Oleiros: la cúpula de Inditex se refugia en el feudo marxista-leninista
El ejecutivo más rutilante del IBEX-35. La dueña de una de las mayores fortunas del planeta. Y un constructor habitual de la lista Forbes. Todos empadronados en este pueblo, a tres kilómetros en línea recta del centro de A Coruña, gobernados por un partido marxista-leninista que lleva tres décadas al frente del Ayuntamiento.
Bienvenidos a Oleiros, el municipio de mayor renta de Galicia -37.584 euros por habitante, el doble de la media de la comunidad según los datos de Hacienda-, refugio de los lugartenientes del imperio Inditex, empezando por su presidente, Pablo Isla; y feudo político de Ángel García Seoane, Gelo, alcalde comunista y admirador de Fidel Castro.
En la Avenida Che Guevara, junto a la estatua erigida en honor a uno de los comandantes de la revolución cubana, una retroexcavadora retira la tierra por la que irá el futuro colector dentro de las obras de saneamiento: dos millones de euros del presupuesto, según anuncia la revista municipal. Desde lo alto de la colina se adivina allá a lo lejos una docena de surfistas que buscan subirse a la ola buena en la playa de Bastiagueiro el mediodía de un viernes muy nublado.
A la hora de comer apenas hay movimiento en la elitista urbanización de Icaria, donde las chalés caros se anuncian a un millón de euros. De los garajes asoman prohibitivos todoterrenos y utilitarios también de lujo, junto a algún coche de clase media. De una de las fachadas cuelgan dos banderas españolas. “Vigilado por empresa de seguridad”, recuerdan los carteles al girar desde la Nacional VI que parte en dos el municipio hacia este coto semiprivado.
En la zona residencial de Icaria, las aceras aparecen desiertas pasadas las tres de la tarde. Aquí tiene casa la primera dama de Galicia, Eva Cárdenas, pareja del actual presidente, Alberto Núñez Feijóo, y alta ejecutiva de Inditex, responsable para el mundo de la cadena de decoración Zara Home. Y su jefe, Pablo Isla. Y algún directivo más con asiento en el consejo de la multinacional. Todos tratan de pasar inadvertidos y no hacen mucha vida en el ayuntamiento, más allá de escapadas a un par de restaurantes de la zona que sirven pescado recién salido del mar a unos precios aún razonables.
Lo de Sandra Ortega, la primera hija del fundador de Inditex y en la lista de las 20 mujeres más rica del mundo (6.700 millones según cálculos de Forbes), es diferente. Vive en una casa en el campo, alejada de los cubos de diseño que se alinean para mirar a la ría, y participa en las reuniones de padres y madres del colegio público al que envía a sus hijos. Hace unas semanas se presentó en el Ayuntamiento para poner una queja que firmaría cualquiera de sus vecinos: la maleza estaba invadiendo uno de los centros de su fundación benéfica, Paideia, que trabaja por la integración de niños y jóvenes con problemas.
En el despacho de la alcaldía, primera planta del Ayuntamiento, repleto de retratos de sus encuentros con los Castro, Rigoberta Menchú o Gadafi, Gelo se esfuerza en normalizar su relación con el club de millonarios. Habla en primera persona de su obra, 32 años de Gobierno ininterrumpido de su partido en el lugar de residencia de la jet set coruñesa, los dos últimos con mayoría absoluta. “No hice un municipio para ricos, hice un municipio para las personas, gobernamos siete legislaturas en minoría, la gente aprobaba lo que hacíamos pero le costaba digerir nuestra ideología. Yo no he cambiado. Ahora mismo hay una exposición aquí al lado sobre la vida del Che, el proselitismo que sigo haciendo del régimen cubano con carteles que traje de los distintos viajes, en contra de los israelíes, a favor de palestina y los saharahuis, contra el yugo de los opresores...”.
El alcalde se extiende sobre Sandra Ortega, que ganó fama de millonaria roja por su vida alejada de las élites locales y los lujos de la otra rama familiar, y por su implicación en las organizaciones benéficas que puso en marcha su madre, Rosalía, primera esposa del inventor de Zara: “Hay que hacerle un monumento, lleva a sus hijos a un colegio público, participa en las reuniones del AMPA, sigue con sus actividades benéficas ayudando a mucha gente pero ha decidido seguir viviendo aquí”. Gelo, anticapitalista confeso, pasa por alto las sicavs, con las que la heredera gestiona su patrimonio: “Una cosa es ser rica y otra ser tonto, ¿tú no lo harías?”.
Cuando se le pregunta qué pensaría el Che Guevara, que tiene rotonda y avenida en el municipio, sobre la implantación de la zona azul o la urbanización pegada al club de golf que el empresario y constructor, Manuel Jove, vecino también de Oleiros y asentado en la lista Forbes, prevé levantar; el alcalde marxista-leninista levanta algo el pie y matiza: “En Cuba también hay campos de golf. Pero aquí en la urbanización va a haber 70 viviendas sociales. Y todos los niños de los colegios públicos van a poder aprender gratis. Si no fuese así , no habría campos de golf, aquí hay un plan de urbanismo y todo el mundo sabe lo que puede hacer. Toda la construcción de más de dos pisos y bajo, viene del franquismo. Y en cuanto a la zona ora, cuando vivía el Che Guevara, el mundo era distinto: una cosa es ser de izquierdas y otra, ignorar la realidad. Ahora hay un montón de coches y gente que acapara los aparcamientos, incluso teniendo garaje en casa, eso sí es privatizar un espacio público que está pensado para el comercio, para el ocio, para la gente que quiere disfrutar del entorno. Pero no olvides contar que aquí la primera hora se paga a medio euro”.
