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Las otras violencias del patriarcado

El sistema patriarcal no ha anunciado nunca ningún alto al fuego, no nos ha dado jamás tregua, ni hay vistas de que entregue alguna vez las armas. Está cómodamente instalado en el sustrato de nuestra sociedad, que lo riega cada día con muchísima indiferencia. Nos atraviesa a todas y a todos. A unas, nos mata; a otros, les ofrece la capacidad de hacerlo. Nadie se libra de sus efectos perversos, que se manifiestan a través de muchas formas de violencia, que se ejercen de diferentes maneras. La violencia de género es una de las pocas estrategias patriarcales que se denuncian, condenan, contra la que se legisla; pero no es la única. Ni muchísimo menos. 

De este sistema se derivan infinidad de violencias con sus propias peculiaridades. Podríamos dividirlas en dos grandes bloques: las violencias que se ejercen contra las mujeres y aquellas que agreden a otros cuerpos e identidades no normativas. Vamos poco a poco.

La violencia patriarcal ejercida contra las mujeres más reconocida es aquella que se da en el seno de la pareja heterosexual y que en el caso del Estado español está legislada en una ley específica: La Ley Integral contra la Violencia de Género. Esta legislación, fruto del esfuerzo y del trabajo del movimiento feminista, puede ser mejorada en muchos aspectos, pero es una herramienta imprescindible. Penaliza la violencia que un hombre ejerce contra la mujer con la que convive en pareja. Esos hombres agreden y matan porque tienen la posibilidad de hacerlo y porque creen que su mujer forma parte de su patrimonio. Sin embargo, muchas otras mujeres sufren otras violencias, que no están amparadas por esta ley: las prostitutas asesinadas por sus clientes o las mujeres violadas por desconocidos, por ejemplo. Estas situaciones deberían tener cabida en la ley que ya tenemos porque también son violencias estructurales, específicas, sustentadas en un sistema que las promueve y alimenta. Las mujeres somos, en el mejor de los casos, ciudadanas de segunda; víctimas potenciales de los hombres que nos rodean y que han sido educados en la superioridad moral y física respecto a nosotras.

El asesinato de Koldo Losada ha puesto sobre la mesa el debate sobre las diferentes violencias a las que nos somete el patriarcado, ese sistema de opresión que garantiza la supremacía de unos cuerpos sobre otros. José Antonio Monago, presidente extremeño, declaró su interés por reconocer la violencia entre parejas del mismo sexo como violencia de género. El asesino de Losada, sin embargo, no debería ser condenado con la Ley Integral contra la Violencia de Género en la mano aunque se trate, sin ninguna duda, de una violencia patriarcal. Uno de los pilares fundamentales en el que se sustenta el patriarcado es el amor. El amor romántico entendido como cárcel, como posesión, como la media naranja que te complementa. Dicen que Losada quiso divorciarse de su marido y este no soportó la decisión. Lo cierto es que gais y lesbianas no hemos sido capaces de crear nuevos modelos para entender las relaciones. A Losada lo mató el patriarcado y su modelo de amor romántico, pero la violencia entre parejas del mismo sexo no responde a una lógica estructural de dominación de los hombres respecto a las mujeres. En nuestra lucha por la igualdad real de la comunidad LGTB no podemos perder el norte. Necesitamos que los Estados garanticen un marco en el que poder desarrollar nuestros derechos y libertades como el resto de la ciudadanía, pero pretender que la violencia entre parejas del mismo sexo entre en la Ley Integral contra la Violencia de Género es un despropósito muy peligroso. 

Es innegable que en parejas formas por dos hombres o por dos mujeres también pueden darse violencias con características casi idénticas a las que sufren las mujeres heterosexuales en sus parejas. Insisto: Son fruto del único modelo que nos han enseñado de amor, que está marcado por la posesión, los celos, la complementariedad. Las relaciones que se establecen fuera de la heterosexualidad no se desarrollan en Marte y resulta inevitable que se vean influenciadas por el modelo de amor romántico imperante. Sin embargo, la violencia entre parejas del mismo sexo es anecdótica. Atreverse a romper con el mandato de la heterosexualidad tiene muchísimas ventajas. Una de ellas, acercarse a relaciones más igualitarias y constructivas. En Pikara, en abril del 2013, publicamos un especial en el que pretendíamos poner a debate la violencia en parejas de lesbianas. Es, desde luego, un tema que parece preocupar mucho. La violencia no es para menos, pero hay que tener mucho cuidado. Pueden adelantarnos por la izquierda sin que nos demos cuenta. La violencia que sufren las mujeres por parte de sus parejas hombres, que cada año mata a miles en todo el mundo, es una violencia estructural, que tenemos que tratar y afrontar como tal. No podemos alimentar, en nombre de la igualdad, los discursos neomachistas que aseguran que la violencia de género no tiene ninguna especificidad.

Los gais, las lesbianas, los trans y las bisexuales sufrimos muchas violencias derivadas de un sistema patriarcal en el que no tenemos cabida. Nadie nos protege ante ellas. La lesbofobia, que por desgracia es la violencia que más conozco, es el rechazo hacia el lesbianismo en cualquiera de sus expresiones fruto de la heterosexualidad como única opción válida de sexualidad. Forma parte de la propia estructura del heteropatriarcado y está tan interiorizada que puede darse respecto a las lesbianas como a partir de ellas. El lesbianismo supone una ruptura tanto con los roles de género como con la sexualidad esperada. Hablamos de lesbofobia externa cuando las actitudes lesbófobas surgen de personas o instituciones. La lesbofobia interna es aquella que sufrimos las lesbianas durante nuestras experiencias lésbicas al romper con las normas y expectativas que la sociedad impone sobre nosotras, sobre nuestros cuerpos y nuestros deseos. Sufrimos lesbofobia interna cuando rechazamos nuestro deseo lésbico, cuando ocultamos nuestra identidad lesbiana o cuando fingimos mantenernos fieles a la heteronormatividad por miedo al rechazo. La lesbofobia es un juicio a la forma de vida de mujeres que deciden relacionarse sexual y afectivamente con otras mujeres durante toda su vida o sólo durante algunos periodos. Es un mecanismo de defensa del statu quo; del sistema reproductivo del sistema capitalista heteropatriarcal, de los grandes dogmas religiosos e ideologías conservacionistas e inmovilistas.

Ahí es donde tenemos que incidir, esa es la violencia de las que no tenemos que proteger y tenemos que combatir. No vayamos a creer ahora que Monago y sus compañeros están en el mismo barco con nosotras. Ni están con nosotras, ni les queremos a nuestro lado.

El sistema patriarcal no ha anunciado nunca ningún alto al fuego, no nos ha dado jamás tregua, ni hay vistas de que entregue alguna vez las armas. Está cómodamente instalado en el sustrato de nuestra sociedad, que lo riega cada día con muchísima indiferencia. Nos atraviesa a todas y a todos. A unas, nos mata; a otros, les ofrece la capacidad de hacerlo. Nadie se libra de sus efectos perversos, que se manifiestan a través de muchas formas de violencia, que se ejercen de diferentes maneras. La violencia de género es una de las pocas estrategias patriarcales que se denuncian, condenan, contra la que se legisla; pero no es la única. Ni muchísimo menos.