa.
Estamos en Olintepeque, un municipio de Quetzaltenango (Guatemala), en una actividad del grupo de mujeres del pueblo. El tema: la participación política de las mujeres. La facilitadora es una joven maya de veintipocos años, de cuerpo menudo enfundado en un huipil de rayas rojas y blancas y una falda tradicional azul oscura ceñida a la cintura con una faja a juego con el huipil. No me quedé con su nombre. Es muy buena pedagoga; luego nos cuentan que estudia Magisterio. La escuchan mujeres de todas las edades, mujeres del campo, trabajadoras, de manos recias, con un ojo puesto en el taller y otro en los niños y niñas que corretean alrededor o que piden teta. Muchas no saben leer ni escribir, firman la hoja de asistencia con su huella dactilar. Desde pequeñas escucharon que la política es cosa de hombres. Y si es cosa de mujeres, no de mujeres como ellas: indígenas, rurales y pobres.
“¿Conocen a alguien que haga incidencia política?”. Las mujeres murmuran diferentes nombres y apellidos. “¿No se dan cuentas? Ustedes, este grupo ha hecho incidencia al mantenerse al margen de los partidos políticos”, concluye la formadora. Insiste en que entiendan la diferencia entre participación política y partidista. Estar en un partido no es la única manera de estar en política, estas mujeres hacen política cada día, cuando desobedecen el mandato de estar recluidas en sus casas, cuando organizan asambleas, trabajan en huertos comunitarios, denuncian abusos de poder ante las autoridades locales, subraya. Las mujeres asienten, con una mezcla de orgullo y escepticismo, ¿seguro que juntarse ahí en casa de Doña Miriam es hacer política?
Olintepeque, como cualquier otra aldea de Quetzaltenango, como cualquier otro departamento de Guatemala, está forrado de vallas electorales. Líder. Partido Patriota. VIVA. UNE. ¿Cuál es la diferencia entre ellos? No es fácil entenderla. La mayoría propugnan valores conservadores y políticas neoliberales. La mayoría prometen luchar contra la corrupción, pero todos los candidatos presidenciales están salpicados.
Durante mi estancia en Guatemala, el favorito era Manuel Baldizón, “el Berlusconi del Petén”, al que movimientos sociales y sus contricantes políticos señalan como “narcopolítico”. Se organizaron movilizaciones en su contra bajo el lema “No te toca, Baldizón”, en alusión al eslogan de su campaña: “Ahora le toca al pueblo”. Finalmente el primero en votos en la primera vuelta ha sido Jimmy Morales, famoso cómico televisivo que ha irrumpido en política, presentándose por el partido FCN, creado por exmilitares. Anonymous destaca que su campaña está financiada por el ejército.
Pero la candidata que me tiene hipnotizada es Zury Ríos. Es como una Gran Hermana. Siento que su mirada de ave rapaz se me clava desde la valla electoral. Tiene el cuello largo, una glamurosa melena ondulada, piel blanca (o blanqueada con photoshop) y mucho maquillaje. Pregunto quién es y me quedo de piedra con la respuesta: es la hija de Efraín Ríos Montt, el dictador juzgado como responsable del genocidio maya ixil. Ha quedado quinta.
En municipios rurales como Olintepeque, las pocas mujeres que aparecen en la publicidad electoral, en cambio, posan con el traje tradicional; los hombres, con americana y corbata. Miriam Macario, presidenta del grupo de mujeres de Olintepeque y anfritriona de sus actividades, tiene claro que a las mujeres solo se las incluye en las planillas electorales para dar el toque étnico. Lo ha vivido en sus propias carnes: “Yo me fui así, buscando un espacio para la mujer, pero un espacio digno. Pero me dice el político: mire, doña Miriam, yo le voy a dejar como suplente de síndico. No, le dije. ¿Sabe qué va a hacer usted ahí? Usar mi imagen, en una vinílica y yo voy a quedar ahí bien bonita, a la par de ustedes todos. Ustedes ganan, se van a la municipalidad y la mujer, o sea yo, me quedo excluida. Solo les serví para publicidad, y eso yo no lo quiero”, relata. ¿Y qué quiere ella? Se sonroja un poco pero se sacude los complejos y responde: “Yo ambiciono más. Póngale que sea una alcaldesa, o la síndica primera, pero algo grande para ayudar a mi comunidad, y a las mujeres”.
Cuando la formadora hablaba de que el grupo se ha mantenido al margen de los partidos políticos, se refería a que ha sobrevivido al intento por parte del alcalde de dividir al colectivo de mujeres, animándolas a afiliarse, a concurrir en su candidatura, prometiéndoles maíz y frijol a cambio. “Nosotras fuimos utilizadas”, lamenta Miriam.
Con menor labia y capacidad didáctica que la joven formadora, pero con una sonrisa de oreja a oreja y mucho desparpajo, Doña Miriam continúa con la réplica explicando los diferentes niveles de participación política: se puede ser apática, espectadora o gladiadora. Me pregunto si eso de “gladiadoras” les dirá algo, si Espartaco o Russell Crowe forman parte de sus referentes culturales. Pero, más allá de lo que extraigan de los contenidos teóricos, a las mujeres les da vidilla poder disfrutar de una tarde de reflexión y de risas, regada con atol de plátano y tamal de pollo.
“Yo me voy a participar en un grupo para sentirme un ratito yo”, ilustra Miriam, quien ha descubierto pasados los 30 años su vocación política. Se casó a los 18 años, dejó de estudiar y antes de participar en grupos de mujeres tuvo que hacer frente al aislamiento que le impusieron sus suegros cuando su esposo emigró para trabajar en Estados Unidos. “Ahora hasta mi suegra participa en el grupo de mujeres, porque le expliqué qué derechos tenemos, tanto ella como yo”, cuenta orgullosa.