Gelo acostumbra a decir que los ricos no son tontos. Es una frase que repite para dar a entender que los millonarios han elegido empadronarse en Oleiros (35.013 habitantes, según el padrón) por sus zonas verdes, su urbanismo ordenado y sus servicios municipales, incluidas las cuatro piscinas y la extensa red de bibliotecas públicas.
Quizás haya ayudado la ausencia de esas macrourbanizaciones y mamotretos junto al mar que sí proliferaron estas últimas décadas en otras zonas de la costa gallega, pero lo cierto es que la clase muy alta de la zona había empezado a refugiarse en Oleiros -a un paso de A Coruña, al abrigo de la ría y donde están las playas más salvajes- mucho antes de que asomase por allí ningún resquicio de comunismo. El pueblo era ya un polo de atracción de fortunas cuando Amancio Ortega no era más que el propietario de una tienda de batas.
“Oleiros juega un rol residencial para la burguesía del siglo XX y no hay más que ver aquellas casas modernistas preciosas. No se puede analizar el fenómeno hoy sin tener en cuenta la lucha de clases del XIX por el control del espacio, de la burguesía y la aristocracia”, apunta un urbanista que ha estudiado la evolución del pueblo y que prefiere no dar su nombre para no polemizar con el alcalde.
“Habría que analizar qué urbanismo se ha hecho, no solo si se protege la costa, también si se da la posibilidad a la gente de vivir ahí, si se promueven viviendas públicas. A los ricos les molesta menos una estatua al Che Guevara si se mantiene el statu quo y no se interviene sobre un espacio que han acaparado los que más tienen”, señala.
Pese al provocador discurso de Gelo y su partido, Alternativa dos Veciños, que ha originado rifirrafes diplomáticos con Estados Unidos e Israel y puesto en apuros a un par de ministros de Exteriores, tampoco es que que en la alcaldía de Oleiros esté sentado ningún Robin Hood.
Si se puede aplicar el anticapitalismo en 2018 desde un ayuntamiento de la costa coruñesa, sus efectos están siendo limitados en Oleiros. El Ayuntamiento ha expropiado fincas para preservar la zona de costa y las berlinas de lujo de los directivos de Inditex -y algún otro exfutbolista campeón de liga que también vive por allí- tienen que transitar por calles como Emiliano Zapata o Dolores Ibárruri pero la convivencia con los millonarios es tranquila y el alcalde tampoco ve conflicto en sentar un rico a su mesa de vez en cuando: “Yo no quiero llamarle ricos, ser rico es otra cosa, yo le llamo gente adinerada. Y si han hecho el dinero legalmente, no tengo nada qué decirles. Si robaste, para eso están los tribunales. Yo no tengo nada contra esas personas, las respeto, como con ellos, les escucho, ellos me respetan aunque no les gusten mis ideas porque yo sigo siendo anticapitalista a muerte, pero yo no defiendo que la gente viva en la miseria”.
La praxis política de Gelo entronca casi tanto con el posibilismo como con la ultraizquierda. A principios de los noventa acompañó al entonces presidente de la Xunta, Manuel Fraga, a entrevistarse con Fidel y Muammar el Gaddafi para abrir mercado a las exportaciones gallegas, dentro de la imprevisible agenda exterior del expresidente gallego. Sus relaciones con los Gobiernos de derechas de la Xunta nunca han sido malas, según él mismo admite. Su álbum de fotos de los últimos treinta años daría para un biopic fascinante, que debiera incluir su inhabilitación tras ser condenado por ordenar el derribo de una caseta ilegal en suelo público junto a la playa. El libro que edita el Ayuntamiento subraya que el abogado denunciante era padre de un candidato del PP. Su interregno, entre 1996 y 2003, lo ocupó una alcaldesa de su mismo partido que a la vuelta de Gelo volvió a dejarle el despacho libre. En él sigue sentado, confortado por sus dos últimas mayorías absolutas. Según ha deslizado a sus íntimos, su historia política está cerca del final.
La oposición le ataca por acudir a la piscina a nadar en el coche oficial del Ayuntamiento, y él despacha “esas acusaciones demagógicas” alegando que trata de cuidar su salud y que un vehículo privado perdería más tiempo.
El último número de la revista municipal publicita las ayudas municipales para un proyecto sanitario en Chiapas, 13.000 euros, y avisa sobre los cortes de tráfico en la Avenida Che Guevara. En el centro del pueblo los paneles informativos proyectan caricaturas de Mariano Rajoy llamando a una manifestación contra el Gobierno para protestar contra la elevada siniestralidad en la Nacional VI que atraviesa el núcleo urbano. La lucha de Gelo sigue. En la concentración no se vieron millonarios con pancartas.