Estas réplicas se enmarcan en el proceso de formación de formadoras que impulsa la Asociación Mujer Tejeredora de Desarrollo (AMUTED) en las comunidades de Quetzaltenango. La idea es que sean las propias mujeres rurales las que repliquen (por eso se llaman réplicas) en sus comunidades los contenidos sobre participación política, liderazgo, historia de las mujeres o identidad cultural que imparte AMUTED. Así, cada mujer formada se convierte en un referente en su aldea, en una persona a la que se puede recurrir ante situaciones de discriminación. Un ejemplo recurrente es que se les niegue la atención en centros de salud o en juzgados por no hablar español.
Y así las cosas van cambiando a poquitos. El día anterior estuvimos en una réplica en otra aldea cercana, Toj Mech, en San Martín Sacatepéquez. Las formadoras son también tres señoritas de en torno a los 20 años. Hablan en mam, la lengua maya de la zona, y traducen a español para las que ya no manejan el idioma originario. Una de ellas, Sabina López, me cuenta que hasta que empezaron ese proceso, las mujeres apenas participaban en las asambleas locales: “Antes habían intentado participar dos mujeres en los Cocodes [Consejos Comunitarios de Desarrollo Urbano y Rural] acá en esta aldea, pero los hombres dijeron: ”Ah, las mujeres no“, o sea que las discriminaron. Ya en estos momentos, gracias a las réplicas, hemos informado de que tenemos derecho a participar”.
Sabina ha tomado conciencia de que ella, como mujer joven, tiene derecho a participar de la vida política de la aldea, también tiene derecho a decidir cuándo casarse y tener hijos, tiene derecho a divertirse jugando a fútbol (nos hace una demostración con falda y tacones) y se ha sentido con confianza para cumplir con un sueño: estudiar dibujo. Cuenta que cuando terminan las réplicas, las mujeres se quedan ahí reunidas contándose sus historias, y así es que se han verbalizado situaciones de violencia intrafamiliar en la que las formadoras intervienen: primero, mediando con el agresor, y si esto no funciona, acompañando a la mujer a los juzgados.
Con las réplicas, de las que surgen también proyectos productivos de agricultura o de artesanía para promover la autonomía económica de las mujeres, las organizaciones buscan romper con el aislamiento y la dependencia: es muy habitual que a las mujeres no se les permita (o sus esposos, o sus hijos, o sus suegros, como en el caso de Miriam) salir de casa, trabajar de forma remunerada o disfrutar de su tiempo de ocio.
Edna Cali, una de las técnicas de AMUTED, explica que los avances en infraestructuras mejoran la vida de las mujeres pero, paradójicamente, también reducen los espacios que estas tienen para hablar entre ellas y compartir sus problemas: por ejemplo, haber cambiado los lavanderos comunitarios por los individuales. Más allá de los conocimientos que adquieran en las réplicas, estas representan espacios de socialización para las mujeres, insiste.
AMUTED también busca propiciar que las mujeres indígenas lleguen a puestos de decisión en el ámbito local, pero sus coordinadoras saben que no es un proceso fácil. Una mujer con traje tradicional se ha presentado como candidata a alcaldesa de un municipio cercano, Zunil; ha sufrido difamaciones machistas como que se ha acostado con varios políticos para llegar a ser candidata. “Cuando una mujer participa en estos espacios supuestamente de varones y demuestra conocimientos, viene un choque: los propios compañeros ejercen violencia, las cuestionan por el hecho de ser mujeres e invisibilizan su trabajo”, lamenta la fundadora de la asociación, Julia Sum. Pero no tiran la toalla: “Nuestro próximo reto es fundar una escuela de formación política para mujeres”, adelanta.
En noviembre presentaremos el documental que hemos realizado a propuesta de Intermón-Oxfam (que financia este y otros programas sobre participación política y prevención de la violencia con mujeres indígenas), en las que ocho lideresas comunitarias, incluidas Miriam y Sabina, cuentan sus historias. Son mujeres que han sobrevivido a múltiples y variadas violencias: el conflicto armado, los matrimonios concertados, los malos tratos en la pareja, la trata, las humillaciones racistas... Mujeres que no ceden ante las amenazas por parte de esposos maltratadores, de políticos, de jueces, del crimen organizado, de los militares y la seguridad privada que defienden los megaproyectos extractivistas que los políticos promueven en nombre del desarrollo. Mujeres que no se definen como víctimas sino como sobrevivientes, como luchadoras, como lideresas que utilizan su dolor para luchar contra la violencia en sus comunidades. Sin esperar dinero, protagonismo ni poder.
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Estamos en Olintepeque, un municipio de Quetzaltenango (Guatemala), en una actividad del grupo de mujeres del pueblo. El tema: la participación política de las mujeres. La facilitadora es una joven maya de veintipocos años, de cuerpo menudo enfundado en un huipil de rayas rojas y blancas y una falda tradicional azul oscura ceñida a la cintura con una faja a juego con el huipil. No me quedé con su nombre. Es muy buena pedagoga; luego nos cuentan que estudia Magisterio. La escuchan mujeres de todas las edades, mujeres del campo, trabajadoras, de manos recias, con un ojo puesto en el taller y otro en los niños y niñas que corretean alrededor o que piden teta. Muchas no saben leer ni escribir, firman la hoja de asistencia con su huella dactilar. Desde pequeñas escucharon que la política es cosa de hombres. Y si es cosa de mujeres, no de mujeres como ellas: indígenas, rurales y pobres.